Teoría de todo – Paula Lapido

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Los relatos contenidos en Teoría de todo recuerdan a otros escritores (las influencias de la autora son muy palpables y no se molesta en ocultarlas), pero Paula Lapido hace lo que los buenos escritores: reinterpreta la tradición para mostrar un universo propio y lleno de matices originales. Como en casi toda recopilación, hay textos que alcanzan una calidad brillante y otros que se lastran con el peso de esas influencias y de alguna carencia formal, pero hay que reconocer que la calidad del libro es muy alta.

Si hay algo que pueda poner en común estos cuentos es la imposibilidad: sus protagonistas son incapaces de conseguir sus propósitos, o al menos tal y como ellos mismos se los plantean. El destino y su propio carácter hacen de todos ellos criaturas desnortadas, ausentes, aunque de un coraje mayúsculo para arrostrar los reveses de la vida. El mejor ejemplo es ese Spiderman maduro y solitario que, tras ser abandonado por su eterna novia, se dedica a ejercer de voyeur y a beber cervezas. El cliché del superhéroe puede haber sido tratado con anterioridad, pero Lapido dota a ese protagonista de una serie de cualidades y vicios tan contradictorios que uno no puede por menos que encariñarse con él.

Ese cariño (empatía, afecto, llámenlo como deseen) se hace extensible a otros personajes: su evidente debilidad, aun cuando vaya unida a una repulsión obvia (como en el caso de «Las galletas Koleo son las mejores del mundo entero»), despierta una cercanía que los convierte en creaciones de una humanidad sólida y real. Ocurre con el hombre lobo de «Balas de plata», con el músico fracasado de «Sisool» o con el estudiante de «Setas venenosas»: todos ellos generan sentimientos de índole muy diferente, pero su afán por alcanzar un deseo, por mejorar, los hace nobles.

Es precisamente este tratamiento de los personajes, el hecho de que sean figuras tan complejas —pese a estar dibujados con rapidez y concisión—, lo que hace de los relatos de Teoría de todo un conjunto superior a la media. El estilo de Paula Lapido, aunque preciso y elegante, no tiene demasiados elementos caracterizadores como para elevar su escritura hasta un puesto de honor dentro del género breve; el tono de algunos textos es monocorde y su forma de narrar se adapta de manera tan ostensible a los cánones que se vienen imponiendo en los últimos años que es difícil destacar la prosa como componente destacable. Los cuentos son correctos, pulcros, exactos, definidos y, hasta cierto punto, originales; pero si no fuera por el buen trabajo que la autora hace con sus protagonistas la mayoría de ellos no pasarían de ser buenas piezas de aprendiz.

«Inverness», por ejemplo, muestra una narrativa sensualista, morigerada, un registro poético (acorde con el tema del relato) que tiene momentos de un lirismo exagerado, como si de un ejercicio de estilo se tratase. «El señor Blosen», por otra parte, pone en escena un personaje intrigante que no consigue sostener la historia, ya que su desarrollo cae en una cierta ambigüedad que tiene más de tópico que de propósito.

Pero, como decía, hay algunos textos magníficos que valen por sí solos la lectura del libro. «La singular desaparición de Amadeo Lorenz», sin ir más lejos, condensa en su decena de páginas magia, metáfora y dolor con una sabia aplicación del ensueño. O «Yakamoz», quizá con tendencia también hacia el lirismo, pero contenido y de unas resonancias perturbadoras.

Teoría de todo es un libro de relato a tener en cuenta: por algunas de las piezas que contiene y, sobre todo, por lo que promete de cara al futuro. Habrá que estar atentos.

3 COMENTARIOS

  1. No lo dudo, Ferrando, pero hay actualmente unos cuantos nombres de autores españoles jóvenes de cuento (especialmente los dream team de Páginas de Espuma, Menoscuarto y Salto de Página) que dan sopas con onda a Lapido, muy habilidosa, eso sí, con la modernez del título y ese estilo fresco, chispeante y vacío que bien apunta el reseñista.

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