No soy Stiller fue la primera novela del suizo Max Frisch y de manera inmediata le valió el reconocimiento internacional. Aunque correcta y bien tramada, esta primera obra carece de la capacidad de causar un impacto duradero en el lector que es la cualidad más reseñable de la magistral Homo Faber. No obstante, No soy Stiller propone una interesante reflexión sobre aquello que llamamos identidad.
Debido a un incidente en la aduana, James Larkin, un ciudadano norteamericano, es retenido en prisión preventiva en Suiza. Se le acusa de ser Anatol Stiller, un suizo desaparecido ocho antes y tal vez relacionado con un caso de espionaje. Para que demuestre la falsedad de la acusación, se le entrega un cuaderno en blanco para que escriba “sencillamente la verdad”. Es decir, el señor White debería escribir su vida, pero acaba escribiendo la del ausente Stiller.
En su cuaderno, White se limita a escribir lo que sobre Stiller le cuentan sus visitas. Debido a su parecido físico con el desaparecido, todo el mundo da por supuesto que habla con el auténtico Stiller. Así, White puede reconstruir la vida de su doble: su participación en la Guerra Civil española, su matrimonio, su trabajo como escultor y hasta sus aventuras extramatrimoniales.
Pese a su pormenorizada anotación de la vida de Stiller, White en ningún momento reconoce ser el desaparecido. Escribe sobre la vida íntima de ese hombre con distancia y desapasionamiento. De hecho, rara vez toma parte por Stiller en su relato, sino que siempre parece ponerse del lado de los otros, sea su mujer, su hermano o su amigo.
¿Es o no es Stiller?, se pregunta el lector. Pero en el fondo esa cuestión es secundaria. Porque, como apuntábamos al principio, Stiller trata de la identidad. Toda la narración de White sobre la vida de Stiller sirve para desgranar y analizar los diferentes estratos que forman aquello que somos.
Está lo que quisiéramos ser (un valiente excombatiente por una causa justa); está lo que somos (un marido infiel incapaz de comprender a su esposa); está lo que nos obligan a ser (un ciudadano suizo con la cartilla militar en regla). Y en el medio de ese laberinto, un alma se busca dolorosamente a sí misma. Un alma que, en el intento de encontrarse, hiere también a los demás.
¿Es o no es Stiller? Ese detalle no importa, pero el lector entiende cada vez más por qué Stiller huyó y por qué inventa las rocambolescas historias con que entretiene a su carcelero.
No soy Stiller es una novela sobre la forma en que el ser humano trata de hacer malabares con lo que es, lo que quiere ser, lo que los demás creen que es y lo que esperan que sea. El precario equilibrio de ese juego se manifiesta especialmente en las relaciones de pareja, que Frisch ejemplifica con varias historias: la de Stiller con Julika, su mujer; la de Stiller con Sybille, su amante; la de Sybille con Stiller; la de Sybille con Rolf, su marido; y la de Rolf con Sybille. Los implicados son siempre los mismos y, sin embargo, la historia cambia cada vez, como un caleidoscopio con infinitas perspectivas. Cada personaje tiene una versión de la historia y todas son verdaderas.
No soy Stiller se cierra con un epílogo escrito por el fiscal (convertido en amigo y confidente del preso) a los cuadernos de la cárcel. Ese epílogo, aun siendo de nuevo muestra de la capacidad de Más Frisch para diseccionar el alma humana, con sus puerilidades y sus grandezas, es tal vez un apéndice sobrante. Si gusta por la indudable destreza con la pluma del autor, sobra por sobreexplicativo.
A pesar de ello, No soy Stiller es una obra que no defraudará a un paladar exigente.
Aunque sí lo hará, sin la menor duda, una traducción bastante descuidada. El galimatías que se arma la traductora con las preposiciones es importante. Un tirón de orejas para Seix Barral.
Mas de Maz Frisch:
Brillante la breve recensión. He encontrado notable, sin embargo, «No soy Stiller.»
Hola Sra. Castro,
Ya manifesté mi opinión sobre este libro a raíz de un comentario surgido en vuestro blog, y no la varío ni un ápice, “No soy Stiller” me resultó tan decepcionante como extraordinaria “Homo Faber”. Y es que con la mayoría de autores ocurre muchas veces lo mismo que con los lugares donde has sido feliz: no vuelvas a visitarlos porque nada será igual. Yo, inmediatamente después de leer “Homo Faber”, me volqué en “No soy Stiller” y pagué las consecuencias en forma de desencanto.
