Si a la hora de escoger nuestras próximas lecturas sólo nos fijáramos en lo enriquecedor que resultará intelectualmente (o cognitivamente, para ser más precisos), entonces deberíamos escoger a los clásicos antes que a los contemporáneos.
Es al menos lo que sugiere un experimento consistente en monitorizar la actividad cerebral de un grupo de voluntarios mientras leían una serie de libros, que ha sido llevado a cabo por un equipo de científicos, psicólogos y académicos de la lengua de la Universidad de Liverpool. Los clásicos que se leyeron pertenecían a las plumas insignes de Shakespeare, William Wordsworth y T.S. Eliot, entre otros.
Al parecer, el escaneo cerebral no dejó lugar a dudas: los clásicos consiguieron disparar la actividad cerebral porque suponían un reto mayor. De hecho, se adaptó las obras a un lenguaje más moderno y el efecto cognitivo suplementario se diluyó como por ensalmo.
Una prueba más para añadir a los quintales de experimentos ya realizados a propósito de cómo la lectura y la escritura modifica la estructura cerebral hasta límites insospechados.
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