A finales de los años sesenta del siglo XX el Club de Roma solicitó a un grupo de expertos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.) un estudio sobre cuál sería la evolución del sistema económico mundial a lo largo del siguiente siglo. Con ese estudio, el Club de Roma quería intentar dar respuesta a preguntas sobre el posible agotamiento de los recursos o las consecuencias del aumento de la población.
El grupo de expertos del M.I.T. realizó su estudio sirviéndose de la dinámica de sistemas, una ciencia entonces novedosa, que permite simular el conjunto del sistema económico mundial con sus distintas variantes: recursos, población, tecnología, capital, etc. Se plantearon diferentes escenarios y con los resultados se elaboró un informe titulado Los límites del crecimiento, publicado en 1972.
Casi desde el mismo momento de su aparición el informe fue descalificado. El motivo fue que los pronósticos del grupo de expertos eran poco halagüeños: su estudio vaticinaba el agotamiento de recursos básicos como el petróleo, el aumento de la contaminación y el crecimiento de la población; factores que, unidos, hacían que el crecimiento económico no pudiese proseguir durante el siglo XXI.
En Los límites del crecimiento retomados, Ugo Bardi plantea un interesante recorrido por la historia de un texto que, por desgracia, hubiera debido tener más influencia de la que tuvo. En su libro, Bardi explica cómo se elaboró el informe para lo que comienza por describir en profundidad en qué consiste la modelización del mundo mediante la dinámica de sistema. La lectura de estos primeros capítulos puede resultar un tanto ardua, pero es necesaria para comprender el valor del estudio y no deja de tener su interés.
A continuación, Ugo Bardi se centra en las críticas que Los límites del crecimiento tuvo desde su publicación, y que afectaron también a las dos reediciones posteriores (en 1992 y 2004). Sorprendentemente, algunas de esas críticas —la mayoría realizada por economistas— se basaban en la incorrecta interpretación de algunas de las tablas del informe. O bien negaban el fin de los recursos no renovables, o consideraban que las mejoras tecnológicas resolverían cualquier problema que se pudiera presentar, como el de la contaminación.
En general, se acusaba a los expertos del M.I.T. de jugar a la sibila. Se veía su trabajo como una serie de profecías sin ningún rigor científico y el argumento más usado en contra de su informe es que nadie puede adivinar el futuro. Se les atacaba en revistas especializadas y se les negaba el derecho de réplica, por lo que sus explicaciones en defensa de su sistema, que no consistía en adivinar, sino en calcular predicciones basadas en los datos de los que se disponían, no llegaron al gran público.
Pero con el transcurso del tiempo, la técnica de la dinámica de sistemas usada para la modelización del mundo ha tenido un nuevo auge. Al tiempo, la deriva de los acontecimientos durante las cuatro décadas transcurridas desde la aparición del primer informe parece confirmar sus hipótesis. Parece que hemos cruzado los límites y puesto en peligro, no meramente el crecimiento económico, sino la propia habitabilidad de la Tierra.
En el prólogo, Federico Mayor Zaragoza alude a las Naciones Unidas como organismo supranacional que debería encargarse de poner en práctica las decisiones políticas que nos devuelvan dentro de los límites. Sin embargo, una siente que es ya un poco tarde para eso y que, los últimos años lo han demostrado, los gobiernos están mucho más interesados en mantener un statu quo que favorece a las élites financieras (las mismas que atacaron sin piedad el informe al Club de Roma). El epílogo firmado por Jorge Riechmann, mucho más realista, parece acertado: el momento de evitar la catástrofe ya ha quedado atrás. Ahora solo nos queda prepararnos —como individuos, no como naciones— para lo que va a venir.