La isla – Giani Stuparich

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La isla - Giani StuparichDice Claudio Magris en el posfacio de «La isla» que es un «relato admirable de vida y de muerte, no conjurada sino mirada sin piedad cara a cara y resumida épicamente en el fluir de la vida». Pasando por alto la literatura de semejante afirmación, sí hay que admitir que Giani Stuparich pone al lector frente a una situación terrible, aunque atenuada por la humanidad de los personajes.

«La isla» narra una historia bien sencilla: un hombre entrado en años y aquejado de un cáncer terminal pide a su hijo que le acompañe a la isla del Adriático que le vio nacer; en ese ambiente reducido, de gentes sencillas que se enfrentan al mar desde tiempos inmemoriales, el segundo asiste a la decadencia insoslayable del primero sin poder hacer nada para evitarle sufrimientos.

Stuparich no elude nada: el mal del anciano es algo terrible, pero imposible de evitar. La pasión de su hijo es inmensa y desinteresada, pero nada aporta para que el viejo se recupere. Ambos son conscientes de que ese viaje es un periplo vital para que el padre pueda «despedirse» de sus orígenes, para que se arme de un ápice de serenidad ante lo que sobrevendrá de inmediato. El autor no ofrece asideros emocionales, ni consuelos tramposos: la muerte es inevitable; el sufrimiento también.

La historia se narra de forma alterna desde el punto de vista del padre y del hijo, y el gran acierto reside en ese intercambio de miradas, en la posibilidad para el lector de asimilar una misma experiencia desde dos puntos de vista tan diferentes. El padre asume su destino con una imperturbabilidad recia, de hombre luchador y aguerrido; el hijo, aunque sabedor del final irrevocable, mira a su progenitor con los ojos de la infancia, desde una posición en la que añora la figura que fue y que se lamenta y sufre por el deterioro palpable que observa. De hecho, durante el viaje trata de engañarse con la idea de que la isla insufla nuevas fuerzas al padre, aunque ambos terminen por abandonar el lugar de improviso por un súbito empeoramiento de su salud.

El punto fuerte de un relato tan sencillo (aunque desolador) es la prosa de Stuparich. Seca, ruda y árida, como la propia isla natal del viejo, expone los hechos con una frialdad clínica; ni siquiera los ocasionales atisbos de la conciencia de los protagonistas ofrecen un vislumbre de consuelo. El estilo es elegante, sobrio, pero amargo en su desarrollo: el lector se sumerge en un proceso de decaimiento y desaparición tan inevitable como oscuro. Y, sin embargo, el autor nos acerca a la parte más humana del ser, a la más amable, y quizá gracias a ello una historia de muerte se convierte, también, en una oda a la vida. Ante la valentía del padre, que encuentra en su estoicismo una nueva forma de placer, y el amor del hijo, que descubre al verdadero ser humano que se esconde tras la figura que él reconocía como padre.

En unas pocas decenas de páginas, Stuparich plantea de forma magnífica la necesidad de reconocernos como hombres para afrontar nuestra debilidad. La enfermedad o la muerte son inevitables, pero redimibles, de cierta manera, merced a nuestra capacidad de empatía, compasión o amor. Dolorosa lección la que inflige el escritor, aunque sea insoslayable.

5 COMENTARIOS

  1. […] Ahora se le invirtieron las imágenes en el recuerdo: era él quien se desmoronaba enfermo, mientras su padre, sólido como un navío bien construído, lo sostenía y lo llevaba consigo en medio de un viento impetuoso. La inmensa habitación, en la que bailaban sombras monstruosas cuando se movía la llama de la vela; la pavorosa oscuridad, que se tragaba su alma atemorizada; un martilleante dolor de cabeza y la sensación de desvanecerse; el grito de socorro que le emergía del pecho, y la presencia de su padre más viva y consoladora que cualquier luz; el terror cesaba, se calmaban los dolores, el ánimo se le disolvia en una nueva dulzura al sentir bajo su cabeza el pecho seguro y fuerte de su padre; y así, transportado, salvo, se quedaba placidamente dormido. __ Do libro La isla […]

  2. Mi más sincera felicitación.

    Sr. Molina, ha conseguido resumir de una manera espléndida la inmensa belleza que encierra esta pequeña maravilla de la literatura. Creo que define usted a la perfección la esencia de «La isla» hacia el final de su reseña: «una historia de muerte se convierte, también, en una oda a la vida». Ésa es la impresión que se extrae después de leer las poco más de cien páginas de este libro; la muerte nos llega a todos pero la vida no se detiene, continua fluyendo ajena totalmente a nuestra ausencia.

    El relato muestra de forma muy bella la aproximación final de un hijo a su padre, muy enfermo. Un hijo que asiste, entre conversaciones y silencios, al declinar de una vida que contrapone a sus recuerdos, rememorando la enorme y pasada vitalidad de su padre, que también él habrá de perder en su día.

    Resulta especialmente conmovedora la excursión a una cala, antaño virgen y ahora atestada de bañistas, donde el padre explica como, de chiquillo, venía a decir adiós o a recibir los barcos que viajaban a América y a la India. Momento destacable por su especial ternura, pero el libro está repleto de otros igualmente emotivos.

    Este relato me ha recordado a Chéjov, por su capacidad para ahondar en los sentimientos más profundos de los personajes, de un modo tranquilo y sereno, pausadamente y sin hacer ruido, casi como el escenario donde transcurre el encuentro, una isla bañada de luz, sol y vida.

    Un cordial saludo para los seguidores de solodelibros.

  3. Me ha gustado el comentario, sobre todo en la parte que hace referencia al estilo del autor. Muchas veces la crudeza crea su propia belleza, su propia nomra. Parece una lectura recomendable, así que gracias por la sugerencia que habrá que tener en cuenta.

    Un saludo.

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