La genialidad de un escritor no solo se puede encontrar en sus grandes obras, sino en muchos de los pasajes de otros de sus textos menores que, tal vez, sean pasados por alto en el recuento de sus logros. Este es el caso de John Galsworthy, cuyas novelas breves (alguna ya reseñada en esta web) tienen tantos elementos destacables como sus novelas más ilustres y de mayor enjundia.
Es el caso de El testamento del estoico, una novela breve publicada junto a otras cuatro algunos años antes de dar forma al grueso de su ciclo más famoso con la familia Forsyte. A partir de un hecho banal, Galsworthy nos muestra no solo su capacidad para describir toda una sociedad con unas pinceladas, sino también su habilidad para forjar una psicología capaz de embelesarnos por su vitalidad y viveza. El anciano Sylvanus Heythrop se encuentra abocado a la ruina al final de sus días; acuciado por las deudas, pero orgulloso y obstinado, pretende asegurar el futuro de unos nietos que tuvo un difunto hijo ilegítimo. Sylvanus es mordaz, desabrido y hosco, pero a lo largo de la obra descubriremos que bajo su coraza de sarcasmo se oculta un corazón noble; mucho más, de hecho, que otros de los personajes que cruzarán sus destinos con el suyo.
Una vez más, Galsworthy utiliza un personaje para poner de manifiesto características de toda una clase social. En este caso, y al igual que en otras de sus novelas, la «casta» de los abogados y empresarios es mostrada con una sagacidad no exenta de crítica; más allá de los dilemas puramente sociales, el autor presenta los detalles sórdidos de unos hombres preocupados por el dinero, el poder y la fortuna. El personaje de Charles Ventnor, un hombre de negocios sin escrúpulos, incapaz de la menor emoción y dispuesto a todo con tal de conseguir dinero, es un ejemplo palmario del tipo que Galsworthy busca representar.
Frente a él se erige la figura de Heythrop: un anciano furibundo, de mal carácter, e incluso artero, pero cuyas intenciones últimas, aunque cuestionables desde un punto de vista social, son muy humanas. No solo podemos comprender la bondad postrera del protagonista hacia su nuera y sus nietos, sino que sentimos como cercano su desdén hacia unos colegas (empresarios, inversores, propietarios o abogados) que, aunque tengan muchos puntos en común con él, le han llegado a ser tan ajenos como odiosos. El estoico, como su nieto le denomina en un pasaje del texto, no lo es tanto por convicción como por evolución; Heythrop afronta el final de su vida con un estado de ánimo en apariencia impasible, pero fruto de una existencia que ha combinado los placeres con los sinsabores. Su estoicismo es una consecuencia de su visión de la vida como algo intenso y fructífero.
Galsworthy crea así un personaje que combina un hedonismo algo cuestionable con una preocupación genuina (aunque bien oculta bajo su manto de causticidad) por los demás. Si bien es difícil no aborrecer alguno de sus comportamientos, pronto se hace patente que Sylvanus es una buena persona cuyo carácter ha sido marcado por una forma de vida que privilegia el engaño, el fingimiento y la ostentación sobre otras características más virtuosas —o, al menos, más humanas—. Con una maestría indiscutible para poner en palabras las emociones más complejas, el autor teje una historia en la que importa menos la posición moral de los personajes que su evolución posterior; una historia de amor, en el fondo, aunque parezca disfrazada de ambición.
Para los que aún no hayan tenido la oportunidad de acercarse al extraordinario narrador que es John Galsworthy, sin duda El testamento del estoico es una obra excelente para iniciarse en su universo literario.
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Por ejemplo fue un novelista , de la narrativa y uno de los tantos de la aristocracia como narrador destacado en lengua en, hay muchas novelas suyas entre las que cabe destacar , que recibió el premio Nobel, por el conjunto de sus novelas.
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jorge