¡La libertad o el amor!: un título por igual hermoso y sugerente, para una obra original, surreal, divertida, extraña. Robert Desnos tituló así este enorme poema en prosa dedicado a la fuerza salvaje del amor, entendido como una energía primigenia que dota de verdadero sentido a la vida. Dedicado a la cantante Yvonne George, de la que el autor estuvo enamorado, sus páginas son por igual un reclamo amoroso a la amante esquiva, a la vez que un pasatiempo al que el autor se aplica a la espera de que ese huidizo amor repare por fin en él.
Corsaire Sanglot es el protagonista de esta singular obra. Trasunto del propio Desnos, a veces actúa como un simple enamorado anhelante por unirse a la amada; otras, es un ser cuasi mitológico, investido de raros poderes y al que le acaecen extrañas peripecias. En cualquier caso, siempre es posible vislumbrar entre líneas la silueta de un hombre (escritor) enamorado, sentado ante una cuartilla en la que vierte —Desnos fue un importante representante y experimentador de la escritura automática—, una miríada de pensamientos, historias y recuerdos que giran en torno al júbilo del amor.
Porque ¡La libertad o el amor! no es sino la concreción del destello imaginativo de una mente brillante, fecunda, sin duda única; la expresión de una manera distinta de comprender la realidad. Sobre la grisura de lo cotidiano Desnos tiende un colorido telón, para a continuación disfrazar a los personajes comunes que pueblan el día a día con vistosos trajes: así, convierte a una portera en sirena, funda el Club de los Bebedores de Esperma, o hace que un leopardo legendario se despoje de su piel, voluntaria pero dolorosamente, para que la bella Lousie Lame se confeccione con él un abrigo.
¡La libertad o el amor! es un delirio desencadenado, una narración que parece ir por delante del autor (y esto no es un defecto), quien se limita a dar testimonio de los fuegos de artificio que estallan en su cabeza. Es un viaje sorprendente, donde un paisaje asombroso sucede a otro. Es un alud de imaginación, que crece gracias a su propio movimiento: las frases se encadenan tejiendo historias, las historias se encadenan dibujando el deambular de Corsaire Sanglot por un extraño mundo donde cabe la fantasía, el erotismo y el amor, pero también los anuncios publicitarios, París, la muerte o dios. Un laberinto en el que Desnos actúa como visionario guía.
Levanta la mano y habla. Dice que, a sus espaldas, lleva las treinta esponjas que fueron empapadas con hiel y tendidas a la sed de Cristo. Dice que, desde hace mil novecientos años, esas esponjas han venido sirviendo para lavar a las mujeres fatales, y que poseen la propiedad de volver más diáfanas sus adorables carnes. Dice que esas treinta esponjas han secado muchas lágrimas de dolor y de amor, y que han borrado para siempre el rastro de tantas noches de batallas y muertes. Muestra, una por una, esas esponjas que tocaron los labios del endiablado masoquista. ¡Oh, Cristo!, amante de las esponjas, Corsaire Sanglot, el comerciante y yo, somos los únicos en conocer tu amor por las voluptuosas esponjas, por las tiernas, elásticas y refrescantes esponjas cuyo sabor salado resulta reconfortante para las bocas torturadas por besos sanguinarios y resonantes palabras.
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Por algún motivo el extracto me ha recordado a la poesía de Antonio Gamoneda (a quién admiro profundamente). Si el resto de la narración está en consonancia creo que voy a disfrutar muchísmo con el libro. Enhorabuena por la reseña.