Puede que el asunto esté mal planteado de raíz. Que los argumentos que han solido esgrimirse para incentivar la lectura no sean los más adecuados. Que haya prosperado, a consecuencia de ello, una idea torcida, cuando no directamente lamentable, de los beneficios que la lectura puede entrañar.
Todo esto -distraerse, entretenerse- está muy bien, no digo que no. Como no deja de estar bien, dígase lo que se diga, encomiar el valor que la lectura tiene como herramienta de conocimiento y de emancipación, así sea desde “el punto de vista humanista” al que Barthes alude con retintín.
Se trata simplemente de sustraer a la lectura de la lógica del capital, es decir, de la lógica del trabajo y el rendimiento. De relegar a un segundo plano su valor instrumental, su carácter de inversión mediante la cual obtener logros de cualquier clase. Y con ello, descargarla de las connotaciones de esfuerzo, de sacrificio y hasta de sufrimiento que suelen ir ligadas a esos logros.
Al mismo tiempo, exaltar el placer que la lectura procura como algo más que un esparcimiento, una relajación, una evasión de la esfera del trabajo. Reivindicar la especificidad y la intensidad de ese placer, su naturaleza absorbente y en absoluto subsidiaria o compensatoria, su carácter asocial, su potencial subversivo, su autosuficiencia y su plenitud.
Quizá ese fuera el camino: prestigiar la lectura con el aura maldita de los placeres prohibidos, como son en definitiva todos los placeres verdaderos, en los que el yo aprende a liberarse de sus ataduras.
[vc_button title=»Fuente» target=»_blank» color=»default» href=»http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/34961/Por_placer»]
EXCELENTE.
GRACIAS POR ESTA RESEÑA Y COMENTARIO.