Sólo de lo perdido – Carlos Castán

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Sólo de lo perdido - Carlos CastánHace ya unas semanas hablé aquí de «Museo de la soledad«, el segundo libro de relatos de Carlos Castán. Entonces se generó un encendido (por denominarlo de alguna manera) debate a cuenta de unas opiniones mías que, es cierto, resultaron ser un tanto punzantes; se entendió que uno tenía algún tipo de encono personal hacia el autor, cuando lo único que pretendía era hacer ver que el libro, que me parecía fallido en su conjunto, era objeto del marketing más engañoso por parte de unos críticos poco escrupulosos. Ya dije entonces, y repito ahora, que Castán me parece un escritor brillante, sobre todo por su estilo: melodioso, de metáforas espléndidas, con un sentido sutil de la poética y de una prosa, en general, muy bella. También dije que lo que desmerecía a «Museo de la soledad», lo que lo convertía en un fallo a nivel literario, era la incapacidad del autor para evitar el sentimentalismo más cándido: por sencillo, por poco trabajado, por facilón y descortés para con el lector.

«Sólo de lo perdido» tiene tropezones similares, aunque menos. Aunque Castán parece estar anclado en las temáticas autodestructivas y casi siempre relacionadas con el mal de amores, en algunos de los relatos consigue evitar la emoción fácil para ahondar con esa impresionante prosa suya en la devastación que resulta de las grandes pasiones:

Ésa era la mujer que siempre había querido encontrar en cualquier parte, la que sabe acariciar con ternura y a la vez grita y rompe vasos y camina descalza sobre los cristales rotos, y a veces regresa y otras se pierde, y comprende mi llanto por tanta agua pasada, que es mentira que no mueva molino, y hasta dónde me alejan pasadizos que se abren en la noche, y el aire que me espía, y por qué al abrir un armario temo encontrar siempre un animal que me mire con ojos y dientes o alguna de las cosas más tristes del mundo, cosas como los zapatos de un niño muerto, por ejemplo, o una vieja nota de Raquel, escrita años atrás, diciendo «vuelvo enseguida», insectos de sangre sólida, un bulto de miedo que se me lanza al cuello, se enrosca y desaparece dejando un rastro negro de temblor.

Cuando no se pierde en vericuetos pasionales, Castán es un escritor como la copa de un pino: sus personajes doloridos transmiten cada instante de ese sufrimiento, cada recuerdo de las ausencias y cada deseo de los imposibles. Y a lo largo de «Sólo de lo perdido» eso ocurre unas cuantas veces: en ‘Las visitas’, el mejor cuento del libro y en el que el amor y el sufrimiento demuestran ser dos caras de la misma moneda; en ‘Mata un desdén’, reinterpretación hermosa y doliente del episodio quijotesco de Grisóstomo y Marcela; en ‘Ciudad’, donde la pasión se hace fuerte en calles y aceras; o en ‘Escuela de la muerte’, un relato insidioso sobre la memoria y la brutalidad del olvido.

El lado más sentimental también se asoma: cuentos como ‘No es nada’, ‘La baba y el carmín’, ‘La falta de aire’ o ‘Como las zorras aman la noche’ se malogran por esa querencia por el personaje atormentado, por el atractivo trasnochado del vaso vacío sobre la barra del bar, por el final tristón y manido, por las frases bellas como puñales; Castán se recrea en lo que hace mejor —la puesta en palabras del sufrimiento y del vacío de las despedidas— y eso no redunda en la calidad de los relatos. Vemos al mismo «yo» protagonista tantas veces, escuchamos los mismos reproches interiores tantas veces y decimos adiós al recuerdo de esa mujer tantas veces, que al final los textos pierden toda capacidad sugestiva. La emotividad se pierde debido a esa reiteración desmedida de la amargura.

