No se debe juzgar un libro por la apariencia de su portada, pero casi todo el mundo se deja influir en mayor o menor medida por el diseño y las imágenes de las tapas. «No debemos sorprendernos tanto de ello en una época en la que todo, desde lo que comemos hasta lo que votamos, se vende apelando a lo visual, y en donde el libro, como producto de la industria editorial, no podía dejar de ser menos».
La tarea del diseñador gráfico consiste en sintetizar en un espacio bidimensional la esencia de un libro, pero sin desvelar demasiado. Es un pequeño avance que debe ilusionar a quien observa la portada, persuadirle, hacerle ver que el libro tiene interés, que no le dejará indiferente, y despertar su curiosidad por saber qué va a encontrar entre las páginas.
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