El reino de las mujeres – Antón P. Chéjov

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El reino de las mujeres - Antón P. ChéjovEl indiscutible talento de Chéjov como cuentista es razón más que suficiente para sentirse invitado a adentrarse en «El reino de las mujeres», un relato breve impregnado de esa capacidad del ruso para trasmitir la esencia de lo humano, sin sentimentalismos ni alambicamientos innecesarios.

En «El reino de las mujeres, Chéjov construye una semblanza perfecta de una mujer entre dos mundos, abrumada por la soledad. La protagonista de esta breve historia es Anna Akimovna, la rica propietaria de una fábrica que tiene, sin embargo, orígenes humildes. Y esa dualidad será precisamente la que la condene al aislamiento, mientras se debate por el deseo de pertenecer a una de las dos clases por entero.

A pesar de su brevedad, el autor logra en este relato un desarrollo preciosista de los personajes que se nos representan completos gracias tan sólo a un diálogo, a una escena, a una breve descripción. Y por supuesto, ese preciosismo alcanza su apoteosis en la representación de su protagonista: a través de las breves páginas, que recogen cuatro cuadros acontecidos a lo largo de la víspera y el día de Navidad, Anna se nos presenta como un personaje solo, abandonado e incomprendido, al que su extraordinaria sensibilidad le da una conciencia clara de su aislamiento.

Hija de un obrero que trabajó en la fábrica que ahora ella posee, Anna se siente muy cercana a la gente humilde que la rodea, entre la que todavía tiene parientes cercanos a los que quiere; pero educada ya como una señorita de sociedad, sus gustos, aficiones y relaciones la sumergen en un mundo diferente que a veces siente que le queda muy lejano.

De ese conflicto surge la insatisfacción de la joven, que es consciente de que nunca podrá sentirse a gusto en la buena sociedad (en la que tal vez ni siquiera será aceptada realmente, puesto que tiene un origen humilde), pero que ya tampoco se siente parte de la familia modesta que vive en la parte de abajo de su casa. Ese sentimiento de exclusión de la que hasta hace no mucho fue su gente se resuelve en Anna en una fuerte sensación de añoranza. Para ella no existen días más felices que aquellos lejanos de su infancia, cuando se refugiaba junto a su madre debajo de una única manta para combatir el frío: eran tiempos más precarios y, sin embargo, mucho más plenos.

Anna intenta hacer siempre lo que se espera de ella. Y si bien no se despierta a tiempo para asistir a misa, sí suele emplear su tiempo en hacer obras de caridad, tarea que le disgusta. Considera una hipocresía esos rublos repartidos como limosnas, consciente como es de las pésimas condiciones en las que viven sus obreros, pero como mujer siente que no puede hacer nada para cambiar esa situación e incluso siente temor ante el director de su fábrica, lo que subraya su impotencia.

Durante ese día de Navidad la joven fantasea con la idea de casarse con Pímenov, un joven obrero de su fábrica. Pímenov se convierte así en el instrumento que no sólo la salvaría de su soledad, sino que además la devolvería al medio modesto del que salió. Pero al terminar el día hasta esa fantasía abandona a nuestra joven, pues sensatamente comprende que Pímenov no encaja en su vida: de pronto le juzga zafio y es incapaz de imaginarlo compartiendo una velada con quienes forman ahora su círculo. O tal vez Anna comprende que casarse con el joven obrero es condenarle a él también a vivir exiliado y solo entre dos mundos.

En ese círculo de amistades de nuestra joven se encuentra un brillante abogado que considera que Anna, con su fortuna, debe convertirse en lo que él denomina una mujer fin de siècle: una mujer independiente, inteligente, delicada, valiente y un poco libertina. Pero esas ideas están a años luz del carácter de la joven. En el mundo del que procede se es soltera o casada: soltera si se es fea o malformada, casada si se es hermosa o rica. Puesto que ella es hermosa y rica necesariamente tiene que ser casada y el ser todavía soltera se insinúa en su pensamiento como un fracaso personal.

Hasta las mujeres de su casa le aconsejan que, puesto que tiene dinero y belleza, se atreva a vivir la vida libremente, pues a nadie tiene que dar cuentas. Sin embargo Anna siente que sí tiene que rendir cuentas y por partida doble, pues los dos mundos entre los que se mueve esperan siempre algo de ella, aunque percibe que, de algún modo, nunca satisface a nadie. El aislamiento, la soledad y la sensación de no pertenecer a nadie se cierran sobre Anna que se entrega impotente y mansamente.

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3 COMENTARIOS

  1. Los amantes de Chéjov hemos estado sometidos durante demasiado tiempo a una molesta tortura. La búsqueda de obras desconocidas conllevaba la obligación de adquirir otra vez sus más famosos cuentos, esos que todas las antologías no dudan en incluir como reclamo del lector. Así, no miento si digo que tengo hasta más de tres ediciones, con traducciones iguales y también diferentes, de relatos como “El beso”, “La dama del perrito”, “El duelo”, “La estepa” o “El pabellón número 6”. Un peaje que había que asumir para seguir leyendo y disfrutando de su literatura.

