Es cada vez más evidente que se está produciendo un desplazamiento de la actividad lectora a segmentos cada vez más marginales de la vida cotidiana. Los teléfonos inteligentes han terminado por ocupar los resquicios cada vez más pequeños en que antes muchos ciudadanos encontraban el tiempo para leer un libro con una mínima continuidad y detenimiento.
Toda una gama de tiempos ‘muertos’ que muchos empleaban en leer va quedando invadida, de pocos años a esta parte, por las actividades sucedáneas que brindan los teléfonos inteligentes. Los trayectos en tren, en metro o en autobús; las esperas en el médico o en la cola de una ventanilla; las fugas de cualquier rutina que uno aprovecha para sentarse en un café o en el banco de un parque; tantos y tantos retales más o menos grandes de tiempo que constituyen no pocas veces los únicos momentos de que se dispone para leer en el transcurso de una jornada, se llenan ahora con la consulta de mensajes recibidos, con la redacción de nuevos mensajes, con la inspección de las redes sociales, con la navegación por internet, cuando no directamente con juegos de entretenimiento. Y algo parecido ocurre con el llamado tiempo libre o vacacional.
El problema, como se deja ver, no es que se lea menos. De hecho, en términos cuantitativos, es muy probable que se lea hoy más, mucho más de lo que se leía antes, y que lo haga gente que antes no leía en absoluto (ya no digamos escribir). Lo que ocurre es que se leen otras cosas, y se hace de otra manera, más fragmentada, más dispersa, más socializada. Contra todo pronóstico, los teléfonos inteligentes, mucho más ampliamente que el ordenador, han convertido al ciudadano medio en un lector compulsivo, y en un escribiente asimismo compulsivo, cuya disposición a leer un texto largo, ya no digamos complejo, queda cada vez más mermada por la avidez y la fatiga que su propia compulsión conlleva.
No es sólo, pues, que el libro vaya perdiendo prestigio como objeto cultural y vaya quedando reemplazado por otros soportes. Lo decisivo es el cambio sustancial que, en términos generales, se viene operando en la lectura como actividad asociada a ciertos niveles de concentración y de exigencia. Un cambio que se diría irreversible.
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