En 1963 Betty Friedan publicó La mística de la feminidad y puso en palabras el descontento subterráneo que atenazaba a millones de mujeres en Estados Unidos. Ella lo denominó «el malestar sin nombre» y en su ensayo analizó pormenorizadamente sus causas, revisó cifras de estudios y publicaciones, entrevistó a mujeres y llegó a la conclusión de que, en Estados Unidos, tras alcanzar el logro de la emancipación femenina —el derecho al voto, el derecho a la educación, el derecho a acceder al mercado laboral— se había producido una soterrada contrarrevolución sexual.
La propia Betty Friedan experimentó en primera persona el sinsentido de una vida dedicada al cuidado de los hijos, la satisfacción del esposo y las tareas domésticas. A pesar de lo que psicólogos, expertos y publicistas aseguraban, la vida de las amas de casa de clase media estadounidense no se parecía en nada a la existencia satisfactoria que mostraban los anuncios de electrodomésticos, maquillaje o detergentes. De alguna manera, las mujeres se veían abocadas a contraer matrimonio y ser madres cada vez más jóvenes; desde todas las instancias se les aseguraba que la carrera de una mujer estaba en el hogar y que, si se empeñaban en ejercer alguna profesión fuera de su casa, estaban poniendo en peligro su feminidad. Pero, ¿qué era lo femenino? ¿Y quién decidía qué lo era y qué no? Al parecer, esa decisión no la tomaban las propias mujeres.
En palabras de la propia autora:
La mística de la feminidad […] había surgido para glorificar el papel de la mujer como ama de casa en el momento preciso en que habían caído las barreras que impedían su plena participación en la sociedad. […] La glorificación del «rol femenino» daba, pues, la sensación de ser proporcional a la reticencia de la sociedad de tratar a las mujeres como seres humanos completos.
La mística de la feminidad profundiza en las causas de ese malestar sin nombre y relata cómo lo afrontaban las mujeres. Echa un vistazo atrás para rememorar las luchas feministas que desde mediados del siglo XIX habían combatido por los derechos de la mujer, para preguntarse a continuación por qué las nietas de las mujeres sufragistas habían renunciado a esa lucha para acomodarse tan plácidamente en el papel de esposas y madres que sus antecesoras pugnaron por abandonar. Y, especialmente, estudia cómo desde diferentes instancias —educadores, médicos, sociólogos, psicólogos— se convencía cada día a la mujer de que su lugar estaba en casa. Esos expertos definían cuál era la norma y señalaban a la mujer que no se adaptaba a sus propuestas. El resultado, que Betty Friedan presenta sin ambages, era un país entero de mujeres presuntamente inadaptadas.
Puede sonar a lugar común decir que La mística de la feminidad es un libro de obligada lectura, pero lo es, y no solo para las mujeres. Es ameno e ilustrativo y, por momentos, apasionante. Es, además, uno de esos libros que han marcado el devenir histórico, ya que contribuyó a la toma de conciencia que culminaría con la revolución sexual de los años sesenta del pasado siglo. Pero, sobre todo, es un libro cuya lectura hace reflexionar sobre la todavía omnipotente mística de la feminidad, que puede haber cambiado en la forma —ahora las mujeres estamos sujetas a otras exigencias—, pero no en su esencia. ¿Decidimos las mujeres quiénes queremos ser?, ¿quién decide por nosotras?, ¿a qué presiones estamos sometidas?, ¿a quién beneficia la mística?: La mística de la feminidad invita a hacerse innumerables y necesarias preguntas.
[…] Los libros más recomendados son Por tu propio bien de Bárbara Ehrenreich y Deirdre English, y La mística de la Feminidad de Betty Friedan (ojo, este es bastante clasista). El dato de la limpieza que requería mudar familias enteras está […]