Novelista, dramaturgo y corresponsal de prensa, Benito Pérez Galdós (1843-1920) es uno de los autores españoles más fecundos, aunque uno de los que poco se leen en la actualidad. Sin embargo, la profundidad en el tratamiento de sus personajes, sus excelentes descripciones, sus sólidos argumentos y la filosofía que está detrás de cada uno de sus textos lo convierten en un escritor que debería estar en todas las bibliotecas. Su conocimiento acerca del corazón de la mujer, y su manera de reflejar las diferencias entre el amor femenino y el masculino lo transforman en un especialista en exponer en detalle las relaciones humanas.
A partir de su trabajo como corresponsal de prensa, Galdós tuvo la oportunidad de viajar por Europa y conoció las corrientes literarias del momento como el realismo y el naturalismo. Su obra tiene influencias de los franceses Honoré de Balzac, Émile Zola, Gustave Flaubert y el inglés Charles Dickens, entre otros.
Autor de la conocida Doña Perfecta (1876) o La familia de León Roch (1878), él mismo dividió sus novelas que continuaron en un “primer periodo” y en otro que llamó de “novelas contemporáneas”, que se inician en 1881, con la publicación de La desheredada. Según confesión del propio escritor, con la lectura de La taberna, de Zola descubrió el naturalismo y desde entonces incorporaría sus métodos, en especial, la observación científica de la realidad, pero siempre a través del análisis psicológico, matizado por el sentido del humor.
Bajo esta nueva corriente, escribió alguna de sus obras más importantes, como Fortunata y Jacinta, Miau y Tristana. Todas ellas forman un conjunto homogéneo en cuanto a identidad de personajes y recreación de un determinado ambiente: el Madrid de Isabel II y la Restauración, en el que Galdós era una personalidad importante, respetada tanto literaria como políticamente.
A partir de 1890, escribió algunas novelas más experimentales, en las que, en un intento extremo de realismo, utilizó íntegramente el diálogo, como Realidad (1892), La loca de la casa (1892) y El abuelo (1897), algunas de ellas adaptadas también al teatro. El éxito teatral más importante, sin embargo, lo obtuvo con la representación de Electra (1901), obra polémica que provocó numerosas manifestaciones y protestas por su contenido anticlerical.
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