Casarse – August Strindberg

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Casarse - August StrindbergCasarse reúne las dos colecciones de cuentos que August Strindberg dedicó a las relaciones entre hombres y mujeres. La primera fue publicada en 1884 y la segunda dos años después. Ambas generaron polémica por su visión descarnada del matrimonio burgués, por el posicionamiento del autor en contra del movimiento feminista y por la forma explícita en que señalaba el papel que el sexo juega en las relaciones de pareja. Pero dejando de lado los aspectos más controvertidos de esta obra, los relatos que encontramos en Casarse tienen esa honestidad narrativa y ese apasionamiento que hacen de Strindberg un escritor al que regresar siempre.

Tan interesantes como los cuentos que componen Casarse I y Casarse II lo son los prólogos de los que el autor acompañó ambos volúmenes, y que la presente edición de Nórdica Libros incluye. El primero de ellos sorprende por ser una vehemente defensa del sexo femenino: Strindberg escribe unos «derechos de la mujer» absolutamente vanguardistas para su tiempo (e incluso para el nuestro, dado el estado de las cabezas que pergeñan y aprueban una Ley del Aborto como la que ahora se nos impone). Pero esos derechos de la mujer, el autor lo señala con acierto, solo podrán hacerse realidad en una sociedad en la que los derechos del varón cambien también por completo. El escritor sueco apunta que esos derechos de la mujer le corresponden según la ley de la Naturaleza, pero le han sido arrebatados por un orden social subvertido. En consecuencia, es el orden social el que hombres y mujeres, juntos, deben esforzarse por cambiar.

Sin embargo, el tenor de su discurso cambia totalmente en el prólogo que acompaña la segunda parte de Casarse. El deterioro de su propio matrimonio y la idea de que el movimiento feminista había impulsado la persecución a la que se vio sometida la primera parte de Casarse tras su publicación, le hicieron cargar las tintas contra la mujer.

A pesar de lo incendiario de este segundo prólogo (el primero también lo es, aunque en un sentido por completo opuesto), los cuentos recogidos tanto en Casarse I como en Casarse II son el reflejo de las ideas que el sueco expresaba en el primer prólogo: las relaciones entre hombre y mujer están contaminadas por los prejuicios que la sociedad imbuye en las mentes de unos y otras; cuando esas ideas falsas se confrontan con la realidad del matrimonio, el resultado solo puede ser una penosa desilusión que empuja a la infelicidad tanto al esposo como a la esposa.

Strindberg logró en cada uno de estos relatos plasmar las múltiples facetas de esa amarga realidad que empieza con la noche de bodas: la intromisión de las familias, la carga de los hijos, las imposturas del noviazgo, las infidelidades, las relaciones sexuales… Cada relato es ejemplo de la forma en que la sociedad regula (y por tanto arruina) lo que la natural relación entre hombre y mujer debería ser. El autor se centra en desarrollar la historia, que suele seguir planteamientos tradicionales, más que en buscar esos golpes de efecto que en los cuentos a veces distraen la atención de lo esencial. Pero eso no obsta para que estos relatos sean piezas bien tramadas y desarrolladas.

Y el acierto a la hora de plasmar esa realidad es tal que, incluso en la segunda parte, después de un enfebrecido prólogo en contra de la mujer, sus relatos siguen mostrando fielmente que tanto esposos como esposas son víctimas inocentes de los prejuicios sociales que dicen qué es un hombre, qué es una mujer y qué es el matrimonio. Strindberg era tan excelente observador del humano acontecer y tan honesto a la hora de reflejarlo en sus escritos que, de alguna manera, sus historias se rebelan contra sus propósitos. Solo en «El cabeza de familia», basado en su propio matrimonio, el autor logra verdaderamente volcar la inquina que contra el sexo femenino sentía. El resto de estos relatos son, en su mayoría, historias de amor (a veces melancólicas, a veces divertidas) sin un final feliz.

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4 COMENTARIOS

  1. Que a “Casarse” cabe catalogarlo como una recopilación de relatos centrados en las relaciones hombre – mujer es algo obvio, su propio título no deja lugar a dudas. Que tras la lectura del libro podamos concluir, sin arriesgarnos a caer en el error, si el autor define de forma congruente su postura ante el tema central del libro… Eso es harina de otro costal.

    La premisa de que el matrimonio es una institución perniciosa es clara e inobjetable; pero asentada esta idea, Strindberg da la sensación de navegar muchas veces entre dos aguas. Y es que ni el primer prólogo, el tildado de progresista por su defensa de los derechos de la mujer, que sirve de aperitivo a los doce relatos de “Casarse I”, puede librarse de afirmaciones capaces de hacer chirriar la mente de cualquier persona actual; posiblemente no de las del siglo XIX, pero de las de hoy en día, sí.

