Frank Kermode (“uno de los más influyentes y respetados críticos de Inglaterra”) planteaba la posibilidad de que, como consecuencia de la enorme ampliación del público lector que tuvo lugar hacia mediados del siglo XX, hubiera surgido una especie nueva: la del lector corriente, no demasiado culto, cuyo nivel es lo suficientemente alto como para degustar novelas “intelectuales”, por así llamarlas. Este nuevo lector habría propiciado, según Kermode, una literatura pensada específicamente para halagar su vanidad y su gusto, haciéndolo sentir refinado e inteligente.
De este nuevo lector (ya no tan nuevo, a estas alturas, y tal vez en franco declive) dice Kermode que es un “consumidor mimado” por la industria editorial, la cual no cesa de suministrarle productos de cierta calidad que sin embargo “no tardan en volverse obsoletos”. Conforma este lector un público cuyas necesidades es posible satisfacer “con facilidad y rapidez”, de lo que deriva Kermode el siguiente diagnóstico: “Los libros no van a durar mucho más que los automóviles. De los tumultos entre los que vivimos parece que vamos a apropiarnos de una característica: su inconstancia. Lo que nos gusta ahora no nos gusta por su propia naturaleza, así que no resistirá”.
Lo que Kermode viene a concluir es que, por debajo de la indistinción que promueve la industria editorial (con el consentimiento e incluso la complicidad de una crítica desmantelada), cabe reconocer las marcas de una literatura destinada a caducar en el plazo de unas pocas décadas y otra que no. De una literatura resultona y complaciente, y de otra osada y resistente. Algo que, obviando la tradicional y ya obsoleta oposición entre alta y baja cultura (oposición que cuestiona precisamente la irrupción de esa nueva masa de “lectores corrientes” de cierto nivel), podría traducirse en estos términos: una literatura a favor del lector y otra que lo confronta tanto a él como a su tiempo; una literatura que trata de conmover al lector y otra que trata de moverlo de su lugar, arrancarlo de su autosatisfacción, abrirlo a nuevas posibilidades de la imaginación, de la voluntad, de eso que pasa por realidad y su improbable belleza.
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No quiero parecer demasiado condescendiente, pero me ha encantado este blog.
Agradecidos.