Cuentos completos – Flannery O’Connor

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Cuentos completos - Flannery O'ConnorNi un relato había leído de Flannery O’Connor antes de meterme entre pecho y espalda estas ochocientas páginas de literatura de la buena. Mucho hay que decir sobre esta mujer, nacida en el sur de los Estados Unidos y marcada por una enfermedad hereditaria que la consumió muy joven, dejando tras de sí una treintena de relatos y dos novelas. Esos relatos están compendiados en esta edición de Lumen, aunque las traducciones estén repescadas de varios lugares y, por tanto, el tono común que debería imperar a lo largo de las historias se pierda un poco.

Porque el tono de Flannery O’Connor es tan rico y personal que se hace difícil comentar sus relatos sin hacer mención de ello. Su estilo bebe de la riqueza oral de su tierra natal, de Georgia, de los estados del sur que tanto marcaron a Faulkner o a McCullers; una prosa marcada por la jerga intraducible (que en castellano siempre acaba por convertirse en un abominable remedo de andaluz) de los habitantes de unas regiones desoladas geográfica y moralmente, después de muchos años de perder una guerra que les arrebató su orgullo. En los cuentos de la norteamericana los personajes hablan; hablan mucho, aunque no siempre se entiendan, y ese rasgo es fundamental para entrar en la atmósfera que la escritora teje. Tal vez sea éste uno de esos casos en los que la traducción priva de un elemento importante (para familiarizarse con la historia, para vivirla plenamente) al lector.

El diálogo es importante por otro motivo. Los caracteres de los relatos de O’Connor son muy complejos (en tanto ella sabía retratar con precisión los dobleces del alma), pero su expresión es, en muchas ocasiones, simple. El observador leerá entre líneas, sacará conclusiones, pero el personaje se expresa con una llaneza propia de la gente sencilla: la gente que puebla casi toda la producción breve de la autora. Otro acierto más, puesto que para el lector es fácil identificarse con estos seres desamparados, contradictorios, que suscitan una empatía extraña (entre repulsiva y familiar) merced a su cercanía oral.

Esa identificación es sencilla de sentir, pero resulta desasosegante una vez experimentada. Muchos de los personajes de Flannery O’Connor ostentan rasgos que provocan un efecto de atracción, o de comprensión, pero sus personalidades son, en buena parte de los casos, oscuras y caóticas; no tanto por malvadas (como el Desequilibrado de ‘Un hombre bueno es difícil de encontrar’, uno de sus relatos más conocidos) cuanto por torturadas. Así, Manley Pointer, el protagonista de ‘La buena gente del campo’, podría pasar por una perfecta encarnación de la perversidad si no fuera porque su conducta es —considerada in extremis— una salida instintiva a la vida que tiene, a las circunstancias que le rigen. Ruby, en ‘Un golpe de buena suerte’, subvierte la natural felicidad de la maternidad y la transforma en miedo, en dolor y en sufrimiento.

Así mismo, la idea de la salvación (habitual en los narradores sureños) se refleja también en algunos personajes de estos relatos; sin embargo, es retorcida por O’Connor hasta el punto de lograr que la gracia sea tan particular como el personaje mismo. Esa redención puede ser la simple vuelta a su hogar que anhela el viejo Dudley en ‘El geranio’, el orgullo de la genealogía para Mark Fortune en ‘Una vista del bosque’ o el enfrentamiento directo con el mal para Calhoun y Mary Elizabeth en ‘Partridge en fiestas’. La salvación en las historias de Flannery O’Connor no es sencilla, ni sigue unas pautas establecidas (sean cristianas o no), sino que se ajusta a la condición de sus protagonistas, que normalmente la consideran necesaria, pero no están seguros de cómo lograrla.

A veces, esa virtud puede verse reflejada en la inteligencia; la inteligencia reglada, adquirida mediante estudio y esfuerzo. Sin embargo, la autora parece considerar en todos los cuentos que la sabiduría verdadera se encuentra en lo sencillo, en lo puro. No es que sea una idea original el confrontar el saber escolar con el natural, pero O’Connor va un poco más allá y plantea la posibilidad de que, en cierto sentido, la sabiduría de la gente iletrada sea un modo de alcanzar una visión especial —más puro, o certero—, mientras que el estudio y la formación tradicional sólo enturbien la realidad y priven de un conocimiento profundo de la propia alma. Esto ocurre de manera explícita en ‘El barbero’, un tronchante cuento que enfrenta a Rayber, un engreído profesor, con su peluquero, que le vence en su discusión sobre el candidato a votar en las siguientes elecciones. Y es que, como dice el barbero: «Las grandes palabras no le sirven de na a nadie. Lo qu’hay qu’hacer es pensar».

