La insoportable levedad del ser es una de las novelas más conocidas del siglo XX, obra destacada de un escritor también conocido y destacado. Un excelente ejemplo de lo que la literatura del pasado siglo, tan consciente de sí misma, pudo dar de sí, al tiempo que una avanzadilla de lo que nos esperaba a los lectores con el nuevo milenio.
La insoportable levedad del ser es una buena novela, incluso excelente. Los incisos filosofales del narrador (al que resulta imposible no identificar con el propio Milan Kundera, aunque siempre se insista en que narrador y autor no son la misma persona) se equilibran adecuadamente con los capítulos de la vida de Tomás, el protagonista, y de Teresa, Sabina y Franz, unos personajes no del todo secundarios, en cuanto se usan para ilustrar las tesis de la novela.
La historia de Tomás es la de un hombre normal, exceptuando su monomanía con las mujeres, que le hace ser pertinazmente infiel. Y exceptuando, también, que vive la ocupación soviética de Checoslovaquia, país del que se marchará para después regresar y sufrir las consecuencias de su traición.
En resumen, que Tomás no es, en realidad, un hombre normal, y por eso sirve de materia para la ficción. Pues con los avatares de su existencia, que el lector sigue con atención, Kundera desarrolla la idea de que la vida (también la nuestra, la de quienes sí somos personas corrientes) es siempre como la puesta en escena de una obra que no hemos ensayado. No estamos preparados, nos equivocamos, a veces también salimos airosos, pero siempre, por años que llevemos sobre las tablas, demostramos nuestra bisoñez e inexperiencia.
Lo peor, o tal vez lo que nos salva, es que nunca llegamos a saber el título de la obra en la que actuamos, como tampoco tenemos una visión completa de la misma. Esa visión la tendría alguien que, como el narrador de La insoportable levedad del ser con Tomás, conozca bien nuestra historia, pero también la de los personajes que le rodean.
El narrador de La insoportable levedad del ser ve a Tomás aguantar con denuedo en el escenario. Pero ve también a Teresa, Sabina y Franz. Cada uno protagoniza su propia obra y esa experiencia les absorbe tanto que anula su capacidad para apreciar las interpretaciones del resto. Si lo hicieran, tal vez comprenderían mejor sus papeles. Pero la vida es improvisación y siempre hay que seguir adelante.
El narrador tiene una visión de conjunto que puede descubrirle al lector al final de la novela. La historia de amor de Tomás y Teresa, cuyas peripecias se siguen con interés, demuestra cómo, a pesar de haberse sacrificado el uno por el otro, el egoísmo siempre ha estado presente en la relación. Ambos se esfuerzan, cada uno a su manera y con distinta intensidad a lo largo de su vida en común, por hacer las cosas bien, pero lo perfecto no existe en este pícaro mundo.
Las reflexiones del facundo narrador inundan La insoportable levedad del ser y ellas fueron las que le valieron la calificación de novela filosófica. Ahora bien, es la suya una filosofía individual, no universal. Una filosofía que aplica precisamente porque el siglo XX, en especial sus postrimerías, ha sido un siglo de personas individualistas.
Algo susurra a gritos mientras se lee La insoportable levedad del ser que todo lo que nos enseña con sus reflexiones no es verdad. No es al menos una verdad universal que hablará a cualquier ser humano mientras el mundo gire (como sí lo hacen las obras maestras de la literatura). Un poco menos de individualismo, un poco menos de autopermisividad (de pensar soy un ser humano, soy falible, para qué esforzarse en intentar hacerlo bien) y esta novela ya solo se entendería como una historia. Bien contada, lo que ya es mucho, pero con una trascendencia relativa.
Tardé en leer LA BROMA, libro con el que M. Kundera se hizo archiconocido en Europa. Pero «La insoportable levedad del ser» no deja de ser un libro con la misma capacidad referencial que el de La broma. Una vez una amigo al que se lo recomendé terminó por decirme que parecía un libro de enredos de pareja. Me parece que lo leyó muy mal. Kundera habla de relaciones profundas, destacando registros psicológicos muy interesantes. Y no deja de ser un libro sumamente político, que nos habla de los defectos puntuales del totalitarismo. La carga erótica es un agregado también muy importante. De Kundera decía Carlos Fuentes que era «el otro K» checo, en referencia a Franz Kafka, quien sería el primero. Autor totalmente necesario para comprender a la Europa actual, por lo menos.