Internet, y su ilimitada capacidad de intercambiar textos, imágenes y archivos multimedia, hacía posibles viejos anhelos de la humanidad, entre ellos, señaladamente, el de una altruista socialización del acceso al conocimiento como elemento medular del progreso. «Una antigua tradición y una tecnología nueva en convergencia han hecho posible la aparición de un bien público sin precedentes. La vieja tradición es la voluntad de científicos y estudiosos de publicar los frutos de su trabajo en revistas doctas sin remuneración alguna, sólo por el bien de la investigación y del conocimiento. La tecnología nueva es Internet».
Dentro de este contexto, los editores universitarios, en cuanto productores de contenidos, jugamos, y aún jugaremos más, un rol fundamental en la definición de políticas que tiendan a posicionar óptimamente los productos editoriales resultantes del trabajo de nuestros docentes e investigadores. Nuestra responsabilidad de transferir buena parte del conocimiento generado en las universidades es, por tanto, clave en el desarrollo de los repositorios u otras plataformas de contenidos digitales, a la hora de traducir las potencialidades de Internet y el acceso abierto en términos de impacto, visibilización y calidad de nuestras obras.
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