Relatos 1 y 2 – John Cheever

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Relatos 1 - John CheeverEscribir algo acerca de John Cheever, y en concreto de estos relatos, es algo verdaderamente difícil. Tanto se ha dicho ya sobre el Chéjov de los suburbios que parece imposible añadir algo interesante o distinto a toda esa información.

Yo leí algunos cuentos de Cheever en la universidad, puesto que en mi carrera eran lectura obligada en según qué asignaturas, y recuerdo «El nadador» o «El ladrón de Shady Hill» como joyitas del género breve. No cuento esto con afán autobiográfico, sino para ilustrar -una vez más- el hecho de que nuestras circunstancias cambian la percepción que tenemos de las cosas: en este caso, de la literatura que leemos.

Cuando me enteré de que Emecé estaba reeditando (de forma un tanto taimada) las obras de Cheever, pensé que era una oportunidad magnífica de formarme una opinión cabal, ahora que ya había abandonado la universidad y no tenía que escribir más comentarios de texto que contentasen a mis profesores.

¿El resultado? Dispar, lo confieso. Evidentemente, hay muchos relatos en estos dos volúmenes (y ni siquiera se recogen todos los cuentos que publicó Cheever: faltan algunos), y entre tanta variedad, como es comprensible, hay de todo: bueno, mediocre y regular. Quizá los del ciclo romano (ambientados en Italia) sean los más flojos, por temática y estilo. Otros, como ‘El nadador’, citado mús arriba, son de una frescura y finura increíbles. ‘El ladrón de Shady Hill’, en contraste, me ha dejado un regusto inane: Cheever es capaz de tejer unos relatos bellísimos, con unas complejidades emocionales sorprendentes, pero también es capaz de rematarlos con un marchamo de inocencia que sabe a poco, como en el cuento al que aludo, o en ‘El ángel del puente’, de una candidez un tanto recargada.

Cheever, no obstante, es un escritor muy bueno, capaz de convertir detalles y acciones mundanas en auténticas obras de arte. Sus personajes parecen una evolución un tanto marchita de aquéllos de Scott Fitzgerald: gente acomodada, de una clase media descontenta y eternamente insatisfecha con sus vidas. Sin embargo, los protagonistas de las historias de Cheever son más oscuros, más corruptos, más abatidos por el tiempo que les toca vivir. Aunque en algunos cuentos exista un ‘final feliz’ (si es que eso se puede aplicar a un escritor como éste), la atmósfera que lo rodea siempre es luctuosa, pálida. En ‘La olla repleta de oro’, por ejemplo, la redención del protagonista a través del amor a su mujer y la tranquilidad que le otorga no le libra de una mala suerte endémica, un fario funesto que convierte su descubrimiento en un oasis imaginario de paz en mitad de un universo implacable en su crueldad.

Relatos 2 - John Cheever Quizá para compensar esa infelicidad inmarcesible de sus personajes, Cheever introduce siempre (en especial en los relatos más tardíos de su obra) una nota de esperanza que suele ir encubierta bajo las repentinas epifanías que sufren los personajes. Así, en ‘El ladrón de Shady Hill’ Johnny Hake se sobrecoge ante el esplendor de la naturaleza antes de cometer un robo y, de esta forma, se redime de sus fechorías; el señor Estabrook percibe la grandeza de la vida mediante el amor a su amante en ‘Marito in cittá’; los protagonistas de ‘La Navidad es triste para los pobres’ cobran valor a través de la caridad de la que hacen gala…

Pero quizá lo más importante de estos cuentos sean los silencios, las ausencias, las sombras que se entreven, pero jamás llegan a percibirse por completo. Los personajes de Cheever pueden parecer evidentes en un primer momento, pero siempre ocultan algo, conocido por ellos o no, que les transforma a los ojos del lector: oficinistas, viajantes y escritores pueden convertirse en amantes, ladrones o suicidas en unas pocas páginas. Y el autor consigue reflejar esos matices de una manera poco común, aunque, como ya he dicho, los resultados sean irregulares. ‘Adiós, hermano mío’, ‘Granjero de verano’ o ‘Metamorfosis’ son narraciones impecables, mientras que algunas otras carecen de interés.

