Ecología: la hora de la verdad traduce el número que la revista de corte socialista Monthly Review dedicó en su número 3 (correspondiente a los meses de julio y agosto) de 2008 a las crisis medioambientales que aquejan a nuestro planeta y que tienen su origen en la manera de entender el mundo del sistema capitalista.
A pesar de que los artículos traducidos fueron escritos en 2008, los temas sobre los que versan siguen formando parte de una actualidad que debería interesarnos a todos. Y la edición de Ecología: la hora de la verdad es especialmente pertinente por cuanto la crisis económica ha venido a desviar la atención pública de esa otra gran crisis —la crisis ecológica—que nos amenaza y que empieza a materializarse, dinamitando la poca voluntad política que existía antes del crash de 2008.
El libro propone un repaso por los retos más importantes a los que se enfrenta no solo la ecología, sino la humanidad en su conjunto: el cambio climático, el fin de los combustibles fósiles, la pérdida de biodiversidad oceánica o la escasez de agua, entre otros.
Especial relevancia merece el tema del cambio climático, representado por un artículo del profesor John W. Farley que refuta la negación del periodista Alexander Cockburn de que el calentamiento global tenga un origen antropogénico. Farley desmonta uno por uno los argumentos usados por Cockburn y da una explicación clara y razonada de los motivos por los que es indudable que el presente calentamiento de la Tierra tiene su origen en la actividad humana, las incógnitas que ese calentamiento plantea a los científicos y las consecuencias que el innegable y parece que imparable aumento de la temperatura terrestre tendrá para la vida (incluida la humana) en el planeta.
También resulta interesante el artículo de John Bellamy Foster dedicado al fin de los combustibles fósiles. En él se detallan las distintas teorías sobre según las cuales el pico del petróleo —momento en que la extracción mundial de petróleo llegará a su punto máximo para a continuación decaer rápidamente— podría alcanzarse en torno a 2050, o bien podría haberse superado ya; para a continuación comentar el consecuente recrudecimiento de las tensiones geopolíticas que se generarán por los intentos de los diversos países por hacerse con el control de las zonas productoras.
El artículo de Fred Magdoff sobre los agrocombustibles ayuda a hacerse una idea más completa del problema del fin del petróleo en cuanto explica que algunas de las soluciones que se proponen una vez más no piensan ni en la naturaleza ni en la totalidad de los seres humanos. Así, los agrocombustibles contribuyen a la deforestación (y en consecuencia al cambio climático) al reclamar nuevas tierras de cultivo, caracterizarse por el uso intensivo de fertilizantes y agua o favorecer el alza del precio de los alimentos y en consecuencia, la hambruna.
Todos los artículos que componen el volumen comparten la visión de que este desolador panorama es consecuencia de las prácticas económicas del capitalismo. Este concibe el planeta como una fuente gratuita de recursos de los que obtener beneficios. En su concepción no entra el planteamiento de que dichos recursos se puedan acabar, lo que en consecuencia llevaría a un uso más racional de los mismos; o bien que su extracción pueda causar daños irreparables a nuestro planeta y sus moradores (humano o no).
En consecuencia, la idea que trasciende de la lectura de los textos de Ecología: la hora de la verdad es que resultará imposible cambiar —o tan siquiera paliar— ninguno de los males expuestos mientras no se logre abolir un sistema que antepone la acumulación de capital a cualquier consideración social o medioambiental.
De lectura obligada.



Estoy claramente de acuerdo que paliar este sinsentido de las emisiones CO2 es imposible pues las grandes empresas petrolíferas son un Lobby invencible, hasta que el coche eléctrico no se asequible a todos y accesible también, pues será una utopía inalcanzable.
Juan Carlos,
sin negar la enorme parte de culpa de las petroleras, todos debemos asumir la que nos toca y tratar de modificar nuestras ideas y nuestros actos.
¿Coche eléctrico? ¿Y qué tal usarlo lo menos posible, apostar por el transporte público o caminar? ¿Qué tal apostar por consumir productos locales que no hayan sido traídos del otro aldo del mundo? ¿Usar productos reutilizables y no de usar y tirar? ¿Apostar por lo natural y dejar de lado lo sintético?…
Es mucho lo que podemos hacer y mientras no fomentemos un cambio de paradigma, pero desde cada uno, de manera personal, poco habrá que hacer.