En toda recopilación de textos podemos encontrar buenos y malos ejemplos del tema que se pretende antologizar; lógicamente, los criterios escogidos para compendiar relatos son subjetivos y suelen depender de consideraciones estéticas, por lo que los resultados serán tan variados como lectores tenga la obra. En el caso de Antología universal del relato fantástico queda claro que el gusto personal del editor Jacobo Siruela está detrás de todos y cada uno de los textos elegidos para formar parte del libro. Un gusto discutible, por supuesto, pero que sin duda ofrece una panorámica muy completa del género fantástico y de horror de los últimos dos siglos, desde casi sus primeras apariciones hasta sus manifestaciones contemporáneas.
La antología incluye cuentos de los pioneros del relato fantástico, como son E. T. A. Hoffman (“El hombre de arena”), Edgar Allan Poe (“Manuscrito hallado en una botella”) o Wilkie Collins (“Monkton el loco”). Estos textos no siempre ostentan una calidad destacable, pero queda claro que unos y otros fueron constituyendo un caldo de cultivo excepcional para el desarrollo de un género que progresó rápidamente desde la clásica historia de fantasmas hacia una narrativa que explora nuestros miedos desde una perspectiva mucho más apegada a la psicología. Buen ejemplo de ello son algunos de los cuentos incluidos en el libro, como son los de Nathaniel Hawthorne (“El velo negro del pastor. Una parábola”), Charlotte Perkins Gilman (“El empapelado amarillo”) o Shirley Jackson (“La lotería”); todos ellos magistrales relatos que, aunque echando mano de recursos fantásticos, no hacen sino mostrarnos la crueldad humana y sus innúmeras manifestaciones.
Otros textos se inscriben en una tradición más clásica, canónica, con temas recurrentes en la narrativa de horror y fantástica como son los fantasmas (“La ventana de la biblioteca”, de Margaret Oliphant; “Silba y acudiré”, de M. R. James), las casas encantadas (“Hechizados y hechizadores, o la casa y el cerebro”, de Bulwer-Lytton; “¿Qué era eso?”, de Fitz James O’Brien) o hechos sobrenaturales (“El Wendigo”, de Algernon Blackwood; “La música de Eric Zann”, de H. P. Lovecraft). Entre todos estos relatos la temática es variada, pero siempre con algunos argumentos socorridos: además de los ya citados, podemos encontrar referencias al doble, a la magia, a las paradojas temporales o deformaciones históricas, a la inmortalidad o a las alucinaciones. De todos ellos encontramos buenos y regulares ejemplos, ya que entre los más de cincuenta cuentos que componen esta antología hay, cómo no, algunos relatos cuya calidad desmerece del resto: según la opinión de uno, “El accidente”, “Orugas”, “La bella que saluda”, La estatua de sal” o “Donde el fuego no se apaga” son textos menores que, aun siendo fruto de grandes escritores, no dejan de ser piezas descabaladas y con un tratamiento burdo de los temas fantásticos.
No obstante, y a pesar de las inevitables diferencias de calidad, esta Antología universal del relato fantástico hace honor a su nombre y nos brinda una perspectiva amplia y rica; una obra que puede servir de toma de contacto con un género que ahonda en la parte oscura del alma humana para sacar a la luz todo aquello que no queremos ver.


