La ficción nos cuenta sobre nosotros en la realidad desde la visión de nuestro potencial transformador. Sus protagonistas asumen y abrazan desde lo innombrable. Son mucho más reales de lo que a simple vista parecen. Nos reflejan rincones de nuestro sentir que no suelen tener cabida en la no ficción y que son determinantes en el día a día. Los personajes de ficción son muy reales. Surgen diferenciados de una cultura y de un momento. Nacen de lo que suele pasar inadvertido. Los personajes de ficcción bien se podrían dividir en una primera instancia entre los que nos invitan a evadirnos y los que nos impulsan a transformarnos. Todos nos emocionan. Todos aceleran o calman el ritmo de nuestro palpitar. Todos permiten más subdivisiones y contemplaciones.
Hay editoriales que apuestan por protagonistas que se distinguen de la mayoría. Están los que son antihéroes, son el tipo por el quien nadie da un duro y que logran lo que en apariencia es imposible. Están los solitarios y los gigantescos. Son protagonistas con una mirada diferente que suelen pasar desapercibidos a pesar de lo mucho que aportan. Hay muchos segregados que esconden secretos valiosos. Capturan lo que se supone que son nuestras rarezas para mostrarnos que en realidad son una forma única y diferenciada de ver el mundo y que solamente así se puede enriquecer un territorio común. Nos reflejan nuestras virtudes ocultas, nuestros reflejos escondidos, las claves sobre nosotros mismos que tantas veces no vemos.
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