Quizá porque se aparta de todos esos pantanosos esquemas, Castán resulta muy sugerente en textos como ‘Una isla’ o ‘A veces un fogonazo’: en el primero se acude al recuerdo de una educación contracorriente, mientras que el segundo coquetea con la relación psicótica entre amor y posesión. También se luce en otros textos más breves, como ‘Todo tan secreto’ o ‘La buena suerte’, en los que la sombra del miedo, la muerte y la memoria planea sobre los personajes.

En general, cuando sabe poner freno a su tendencia a las pasiones sufrientes y malditas, Carlos Castán se revela como un prosista mayúsculo, poseedor de un estilo soberbio y con una capacidad inigualable para captar en palabras el dolor de los sentimientos más comunes. Puede que sus relatos no sean buenos ejemplos narrativos, en tanto carecen casi por completo de tramas; incluso sus personajes son más creaciones del alma o del corazón que de la cabeza de un escritor. Y, sin embargo, consigue removernos las entrañas con sus cuitas y con sus amores olvidados en el fondo de una botella. Ojalá en sus próximos libros ahonde más en sus buenos talentos y tenga presente que el sentimentalismo ahoga incluso las voces más brillantes.

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6 COMENTARIOS

  1. Dejé, al terminar el libro, sus hojas manchadas de anotaciones nerviosas y asombros. De pósit amarillos marcando páginas, de exclamaciones y subrayados a los que volver una y otra vez, siempre con la boca abierta de admiración y sorpresa. ¿Cómo es posible que lo que es sólo pérdida, palabra y papel puedan volverse realidad, causar dolor, hacer reír y odiar, asustarnos y compadecernos, salvarnos de este hoy nublado y mudable, de estos días de ruina y esperanza.
    Maldecidle y darle las gracias. Y ahora comenzar a leer.
    «Asombro y gratitud» en http://aragonliterario.blogspot.com/

  2. Gracias a la mini-polémica que se suscitó aquí por un libro anterior de este autor, he leído «sólo de lo perdido» . Me ha parecido, en conjunto, un libro bastante flojo.
    Soy un lector muy comprensivo con las apuestas, aunque sean fallidas, y valoro mucho los libros que «apuntan alto» aunque no acierten. Pero estos relatos me han parecido muy ramplones: son poco ambiciosos en planteamiento, en alcance y en recursos. Para los lectores que entendemos la literatura como arte, el libro es banal.
    Es un libro de lectura muy fácil y muy agradable, es bastante sentimental y tiene un poquito de humor, pero no creo que pueda satisfacer muy profundamente a los lectores exigentes.

  3. Me parece que fue Steinbeck quien dijo, en su discurso de aceptación del Nobel, que si encontramos un muerto en un relato es porque así lo debe exigir el curso de la narración, nunca porque un autor lo ponga ahí, que es lo que observamos en «A veces un fogonazo» con ese inicio imposible. ¿Quien confunde la ficción con la realidad?. Es sólo que, a mí particularmente, me casa mal ese relato, donde se defiende un discurso deliberadamente cínico -el sentimiento amoroso como mercancía transferible-, con el resto de la obra, donde podemos constatar cómo otros personajes entonan sentidos lamentos por pérdidas amorosas. Un efecto parecido al de ver a un judío llevando un uniforme nazi, que quizá es el efecto que busca el autor. En cualquier caso, los discursos autocompasivos o cínicos de los personajes son caminos narrativos muy rancios, trillados y que no conducen a ninguna parte, pasillos sin puertas. Si la literatura es hija de la infelicidad, los silencios y una soledad intensa y muy especial que el escritor compensa contando sus historias a un lector imaginario, también podría plantearse que el lector asimismo accede a esas historias aquejado de la misma infelicidad, silencios y soledad, y buscar salidas, tender puentes. Es lo que hace Frank Bascombe (pequeños placeres para sobrevivir en el día a día) o Nathan Zuckerman (sexo), proponiendo vías de escape. Hablo de personajes y de obras, no de sus grandes autores (Ford y Roth), escala de medir que -está visto- nadie puede aplicar para el libro que nos ocupa. Aquí sólo se habla del autor, luego mal vamos.

