Huérfanos de Caballo de Troya

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Huérfanos de Caballo de TroyaNo ha sido un cese, ni una jubilación, ni un cierre de la editorial. Después de diez años al frente de Caballo de Troya, su editor y alma máter, Constantino Bértolo, ha sido invitado a irse. A abandonar un sello que a tantos escritores noveles puso en las librerías y a dejar un espacio donde la literatura –entendida como arma política, como reflexión– podía campar a sus anchas, sin presiones ni intermediaciones espúreas.

Porque Caballo de Troya era, a fin de cuentas, una editorial “pobre”, según Bértolo, que, a pesar de formar parte de un macro grupo como era Mondadori y después ha sido Penguin Random House, trotaba libre. Se publicaban no más de diez títulos al año, y tenía unas ventas que en la mayoría de los casos no superaban los 600 ejemplares. «Todos leemos con una máquina de cuentas en la cabeza, y yo no tenía esa obligación, leía más como un crítico que como un editor tradicional. Tiene ventajas y desventajas, ya que al no tener la brújula económica corría cierto riesgo de extraviarme. Era el número de originales que recibía lo que me orientaba», cuenta el propio Bértolo.

El interrogante que queda es por qué este abrupto fin. ¿Pérdidas económicas? ¿Ya no era posible mantener el sello en un momento en el que la industria ha perdido el 10,9% en ventas? ¿Una cuestión política? En cualquier caso, lo cierto es que con la marcha de Constantino Bértolo se cierra una etapa que muchos de sus pupilos, como Mercedes Cebrián, Marta Sanz, Elvira Navarro o Fernando San Basilio observan con admiración. Y también con agradecimiento.

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