El ámbito librero es hoy en día no sólo un segmento en crisis, sino también un extraño espacio de experimentación en el que se libran muchas batallas. Las grandes editoriales han visto el músculo imparable de Amazon. Y han preferido unirse al “enemigo”, que entrar en una disputa aparentemente estéril.
Las víctimas, en este caso, son en primer lugar los libreros. ¿Y cómo han respondido? Muchos simplemente se resignaron e incapaces de entender las nuevas reglas del juego, han ido desapareciendo. Otros se han diversificado. Pero los que probablemente tengan más posibilidades de éxito son quienes han comprendido la debilidad del engendro: su falta de atención personalizada y calidez humana.
A muchos, y cada vez a más, eso les vale un pito. Pero sectores importantes de la población en diversas partes del mundo aún lo valoran. Y quizás lo revaloren aún más si entendemos cómo ampliar la gama de servicios de tal suerte que las librerías se conviertan en uno de los ejes centrales de la vida de barrio.
Apelar a la nostalgia solamente no es el camino adecuado. Los nativos digitales no saben lo que es eso. Y son ellos los que deberían convertirse en los clientes principales. Si los libreros quieren sobrevivir en esta época en que los lobos tecnológicos están sueltos, deberán ser más cabrones que bonitos. O, dicho de otra manera, comprender las fortalezas pero, sobre todo, las debilidades de lo emergente. No para derrotarlo, lo que es imposible. Sino para generar nuevas opciones que complementen en el presente, con miras al futuro, la cultura de la lectura sin importar el soporte.
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