Es evidente que en una obra tan vasta como la de este escritor ha de haber, por necesidad, luces y sombras: no es demérito que, entre docenas de relatos, los haya mejores y peores. A mi juicio, los personajes de Cheever adolecen de realidad, de cierta consistencia: esos ‘eternos adolescentes’ que se mueven en un mundo de sueños sucios y realidades deslumbrantes pueden llegar a resultar acartonados, ficticios. Quizá por ese motivo hay pocos cuentos que me hayan impactado de verdad. Por escoger dos, diré que me quedaría con ‘El nadador’ y ‘El marido rural’; en ambos se puede apreciar la mejor prosa de Cheever y tanto Francis Weed como Neddy Merrill resultan cercanos y extremadamente humanos. Del resto, que cada uno elija un color…

4 COMENTARIOS

  1. «PARECIA UN PARAISO» DE JOHN CHEEVER

    Esta novela interminable de ciento cuarenta y tantas páginas generosamente contadas es la última novela del norteamericano John Cheever. Digo interminable para decir que el que la está leyendo no quiere que se termine. Y digo interminable para decir que cuando termina no termina. En realidad termina para empezar de nuevo en ella misma. Termina para empezar de nuevo en cualquier párrafo de ella misma.
    Lo que inventaron los franceses lo hicieron los norteamericanos con espontaneidad y alevosía. La retórica cuando no da vida mata. Gracias a la retórica de Robbe-Grillet, lo que hicieron los norteamericanos posteriores a Faulkner es volver a Hemingway. Se pusieron a escribir las novelas de Faulkner con el estilo de Hemingway. Las ideas de Robbe-Grillet sobre la novela contribuyeron a que Robbe-Grillet escribiera sus primeras novelas para seguirlas al pie de la letra pero ignorándolas olímpicamente. Digo olímpicamente y estoy diciendo totalmente. Lo que quedó de las ideas de Robbe-Grillet fueron sus novelas y una renovación necesaria de la novela que trajo como consecuencia muchas malas novelas y un sinfín de teorías tan anodinas como algunas veces brillantes y necesarias como una gran novela. Bueno, dejemos estas cosas para más adelante y vayamos de una buena vez a hablar de Cheever.
    Su prosa tiene el ritmo de la imaginación de su prosa. Su prosa es de carne y hueso como el amarillo de las rosas amarillas del personaje de John Cheever. Ustedes tendrían que leer esta novela para que yo pueda comprender esta frase. Ustedes tendrían que leer esta novela de John Cheever para que yo pueda escribir esta frase que dejo escrita con la ilusión de entenderla.
    Ya fui sorprendido por Cheever cuando leí su «Falconer». Inesperadamente, por lo menos para mí, «Parecía un paraíso» me sorprendió dos veces.

    constantino mpolás andreadis
    LITERATURACONSTANTINO.BLOGSPOT.COM

  2. He terminado Falconer. La libertad por vía de la ingestión del cuerpo de cristo por equivocación y un sudario de saco de lona engomada. Morir en vida para resucitar en un autobús comarcal. En el cielo de cada día visten gabardinas, que no dejan de ser sacos de lona engomadas también, Wenders ya nos lo enseñó. Es cuestión de actitud: alegría.

  3. El nadador es bien conocido, y es bueno saber que también tiene luces y sombras, como yo creo que casi todos los prolíficos autores. Siempre he leído sobre Cheever peor no su trabajo todavía. Espero cazar alguno de los relatos que recomiendas. Preciosa y práctica web. Me gusta por su sencillez, que es lo que importa, para leer el contenido, no el continente. Enhorabuena.

  4. Yo me quedo con… «Adiós hermano mío » o «Oh ciudad de los sueños rotos»… o… nosé… TODOS. Es el único autor en el que no he notado nunca irregularidades. Y las debe tener, supongo. Pero para mí cada cuento con esos finales me derrumban.

    Es cierto, sobretodo en su primera etapa Cheever continua grandes episodios fitzgeraldianos, con esas fiestas en los apartamentos y demás. Creo que Cheever utiliza el realismo a su antojo: su narrativa es básicamente metafórica pero a la vez coherente con su forma.

    Brillante crítica, enhorabuena.

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