James Rebanks es pastor de ovejas en el Distrito de los Lagos, al noroeste de Inglaterra. Antes que él lo fue su padre y antes aún su abuelo. James Rebanks es pastor por elección, ese es el trabajo que siempre ha querido desempeñar, ya desde niño. Y su libro La vida del pastor es un elogio de ese oficio y, a través de él, de esas formas de vida tradicionales que hoy nos resultan no solo desconocidas, sino incluso extemporáneas.
Cuando era niño, en la escuela, Rebanks solo recibía un mensaje: debía estudiar y esforzarse para poder abandonar la zona rural en la que había nacido e irse a vivir a una ciudad donde desempeñar un trabajo mejor que criar ganado. Pero Rebanks era un joven rebelde y, además, no veía nada de malo en dedicarse a lo mismo que hacían su padre y su abuelo, y todos sus ascendientes durante generaciones.
James Rebanks estaba muy unido a su abuelo. Aprendía a diario de él cosas que no le explicaban en el colegio, saberes que tal vez sus profesores desdeñarían, pero que eran útiles en aquel mundo y que daban su fruto. Eran conocimientos y técnicas que habían ido perfeccionándose con el paso de los años, incluso de los siglos. Modos de crianza y de pastoreo que no solo estaban adaptados a aquella tierra, sino que también habían contribuido a configurarla y a darle el aspecto pintoresco y bucólico que admiran los miles de turistas que visitan cada año el Distrito de los Lagos.
James Rebanks decidió, después de un duro periplo personal que lo llevó lejos de la granja familiar y lo condujo hasta Oxford, que su lugar estaba donde estaban sus raíces y que iba a continuar con la larga estirpe de pastores que, desde su padre, se remontaba hacia atrás hasta perderse en la noche de los tiempos.
Pero Rebanks quería algo más que criar ovejas, Rebanks quería hacer comprender a nuestra tecnocrática sociedad moderna el incuestionable valor de las formas de vida tradicionales, buscar para ellas el respeto que se merecen, hacer comprender su importancia y lo mucho que todavía aportan a nuestro bienestar. De hecho, colabora con la UNESCO como asesor experto en un proyecto para que el turismo beneficie a las comunidades locales.
Esa es la otra gran lucha de este pastor: hacer comprender que esos preciosos lugares rurales a los que los urbanitas acuden en masa para “desconectar” son el lugar de trabajo y de residencia de personas a quienes el estilo de vida occidental pone al borde de la extinción. La mayoría rara vez consume lo que ellos producen, porque el consumo local y de proximidad no es favorecido por el sistema, que tampoco prima su manera de producir. Y para colmo, nos paseamos por sus tierras interrumpiendo y alterando sus vidas, muy satisfechos de nosotros mismos porque el turismo les permite sobrevivir.
La vida del pastor es un libro autobiográfico y, como tal, cuenta mucho de la vida y las opiniones de su autor. Pero también es un libro que pretende dar a conocer cómo se desarrolla el día a día de un hombre que dedica su vida a (y se gana el sustento con) la cría de ovejas. Dividido en cuatro partes, que se corresponden con las cuatro estaciones, el libro desgrana las labores fundamentales de cada momento del año: el esquileo, preparar y recoger el heno, aparear las ovejas con los carneros (eligiendo el apropiado para cada una de ellas), ayudar a las ovejas a parir, llevarlas a los pastos de verano y devolverlas a los de invierno…
Las tareas en el campo no acaban nunca. No hay días festivos ni vacaciones. No importa si llueve, si nieva o si el sol abrasa. Es un trabajo exigente y duro que pone a prueba al hombre día a día y que exige pericia tanto como saber tomar decisiones. Es un trabajo que merece reconocimiento y admiración.
James Rebanks, contando su vida y sus experiencias, transmite su pasión, su orgullo y su felicidad por hacer exactamente lo que desea hacer. Y nos recuerda que la vida es más hermosa y variada de lo que a menudo pensamos. Regocijémonos por su diversidad y respetemos y cuidemos esas formas de vivir que permanecen en los márgenes y que, sin embargo, son buenas y son bellas.