«La muchacha de los ojos de oro» es una breve novela que Balzac escribió antes de comenzar su monumental Comedia Humana, si bien luego sería incluida en ésta formando parte de la trilogía «Historia de los trece», de la que forma parte junto con «Ferragus» y «La duquesa de Langeais»
En «La muchacha de los ojos de oro» Balzac narra la breve historia de amor de trágico final del joven De Marsay con una bellísima joven de ojos dorados que guarda un terrible secreto. Como introducción a la obra, el autor realiza un retrato del febril París entregado a la consecución del placer, por el cual paga cada cual el precio que puede. Toda la ciudad se afana en una loca carrera para alcanzar los medios que la lleven a obtener la satisfacción de sus sentidos, unos buscando burdos placeres, otros placeres más refinados, cada quien según sus posibilidades.
De Marsay es un joven con muchas posibilidades por lo que busca el placer que se encuentra más allá de lo ordinario. Hijo natural de un noble inglés, joven, guapo y poseedor de una importante fortuna, Balzac le presenta como un joven que se considera a sí mismo de vuelta de todo, ahíto de todo goce, seguro de obtener siempre lo que desea sin dificultad, hastiado de la facilidad con la que todo se le ofrece. De ahí su interés por la joven de los ojos dorados que, además de ser hermosa, vive rodeada de un gran misterio. Encerrada en un palacete, De Marsay supone que es la amante de un viejo aristócrata español y el deseo de conseguirla acicatea a nuestro joven en un primer momento. Rápidamente sin embargo logrará llegar hasta ella, lo que hace que disminuya su interés y que tome el temor de ella a ser ajusticiada por habérsele entregado como un intento infantil de llamar su atención, una vez que él ya ha tomado lo que desea.
Sin embargo el lector va intuyendo que ciertamente la joven oculta algún escabroso secreto, atendiendo a ciertos detalles que De Marsay parece pasar por alto. ¿Quién es el cancerbero que tan celosamente guarda a la joven, quién el dueño de la habitación diseñada para el placer donde la joven recibe a De Marsay, quién le ha enseñado los refinamientos del goce si, según las palabras del joven, ésta «era virgen, sí, pero, desde luego, no era inocente»?
Sin pasar más allá, para no anticipar nada a quienes se aventuren a leer la novela, apuntaré sin embargo que, efectivamente, el joven De Marsay conocerá finalmente al «dueño» de la hermosa de los ojos de oro, en una tan sorprendente como cruenta escena final en la que Balzac introduce una vuelta de tuerca que, sin embargo, se ha ido perfilando con pericia a lo largo de toda la historia.
Destaca en esta novela su tema fuertemente sensual, erótico, en la que no falta ni cierto toque de sadismo, ni una escena de travestismo que recuerda a la «Mademoiselle de Maupin» de Gautier. La voluptuosidad exuda de cada página, pero es una voluptuosidad que Balzac disfraza de lujo asiático, imbuido por el gusto por todo lo oriental que caracterizaba a la época. Si bien ese Oriente que se imaginaba desde Europa estaba más basado en la fábula que en la realidad, como ocurre con «La muchacha de los ojos de oro» en la que Balzac recoge la idea del harén, un tanto transformada según la imaginación occidental.
Así el protagonista de la historia asume enseguida que la joven de los ojos dorados es la esclava (sexual, se entiende) de un afortunado hombre que la mantiene encerrada en una exquisita habitación pensada para el goce y que la ha instruido en todas las artes de la complacencia. Y en esa trama subyace la idea del harén, tal como erróneamente se concibe en occidente: un espacio donde reina el lujo concebido como una prolongación de la sensualidad, un lugar donde la mujer espera encerrada y siempre disponible al dueño absoluto de su vida y su sexualidad, un espacio prohibido a cualquier otro varón donde, sin embargo, todos anhelan introducirse subrepticiamente, tal vez no tanto por poseer a la mujer que guarda, como por burlar al poseedor del tesoro.
En definitiva, una temática muy acorde con el autor que tanto empeño puso en retratarnos París como la moderna Babilonia.
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Lo he leído este fin de semana, y sólo las 40 primeras páginas son increíbles. La descripción de París, la crítica a la ciudad y sobre todo a sus habitantes te dejan sin respiración. Nada ni nadie se escapa de sus críticas.
El epílogo (la relación literatura-pintura) está muy bien.
Y la edición también me gusta mucho.
Enhorabuena por esta web(blog?).
Saludos.