En innumerables ocasiones he manifestado mi aversión a las “sesiones de diván” aplicadas a la literatura y creo que la obra de Frisch, reseñada hoy por ti, es un claro ejemplo de ellas. Publicada el mismo año en que imprime un giro brusco a su vida, – abandona la carrera de arquitecto y decide dedicarse a escribir -, la novela se centra en cuestiones ontológicas muy propias de la época. No olvidemos que a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, y auspiciadas por la sensación de orfandad y extravío que la contienda produjo en buena parte de la sociedad, surgen corrientes de pensamiento, como el existencialismo, comprometidas con la comprensión de la idea del “ser”. El libro se ha dicho muchas veces que debe leerse en clave de negación a la identidad del hombre moderno y de crítica acerba a la sociedad suiza de los años cincuenta, pero en su conjunto, no pasa en mi opinión, de un confuso pastiche de pensamientos e historias que, si en un principio resultan interesantes, acaban por convertirse en insufribles.
Y discrepando, si lo permites, de tu reseña, creo que lo que sobra en el libro no es su segunda parte, la titulada “Epílogo del fiscal”, sino los siete cuadernos iniciales, o sea la casi totalidad de la obra pergeñada por Frisch. Suerte que poco tiempo después nos compensó de sobras con “Homo Faber”, una novela maravillosa.
Tras más de tres años después de su lectura, continúo pensando lo mismo, “No soy Stiller” es una obra fallida y frustrante.
Un fortísimo abrazo para ti y mis cordiales saludos a todos los seguidores de solodelibros
Hola, Miguel:
Es cierto que No soy Stiller no está, ni de lejos, a la altura de Homo Faber. Sin embargo yo he encontrado en la novela algunas ideas interesantes sobre la identidad, como la de que los demás nunca nos ven como somos: o bien se quedan trabados en la imagen de lo que fuimos -sin atender a la natural evolución que sufre cualquier personalidad con el transcurso del tiempo-, o bien se aferran a una imagen que de nosotros se han formado y que poco tiene que ver con la realidad.
No niego que estos pensamientos pueden ser un poco tontos, pero responden a cuestiones sobre las que yo misma he meditado con frecuencia y supongo que encontrar el eco de mis propios pensamientos en la novela me ha resultado gratificante. ¿No es ese uno de los placeres de la lectura?
Un abrazo fuerte.
Sra. Castro,
Como podrás haber advertido por mi comentario, no soy persona muy propicia a las reflexiones filosóficas aunque, como en todo, esto va por etapas y he de reconocer que yo también atravesé una fase durante la que estuve volcado en digamos las “interioridades del ser”. Coincidió con mi época de estudiante, y a ello contribuyó especialmente un magnífico profesor de Filosofía del que guardo un grato recuerdo, José María Conejo.
Después, el continuo goteo de los años me llevó a posturas más terrenales, no me atrevo, ya ves, a decir más prácticas. Bastantes problemas tenía yo para entender la realidad que me rodeaba, aún los continuo teniendo, como para ponerme a bucear en mí interior. Error contumaz el de conocer más la realidad que a uno mismo, pero en ello estoy aún embarcado después de muchos años. Cuestión de prioridades. No doy para más.
Esta forma de pensar influye decisivamente en mis gustos literarios. Por ejemplo, huyo, como gato escaldado del agua fría, de los ensayos. Un género que no me interesa nada per se, a no ser que aporte reflexiones surgidas del análisis y estudio de la realidad. Ya sabes lo que se dice siempre de los filósofos griegos, fueron capaces de aportar mucha luz a la oscuridad del mundo en que vivían pero no de mejorar las condiciones de vida de sus sociedades.
Con ello, trato de decirte que “No soy Stiller” me pareció demasiado etérea, demasiado inconcreta y demasiado abierta a todo tipo de interpretaciones, cosa que a mí no me acaba de convencer, aunque a otros les parezca perfecta. Demasiado camino andado, creo yo, para no ir a ninguna parte.
Aprovecho, una vez más, esta ocasión para desearos, a ti, al Sr. Molina y a todos los seguidores de solodelibros una feliz navidad y un venturoso año 2016.
Hasta la próxima. Un fuerte abrazo a todos.