    Ahora, después de la publicación de “Chéjov. Cuentos completos”, lanzada por “Páginas de Espuma” en cuatro volúmenes, que reúne por primera vez todos los cuentos del maestro ruso, ya se puede gozar al completo de Chéjov, pero al precio de volver a reincidir, aún más si cabe, en la situación antes comentada. Con la cuidada edición de Paul Viejo, todo el concienzudo y paciente trabajo de recopilación de muchos años ha quedado en nada: un trabajo baldío, especialmente hermoso mientras duró.

    El breve relato “El reino de las mujeres”, es un ejemplo de lo dicho. Está en mi biblioteca en la misma edición de la reseña, “Breviarios del rey Lear”, y, con la misma traducción de Gonzalo Guillén Monje, en el cuarto y último tomo de la edición de “Páginas de Espuma”. Se me podrá decir que cada uno, con sus manías, cava su propia tumba, pero si al final ésta resulta confortable, – y créanme que con Chéjov lo es -, todo se da por bien empleado. Contar con una visión global de su obra y trayectoria, aunque sea en varios volúmenes, no es dulce a desdeñar.

    “El reino de las mujeres” vio la luz a finales de 1893 y, al año siguiente, apareció en la revista “El pensamiento ruso” con el subtítulo “Una historia”. Su publicación no levantó ya por entonces excesivos fervores entre el público, llegando a decirse de ella, a pesar de la fama de su autor, que no era sino “el comienzo de una gran novela, escrita por un mal escritor”. Y el relato, en mi opinión, no es efectivamente de lo mejor de Chéjov, posee muchas de las virtudes típicas de su obra literaria pero adolece de la consistencia narrativa que adorna sus mejores cuentos.

    A qué virtudes me refiero, en primer lugar a una que es consustancial al literato ruso, la sencilla complicidad con que imbrica al lector en el desarrollo de la historia. En pocas líneas, allí donde otros autores precisan de largos preámbulos, nos encontramos acompañando a Anna Akimovna en sus peripecias domésticas, circunscritas a una vida vana y vacía de la que no tiene fuerzas para escapar, pero en este caso, ni sus dudas, ni la pedantería de Lisevich, ni el cinismo de Mishenka o la mezquindad de Chálikov bastan para conformar un retrato sólido de la opaca mediocridad burguesa, denunciada siempre en sus obras. Ése es, creo, el mayor pero al corto relato reseñado.

    Gorki afirmaba de Chéjov: “nadie como él ha comprendido con tanta clarividencia y sutileza el carácter trágico de las naderías de la vida”. Y así es, en casi todos sus relatos parece no ocurrir nunca nada, – principal defecto que le achacan sus detractores -, aunque, tras esa capa superficial de gris banalidad, subyacen angustias, insatisfacciones, congojas e incertidumbres. Nadie como Chéjov para mostrarlas y hacernos reflexionar sobre ellas, porque, no nos engañemos, la mayoría de las existencias se sustancian precisamente de esos hechos triviales y no de acontecimientos trágicos y terribles.

    Otra virtud única, – algunos la consideran deficiencia fundamental -, es la forma en la que nos transmite las historias. En otras palabras, el estilo sencillo, directo, exento de innecesarias florituras del que hace uso. El propio de un hombre bueno, diríamos, y si nos molestamos en bucear un poco en su biografía, en sus relaciones profesionales, familiares y conyugales, veremos que no nos equivocamos lo más mínimo en nuestra afirmación.

    Existen propiamente tantos estilos literarios como escritores hay o ha habido, pero soy de los que piensa que la fuerza del mensaje transmitido, lo que hace que de verdad llegue, es su sinceridad. Chéjov amaba lo espontáneo, lo auténtico, lo sencillo, y ahí están para atestiguarlo todos sus cuentos y relatos.

    Por eso, para hacer justicia a un gran escritor que escribió como vivió, debemos leer toda su obra.

    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

  2. Apreciado Javier,

    tengo a Andréi Platónov entre mis pendientes. Por más que se lea, siempre es más lo pendiente… Tomo buena nota de tu recomendación. Muchas gracias.

  3. hola, me gusta leer cada dia tu diario de lecturas y disfruto / aprendo de tus comentarios, quería recomendarte un autor ruso que me tiene fascinado, leí un libro suyo hace algún tiempo (La excavación) y me atrapó, pero ahora que estoy leyendo otro libro de cuentos llamado «La patria de la electricidad y otros relatos», estoy disfrutando como hace mucho tiempo no lo hacía, si tienes ocasión, tiempo y salud échale un vistazo, creo que no te arrepentirás.
    Nada más, que nos hagas disfrutar con tus lecturas
    Saludos

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