También se puede observar algo similar en ‘Las dulzuras del hogar’, otro relato estupendo y en el que se encuentra también otra característica de las historias de la autora estadounidense: la crudeza de las relaciones familiares. Porque para O’Connor los lazos que unen a las personas son frágiles y, la mayor parte de las veces, casi más fruto del azar que del sentimiento. Por eso el viejo Dudley, o Tanner en ‘El día del Juicio Final’, se encuentran encerrados por sus hijas en pisos de la ciudad; o Asbury enjuicia las creencias de su madre en ‘El escalofrío interminable’; o el hijo de Sheppard descubre que su padre profesa más amor a un delincuente que a él mismo en ‘Los lisiados serán los primeros’. La lista es larga, desde luego.

Y muchas otras cosas se quedan en el tintero, si es que pueden reseñarse en unas líneas. La escritura de Flannery O’Connor está llena de recovecos, de escondites en los que se ocultan muchos sentimientos, muchas verdades. Y están ahí, en los libros, esperando a que las descubramos…

10 COMENTARIOS

  1. Hay autores capaces de dejar una impronta especial. Ocurre muy pocas veces, por desgracia, pero cuando sucede me veo siempre acometido por la imperiosa necesidad de conocer todo a cerca de ellos. La preferencia deriva en devoción, y la biblioteca de casa en una especie de relicario donde tiene cabida lo más variopinto: recortes periodísticos, biografías, cartas publicadas, recensiones,… En fin, cualquier testimonio capaz de aportar nuevos puntos de vista sobre las peripecias vitales o creadoras de los escritores en cuestión. Afortunadamente, – por falta de espacio más que nada -, esta manía mía alcanza solo a un reducido ramillete de autores, Chéjov, Walser, Tolstói, Roth, – Joseph, no Philip -, Galdós, al que he incorporado recientemente, y pare usted de contar. Pues bien, tras la lectura de las novelas de Flannery O’Connor, “Sangre sabia” y “Los violentos lo arrebatan”, conocida también con el título de “Los profetas”, decidí incluir como miembro de pleno derecho de este sanctasanctórum a la autora estadounidense.
    El caso de la escritora de Savannah me resulta curioso y especial. En ella confluyen características muy singulares, enraizadas a menudo en la más pura de las contradicciones: pergeña una obra reducida y sin embargo intensa; hace empleo de una prosa ruda, directa, pero salpimentada de deficiencias ortográficas (¿?) , – ella misma se definía como “alguien con mala ortografía” – ; de su pluma surge un elenco de personajes mesiánicos y grotescos que, en ocasiones, acaban asumiendo el papel de modernos demiurgos, tarea ésta que casa mal con el ferviente catolicismo de su progenitora , – “Creo que la iglesia es la única que puede hacer llevadero el terrible mundo al que estamos abocados”, “La única fuerza en la que creo es la oración” -. A todo ello, y como colofón de la peculiaridad, baste añadir la desgraciada enfermedad de origen metabólico, “lupus erythematosus”, que limitó desde muy joven sus capacidades físicas y artísticas, – no era capaz de trabajar en sus narraciones más de dos o tres horas diarias -.
    La lectura de los 31 relatos que conforman el volumen de “Cuentos completos”, – algunos de ellos ya conocidos, puesto que no son sino capítulos de sus novelas, editados por separado durante su fase de creación -, la he alternado con “El hábito de ser”, un resumen de la correspondencia personal que mantuvo con amigos y admiradores a lo largo de casi 20 años. Y si la colección de relatos, dentro de un tono general altísimo, permite disfrutar auténticas maravillas, – “El negro artificial”, “La buena gente del campo”, “Partridge en fiestas”, “Un hombre bueno es difícil de encontrar” o “La vida que salvéis puede ser la vuestra” -, el conjunto de sus cartas facilita la comprensión de la obra y vida de esta gran escritora.
    Creo que su ideario y hasta muchos de sus tics no fueron sino el reflejo de la época y lugar que le tocó vivir, los años de segregacionismo racial en el sur inculto y atrasado de los Estados Unidos, pero curiosamente ese mismo entorno es el que dota a su escritura de una fuerza y singularidad inusuales. Las historias son casi siempre oscuras y su contenido, por lo tenebroso y grotesco, resulta en ocasiones incluso humorístico; los personajes, entrañables en su maldad o en su ignorancia, deambulan siempre por los relatos como seres perdidos, a la espera de algo, al acecho de un chispazo que les muestre el camino, pero cuando esta revelación ocurre, aunque no entienden nada, son conscientes de que un cambio brutal acaba de producirse en sus vidas: el niño de “El río” o el señor Head, y su nieto Nelson, ante el negro de escayola, son un claro ejemplo.
    Hay en las cartas de O’Connor muchos rasgos y opiniones que no concuerdan con mi forma de pensar, el conservadurismo de sus ideas, – incluso Eisenhower les resultaba a ella y a su madre demasiado liberal -, la desmedida importancia de la fe y la religión como explicación de todo, – “He nacido católica, fui a un colegio católico en mi infancia y nunca he dejado o he sentido ganas de dejar la iglesia”, “Escribo tal como lo hago porque – y sólo porque – soy católica” -, el concepto de negritud, – racismo diría yo -, que se muestra en relatos como “El negro artificial”, su relato preferido y del que afirma, “El negro artificial será la dimensión redentora del sufrimiento de los negros por todos nosotros” (¡!), pero no por ello hay que dejar de glosar su grandeza, su honestidad y su confianza en lo que hacía y como lo hacía. Aunque estaba siempre abierta a sugerencias, de hecho ellas y un perfeccionismo desmedido son las que le llevan a retocar hasta la saciedad los relatos, demorando el proceso de creación en exceso, se niega a prostituir la esencia de su obra. Hace lo que hace porque cree en ello y no sabe hacer otra cosa, las modas literarias no forman parte de su credo; recrea personajes que al lector le resultan excéntricos porque le encanta el mundo de lo absurdo, los hace descreídos porque a pesar de su fe inquebrantable está siempre cuestionándose todo.
    Creo que en Flannery O’Connor, – a diferencia de otros “genios” de la narrativa norteamericana jaleados hasta la extenuación por crítica y marketing -, sí hay una gran novelista, su legado, aunque escaso, así lo testimonia. Lástima que enfermedad la confinara a su finca “Andalusia”, con sus queridos pavos reales, limitando su labor creadora.
    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

