Leí un artículo hace unos días en que se hablaba de la “atomización de la edición en español” como si fuese una lacra y una desdicha. En los tiempos que corren ser pequeños está mal visto, a lo que parece. Y sin embargo yo no acabo de verlo así. No creo que la atomización editorial sea un mal de por sí.
En efecto, he sostenido la necesidad de consociarse para hacer frente a determinadas cuestiones en una economía de escala e incluso como un modo de vertebración de iniciativas amplias o transversales.
Repito, no obstante, que una pequeña dimensión tiene también algunas ventajas. Creo que el pequeño editor puede convertirse en un eje relacional local o temático, desarrollando iniciativas de muy distinto carácter. Un papel que no jugarán las grandes editoriales (y solo algunas de las medianas). Por ejemplo:
- constituyendo grupos autónomos de lectura
- colaborando con la red local de bibliotecas
- tejiendo relaciones de cercanía con una red de librerías: ¿qué tal llevar a las librerías nuestros autores para que hablen de los libros que han leído y que les han marcado? O incluso de los que no han leído
- desarrollando temáticas locales o específicas
- desarrollar ferias temáticas, regionales o intercomarcales de breve duración y alto impacto que constituyan, también, momentos de intercambio con otras realidades
- favoreciendo la intersecciones de redes propias con otras redes; como hacer colaborar la red de bibliotecas con las cual colaboramos con otras redes de bibliotecas)
Los pequeños editores pueden decir mucho, hacer mucho, porque en lugar que ocupan no lo desean otros y el lugar que ocupan puede ser una butaca privilegiada en la construcción de una realidad que mañana sea de lectores.
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