¡Larga vida al libro impreso!

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¡Larga vida al libro impreso!Uno de los mayo­res cam­bios en el modo de con­su­mir cul­tura es la apa­ri­ción de cierta tec­no­lo­gía inter­me­dia­ria entre el con­su­mi­dor y el pro­duc­tor (no voy a hablar de los múl­ti­ples agen­tes que inter­vie­nen en la pro­duc­ción del pro­ducto cul­tu­ral). Esta tec­no­lo­gía ha ido apa­re­ciendo pau­la­ti­na­mente a lo largo de los dos últi­mos siglos para acer­car­nos la posi­bi­li­dad de dis­fru­tar lejos del pro­duc­tor de las artes musi­ca­les, en un pri­mer momento, y las artes escé­ni­cas. Hablo, por supuesto, de los álbu­mes o dis­cos musi­ca­les que repro­du­cen música gra­bada y de la apa­ri­ción del cine. En ambos casos la tec­no­lo­gía liberó el dis­frute de estos pro­duc­tos de la pre­sen­cia de los pro­duc­to­res en el mismo acto de con­sumo. Esto pro­vocó un pequeño incon­ve­niente que a menudo se nos escapa: la depen­den­cia de un ter­cer actor, el fabri­cante de apa­ra­tos capa­ces de regis­trar, pri­mero, y repro­du­cir, des­pués, ese pro­ducto cul­tu­ral. En el caso de la lite­ra­tura todo es bas­tante más difuso para el con­su­mi­dor cul­tu­ral actual.

Vol­viendo a la música y las artes escé­ni­cas, ya regis­tra­das en dis­cos, cin­tas analó­gi­cas, cin­tas digi­ta­les, dis­cos digi­ta­les, y pos­te­rior­mente, en memo­ria digi­tal, pode­mos ver un patrón claro: el auge de los inter­me­dia­rios tec­no­ló­gi­cos, la inno­va­ción posi­tiva, el aba­ra­ta­miento de la dis­tri­bu­ción y, final­mente, de los cos­tes. En algu­nos casos incluso el pre­cio de estos pro­duc­tos bajó.

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