  2. Sr. Molina, llevamos caminos inversos, aunque paralelos. Yo me estoy metiendo entre pecho y espalda la edición reciente, que Lumen titula «Novelas», y que contiene «Sangre sabia» y «Los violentos lo arrebatan». «Cuentos completos» vendrá a continuación, si soy capaz de asimilar la crudeza y brutalidad de su prosa y sus personajes.

    Vaya por delante que no soy un gran aficionado a la narrativa norteamericana. He leído cosas aisladas de Cheever, Bukowski, Chandler, Salinger…y, cómo no Roth y, en conjunto, me parece todo mucho más ruido que nueces. Pero Flannery O’Connor, me ha dejado sorprendidísimo (para bien). No había leído nunca una prosa tan desestructurada, tan poco preocupada por reglas ortográficas,… pero qué falta hacen remilgos estilísticos y gramaticales si las historias narradas te golpean con una fuerza tal que, en ocasiones, has de parar para preguntarte si puede ser real lo que te están contando.

    Se nos presenta un sur de EE.UU., (y me cuesta trabajo creer que en algún momento haya sido así), repleto de pobreza, ignorancia, brutalidad, con predicadores mesiánicos, paletos, vividores engañando a la gente con raciones de fe y salvación, ciegos que ven y otros que se ciegan, con cal viva, para no ver. Algo increible, una esquizofrenia colectiva que te golpea como yo nunca he visto; tras la lectura de «Sangre sabia», me vi obligado a hacer un alto para tratar de recuperarme de semejante locura.

    Así de tocado te deja Flannery O’Connor. A partir de ahora, una de mis escritoras favoritas.

    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

  3. Hola.

    Desgraciadamente y por muy miserable q parezca no puedo permitir comprarme libro, pero me encanta leer. Donde puedo descargarmelo en pdf? o si alguien esta dispuesto a venderme el suyo por un buen precio q contacte conmigo por mi correo por favor tetebajo1@hotmail.com

  4. Este libro aunque no lo he leido enterito me parece una gozada, sus cuentos son puro corazón, la forma que tiene de integrar una atmosfera a la narración me parece muy inteligente: los diálogos, la redención, las mitologías de ecos cristianos del viejo sur.

    O’Connor es conmvedora.

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