Ya hemos escrito unas cuantas reseñas sobre Ángel Olgoso y hemos hablado sobre su dominio formal del texto y su imaginería exuberante. Breviario negro no hace sino confirmar estos puntos, señalando al autor como un referente ineludible tanto en el género del microrrelato como en el fantástico. Olgoso nos brinda un volumen de relatos originales, sorprendentes, imaginativos y desasosegantes, con un estilo rico y con unas tramas variadas. El único demérito del libro lo podría constituir una cierta perpetuación de esquemas o temas, ya que en muchos de los textos resuenan ecos de otros cuentos del autor; sin embargo, cabe apuntar que Ángel Olgoso es un escritor tan concienzudo como obsesivo, de manera que es lógico que algunos elementos (escenarios, tramas o ambientes) se repitan en su obra.
Lo primero que hay que señalar es que Breviario negro es un libro muy variado en cuanto a los temas que maneja: en él podemos encontrar desde relatos de terror de corte clásico («El asedio» o «El pigmento de la creación») hasta textos oníricos que rozan el poema en prosa (como es el caso de «La técnica de soñar monstruos» o «Las verdes aguas del sueño»), pasando por cuentos de ambientación fantástica o mitológica (véanse «Nebulosa Rho Oph» o «Aghone»). Aunque todos tengan en común cierta atmósfera o ciertos elementos imaginativos, en esta ocasión la variedad de historias es mayor que en anteriores compilaciones; el resultado es que el autor da rienda suelta a su narrativa primorosa para perfilar docenas de relatos de corte diferente.
Como señala José María Merino en el prólogo, si existe un denominador común que pueda servir como elemento de cohesión en el libro, este sería la muerte. En casi todos los relatos se la aborda de una manera u otra, bien sea como culminación de la historia, bien como vehículo para transmitir emociones; sea como fuere, su presencia impregna prácticamente cada página de la obra, haciendo que incluso los textos más conmovedores tengan un resabio inquietante.
De igual forma, Olgoso es un maestro en el arte de pergeñar tramas que subvierten las expectativas convencionales y «desordenan» el universo conocido. En todos su relatos asistimos a escenas familiares, a momentos cotidianos o cercanos, pero que, merced a la imaginación del autor y a unas vueltas de tuerca exquisitas (más o menos violentas, pero siempre efectivas), se tornan inconcebibles, extrañas o incluso terroríficas. La fantasía se materializa así gracias a la poderosa escritura del autor, que es capaz de moldear sueños y quimeras para construir tramas que nos transportan a otras realidades.
En pocas palabras, podemos decir que Breviario negro es quizá uno de los mejores volúmenes de relatos de Ángel Olgoso, lo cual es mucho decir teniendo en cuenta su ingente producción. Es, desde luego, una lectura muy recomendable para todos los aficionados al género fantástico y para los amantes del estilo cuidado, pulcro y exigente que cultiva el autor.
Más de Ángel Olgoso:
Ricardo Piglia en “Respiración artificial”, más fiel a la labor de crítico literario que a la de escritor, introduce una cuestión que viene como anillo al dedo para comentar el libro de microrrelatos de Angel Olgoso: “¿La idea del estilo, la idea de escribir bien, es un valor distintivo de las buenas obras?”.
Es una pregunta importante si tratamos de dar respuesta a libros como el del escritor granadino, que dejan al lector literalmente sumido en la inopia más absoluta.
Curioso concepto el del estilo al que, en muchas ocasiones, – “Breviario negro” es un ejemplo -, el escritor se somete, no sabemos muy bien en aras de que extraños objetivos: diferenciarse del vulgo común, sorprender por su cultismo semántico, o simplemente epatar, en la acepción un poco pedante que emplean nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos. Sea como fuere, el estilo ha conquistado desde hace años todos los rincones y lo podemos declarar claro vencedor sobre otros valores específicos, políticos y sociales, que servían de medición para determinar el mérito de la literatura durante el siglo XIX.
En muchas de las entradas de este blog he declarado mi aversión, cada vez más acendrada, a autores como Vladimir Nabokov, Henry James, Patrick Leigh Fermor y otros muchos, preocupados más de lo debido por los criterios estilísticos; tanto, que se da la impresión de que los mismos no son sino excusas para adornar la forma de unas obras que aspiran a ser únicas en su originalidad. A ellos, por desgracia, incorporo desde este mismo momento a Ángel Olgoso.
La recopilación de microrrelatos presentada por menoscuarto, a pesar de los elogios vertidos en la reseña, – “originales, sorprendentes, imaginativos,…” -, me parece pura y llanamente una tomadura de pelo; exquisitamente preparada, es cierto, su tiempo le debe haber ocupado al autor, pero una broma de mal gusto con la que no merece la pena perder el tiempo.
Y es que las más de cuarenta creaciones que se suceden ante nuestros ojos son, salvo casos muy aislados, “Las huellas de los pájaros en el aire”, y no encuentro ninguna más, una sucesión informe de fantasías, elucubraciones y mandangas filosóficas que llegan a exasperar al más conspicuo de los lectores. Cuidadas y bruñidas hasta la extenuación exigen la permanente ayuda de un buen diccionario, pero este hecho cierto, contra el que nada opongo, – la riqueza lingüística debe ser siempre un objetivo de cualquier obra literaria -, se convierte en una pedantería innecesaria si, como resulta del caso, se abusa de él sin consideración alguna.
De todos los automovilistas que recorren las autopistas de este país, a duras penas un pequeño porcentaje sería capaz de identificar los arbustos floridos que adornan las medianas de separación entre carriles: ¡esos arbolitos son adelfas!, dirían orgullosos los elegidos a su prole viajera. Pero me imagino la sorpresa que escritores especiales, de prosa cuidada y exigente, les tienen celada en algunas páginas de sus obras: ¡baladre!, es eso que veis, pequeños… Tan desagradables y vulgares son los términos más comunes, tan inteligentes y especiales somos por alejarnos de ellos; algunos, como Ángel Olgoso, por reiteración enfermiza, piensan que sí.
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