Hablamos en su momento, al reseñar Los héroes, de la habilidad de Joe Abercrombie para plantear una situación tan dramática como es la de una batalla dentro de un contexto poco usual, como es el caso del género fantástico. Si aquella obra presentaba situaciones y momentos verdaderamente sorprendentes, esta trilogía de «La Primera Ley» es más bien conservadora, clásica, recurriendo a ciertos tópicos del género y plagada de personajes que, aun tratando de salirse de los arquetipos convencionales, no hacen sino cumplirlos. Estas tres novelas están llenas de acción, de viajes, de descubrimientos, de sorpresas y de violencia, pero casi todos sus rasgos formales, así como estructurales, nos remiten a historias mil y una veces contadas, sin que haya demasiados elementos distintivos que las conviertan en meritorias.
La trama principal de la trilogía es la que se centra en el cambio de poderes que se da en el territorio de la Unión. El rey, débil y mero títere en manos del consejo, no puede hacer frente a las amenazas que provienen del Norte, donde los hombres liderados por Bethod acechan las fronteras del reino; ni tampoco a las que avanzan desde el Sur, donde los gurkos asedian las posiciones del imperio y la derrota parece inminente. Varios personajes jugarán papeles más o menos decisivos en los tremendos cambios que se desencadenarán: el capitán Jezal dan Luthar, un petimetre engreído de buena familia; Bayaz, el Primero de los Magos desaparecido hace décadas y que se presenta inesperademente; Logen Nuevededos, un bárbaro del Norte cansado de luchar en innumerables guerras; o Sand dan Glokta, un inquisidor tullido cuya precisión en el oficio es legendaria. Estos y otros muchos personajes secundarios participarán en un conflicto que va más allá de las guerras y las batallas, y en que realidad entraña unos cambios que afectarán a todos los implicados.
Quizá esta característica última, la de los cambios, es la virtud más destacable de esta serie. Abercrombie plantea un conflicto que no es una simple cuestión de fuerzas, sino que tras el telón de la guerra, la sangre y la violencia está el eterno entramado de las relaciones de poder y los contubernios solapados. Los enfrentamientos entre imperios o clanes no son sino la punta de un iceberg que esconde bajo las aguas un sinfín de intereses de personas que prefieren permanecer en las sombras antes que plantar cara, ya sea en el campo de batalla o en la corte. Algunos personajes, como el Archilector Sult, o el mismo Bayaz, manejan unos hilos que se extienden a lo largo de la trilogía con sutileza. Otros, como Dow el Negro o Ferro, tienen motivaciones más pedestres, pero no por ello dejan de resultar curiosas, sobre todo en lo relativo a su consecución final. En general, las tres novelas tienen el mérito de no limitarse a mostrar un conflicto basado en la fuerza, sino que plantean un entramado donde lo que no se sabe, lo que se calla, lo que se planea en secreto tiene mucha más importancia (y relevancia) que el mero entrecruzar de unas espadas.
En el fiel de los deméritos hay que hablar de muchos de los personajes que pueblan estas miles de páginas. Si bien no se limitan a las acciones arquetípicas de la fantasía más clásica (algo lógico, por otro lado, puesto que la narrativa evoluciona), presentan rasgos previsibles y convencionales que hacen de ellos caracteres menos creíbles de lo necesario. El héroe dubitativo; el guerrero bondadoso; el malvado con corazón… en general, aunque haya momentos en los que las acciones puedan sorprender, cualquier lector asiduo encontrará reminiscencias e indicios que vuelven a estos protagonistas más planos de lo que podría parecer.
Como resumen cabría decir que esta trilogía supone un acercamiento con algunos toques novedosos a la fantasía más clásica, pero en muchos puntos no supera la herencia y se queda en arquetipos que lastran la narración. Mientras que obras posteriores son más arriesgadas tanto a nivel formal como temático, La Primera Ley se queda a medio camino de un intento por renovar la fantasía heroica.
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