  4. Y sobre todo, no juzgar lo que hace un personaje de cuento como algo trasladable al mundo real. Que los caminos de la verosimilitud son inescrutables y si no viéramos a algún que otro ser de ficción hacer cosas espantosas, espeluznantes o incomprensibles de vez en cuando, nos dedicaríamos a otra cosa, no a leer relatos.

  5. Jamás podré estar de acuerdo en que los libros de Castán sean «sentimentales». No se me ocurre un autor menos «sentimental» que Castán. ¿No será que se le lee demasiado superficialmente? ¿No será que falta capacidad para ir más allá de los libros al uso de entretenimiento? Esto es otra cosa, esto es literatura. Para disfrutarla plenamente hay que saber a veces leer entre líneas, tener nociones de lo que es la ironía, saber penetrar en el mundo de un autor. Doliente en este caso, es cierto, pero sobre todo complejo. Demasiado complejo para algunos.

  6. Ahora sí, Sr. Molina, ahora sí me apetece dejar un comentario. Verá, puesto que me fueron regalados, le aseguro que me leí los 3 libros del sr. Castán con el debido interés, atención, seriedad, como sólo puede leerlos alguien que espera aprender algo de ellos. Y no me interesó nunca determinar si el Sr. Castán es o no un buen escritor, cuestión baladí, ni siquiera saber si es un buen narrador, o no lo es, que no es en absoluto lo mismo, cuestión importante y fundamental que usted puso sobre el tapete en la crítica a su libro anterior (finales sorpresivos y con pinzas, intervenciones deus ex machina, omnipresentes obsesiones y fantasmas del autor), aunque no esté de acuerdo con las formas, un tanto vehementes, que en esa crítica se emplearon. No, lo que siempre me pregunté es que pretendía el Sr. Castán con sus relatos, ¿qué digamos «oh, qué bien escribe»?, en absoluto, no nos resulta epidérmico ni superficial, ¿retratarnos fielmente la realidad?, tampoco, toda vez que en la mitad de sus relatos aparecen comportamientos patológicos, suicidios y asesinatos, ¿qué nos identifiquemos con sus personajes? complicado: Yo le puedo asegurar que nunca atropellaría al amor de mi vida si lo viera por la calle, y mucho menos me liaría con el tipo que dejó paralítica a mi hermana. Entonces, ¿qué efectuemos hondas reflexiones incisivas sobre la naturaleza humana?, uff.. eso excede con mucho las capacidades de mis pobres neuronas, de las del sr. Castán y de cualquier autor que tenga tales pretensiones, toda vez que la «naturaleza humana» es inaprensible… No, nada de eso. Hay algo en su obra incompleto, aun por conseguir y alcanzar y es que sepa verdadera y honestamente responder al objeto del arte y su finalidad, que es sólo y simplemente, entretener. Yo lo que espero -y usted seguro también- del sr. Castán es esa llamada, ese tirón de orejas que en algún momento del oficio todo ejerciente sufre en la necesidad de anularse por completo, que no lo veamos para nada en el relato, ni siquiera deje marcas o huellas de sí mismo, olvidar y superar fantasmas suyos que no deben aparecer a la vista ni al instinto del lector, ese entregarse por completo, ese acto de generosidad y amor que sólo los Grandes en literatura consiguen hacia sus lectores de sólo dar, distraer, deleitar. Espero algún día poder dejar comentarios sobre la fuerza de algún personaje suyo, nunca sobre si es bueno o no su autor, que hablemos de algún Quijote suyo y nunca de Cervantes, creo que me puede entender…Estoy segura de que, en el fondo, es lo que usted espera, y no le quepa duda de que es lo que quiero yo.

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