¿Para qué sirve un editor, entonces?
Despojadas las tareas editoriales de todos los elementos que el autor puede hacer por sí mismo o contratar a terceros, ¿qué nos queda? Precisamente lo que convierte a un editor en un editor y no en un mero intermediario que toma un libro, lo imprime (o lo pasa a ebook) y lo pone a la venta.
Su gusto, su criterio, su opinión sobre lo que merece ser publicado y lo que no. Ahí es donde verdaderamente está el trabajo editorial y eso es lo que, a largo plazo, distingue unas editoriales de otras. Evidentemente, los aspectos técnicos, el cuidado con el que se creen los libros para que sean, como producto, lo más agradables y legibles para el lector, va a influir también en la valoración que hagamos de una editorial. Pero en última instancia, va a ser su sagacidad para seleccionar unos títulos y no otros lo que cree o destruya su reputación. Y la reputación, al final, va a ser lo que haga de su empresa editorial un éxito o un fracaso.
Reputación que se construye título a título, que es un esfuerzo continuado de años y años. Reputación, que si se ha sabido crear correctamente, hará que los lectores, independientemente de que el autor que se está publicando sea conocido o no, miren cada nuevo título con interés simplemente porque lo publica ese editor.
¿Cómo se construye eso? A base de trabajo y tiempo. De prueba y error. Y, sobre todo, de ser fiel a los propios criterios. Se crea una editorial por muchos motivos. Uno de ellos, no menos noble que los demás, es ganarse la vida con ello y, a ser posible, ganársela bien. Pero no es el único. Quizá ni siquiera sea el determinante.
Un editor publica porque cree que sus libros se se van a vender, o al menos va a intentar que así sea. Pero, sobre todo, lo hace porque son buenos, porque cree en ellos, porque son los libros que le gustaría encontrar en las librerías pero no están.
Se puede fracasar. Puede que el gusto del editor sea tan personal que le interese a muy pocos lectores. O puede, por qué no, que simplemente tenga mal gusto.
Pero es su gusto, su criterio, su opinión de lo que merece la pena. Y debe aferrarse a ella con uñas y dientes. Porque eso es lo que lo hará ser distinto de los demás, lo que le dará valor añadido a lo que hace y lo que, a la larga, hará que el público confíe en la calidad de lo que vende.
Sin eso, no es más que un intermediario prescindible. Y cada vez lo será más.
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