En su primer discurso como Premio Nobel (diciembre, 2010), Elogio de la lectura y la ficción, Vargas Llosa hizo una contundente afirmación: que la buena literatura da placer, y crea gente menos manipulable. Sí, “buena literatura”, dijo. No “literatura” a secas. Eso significa que no es lo mismo leer la saga Crepúsulo que a Roberto Bolaño.
El placer debe ser la primera regla de la buena literatura. Pero la buena literatura debería además hacer reflexionar, remover conciencias y comprometer al lector para que tenga una mentalidad crítica. El libro es el vehículo perfecto para llegar a lectores ávidos de respuestas, de situaciones nuevas, de estética compleja y con ganas de abrir sus mentes y alterar su visión del mundo, de las personas y de los sentimientos.
En lo que creo que todos estaremos de acuerdo es en que la buena literatura te hace reflexionar y detenerte en cuestiones y valores éticos complejos e imperceptibles (y no porque el autor te “transmita conocimientos” en un entorno histórico de conspiraciones religiosas o masónicas, con personajes cliché y un tepidante ritmo lleno de intrigas históricas y/o eróticas en un sinfín de páginas).
También creo que la literatura basura es una literatura de inciación, que tanto a niños como a adultos les puede enganchar al principio, pero que en su avidez lectora deberían evolucionar hacia productos más complejos. Aquello de que una novela tiene que enganchar desde el principio, o en algún momento, está muy bien si buscas el éxito comercial, pero de lo que debes percatarte nada más abrir el libro, en sus tres primera páginas, es si tiene suficiente calidad literaria. Y eso se aprende única y exclusivamente leyendo buena literatura.
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