Solo hay algo peor que una mala novela: una buena novela sin terminar, que es algo así como la espera de una promesa que no llega a cumplirse.
De hecho, si echamos mano a la historia de la literatura comprobaremos que casi no hay un buen escritor que no tenga su propia novela inacabada. Esta especie de ritual es incluso anterior a la invención de la novela, como ocurre con los incompletos Cuentos de Canterbury, que Chaucer no pudo terminar.
Muchas han sido las novelas que han quedado incompletas debido a la muerte repentina de sus autores. Jane Austen comenzó Sanditon a principios de 1817, pero tuvo que abandonarla por su mal estado de salud. Para recibir tratamiento médico fue trasladada a Winchester, donde falleció el 18 de julio de 1817. No era esta la primera novela que Austen dejaba incompleta: también lo había hecho con Los Watson, aunque en este caso fue a causa de la muerte de su padre.
A Flaubert, en cambio, se le atravesó una única novela: Bouvard y Pécuchet.
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