    Aseverar que, – textual -, “Una mujer sin hijos no es una mujer. Tampoco un hombre” o “Son por tanto los hijos los que sostienen el matrimonio”, a pesar de matizaciones posteriores, no parecen eslóganes propios del escritor “socialista, nihilista, republicano que se opone a los reaccionarios” sino más bien del representante de una esas variopintas asociaciones cristianas, con el que es fácil encontrarse en cualquier esquina de cualquier gran ciudad.

    Tampoco parece Strindberg uno de esos teóricos que tratan de colegir leyes irrefutables a partir de sesudos estudios del ser humano. Lo suyo parece basado más bien en lo visceral, en las experiencias personales y frustraciones vitales derivadas de ellas, que en profundos análisis científicos. Mejor, diría yo, porque su capacidad de observación para ir de lo particular a lo universal no desprende confianza alguna, basta con examinar sus conclusiones sobre la poligamia y la poliandria en el hombre y la mujer: la última siempre es más triste que la primera, ¿por qué?, porque añade un engaño aún mayor, el del robo, al tener que trabajar el hombre para el hijo de otro. Caras de sorpresa, por favor.

    Sólo desde la perspectiva de una personalidad tan peculiar y atípica como la del escritor sueco, – se casa en tres ocasiones pese a no creer en el matrimonio, es capaz de definirse como misógino pero sólo en “teoría” -, ávida siempre de controversia y de lucha, pueden entenderse las contradicciones y aciertos, que también los tiene, de este libro.

    Las historias relatadas muestran los mil caminos por los que se puede llegar al matrimonio: el amor, la costumbre, el aburrimiento, el interés,… Pero, desgraciada o afortunadamente, vaya usted a saber, nos ilustran también sobre los condicionantes externos, familia, obligaciones, hijos, que, en la mayoría de ocasiones, llevan al fracaso de la unión de dos personas. Especial papel juega en estos desafortunados desenlaces la sociedad, que encorseta y coarta la libertad del ser humano y propicia la infelicidad de ambos cónyuges; ella es, pues, el objetivo, – no el hombre -, el monstruo contra el que ha de luchar la mujer para conseguir su emancipación definitiva.

    El prólogo de la segunda parte del libro, “Casarse II”, parece directamente la obra de un paranoico, de una personalidad perturbada en su totalidad. Sólo así pueden explicarse afirmaciones como las que siguen:

    “La mujer, que se ha creado su posición por medio de pereza y engaños, no puede exigir derechos, solo pedir caridad, como un niño que se ha herido por estupidez y maldad”

    “Yo no he visto un solo matrimonio en el que el hombre no haya sido engañado, oprimido, envilecido por la mujer”

    “Sus trabajos son peores que los de los hombres por ser más débiles y perezosas: por eso deben cobrar menos”

    Cabría preguntarse dónde ha quedado el catálogo de derechos de la mujer. En tan solo 2 años Strindberg lo hace trizas; la culpabilidad del fracaso de las relaciones entre sexos ya no recae ahora en la sociedad, sino en la propia mujer, una especie de parásito inmisericorde que esclaviza siempre al hombre.

    Como no podía ser de otro modo, los relatos incluidos en esta segunda parte de “Casarse” son más pesimistas, caso de “El pan”, o melancólicos, “Otoño”, y menos objetivos en sus análisis y conclusiones. El resentimiento de Strindberg es tan patente a lo largo de todas las historias que una de sus principales virtudes en el momento de escribir, la honestidad, queda reducida a la nada.

    Hay dos clases de autores, unos que inquietan y otros que adormecen, y dos clases de libros, los que exigen una reflexión y los que reclaman el olvido. August Strindberg y “Casarse” forman parte de la primera categoría.

    Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros

    • Amigo Miguel:

      Vaya varapalo le das al pobre Strindberg…

      Personalmente trato de separar lo «personal» de lo literario en un autor. Como señalo en la reseña, el prólogo de Casarse II es un verdadero dislate, si bien creo que fruto de las experiencias personales del sueco; ahora bien, los cuentos no reflejan (tal vez a pesar del autor) ese sentir misógino. La verdad sale a la luz en ellos: si algo tiene de malo el matrimonio es consecuencia de las ideas preconcebidas con que unos y otras vamos a él. La causa primera de los disgustos de los casados no hay que buscarla en ellos ni en ellas, sino en la sociedad que los educa y condiciona. Y eso era verdad en el siglo XIX y, por desgracia, lo sigue siendo en el XXI.

      Podríamos recomendar a las personas sensibles que omitan el prólogo, pero los cuentos bien merecen ser leídos.

      Un abrazo fuerte.

      • Sra. Castro,

        No hace mucho, dando mi opinión en este blog sobre un excelente libro, “Mansfield Park” de Jane Austen, recordaba las palabras de una de las protagonistas que, por lo esclarecedoras, no puedo dejar de repetir nuevamente:

        “Con el debido respeto a los que ahora van a casarse, mi querida señora Grant, no hay uno entre cien, de uno u otro sexo, que no salga engañado en el matrimonio. Dondequiera que mire, veo que es así; y me doy cuenta de que tiene que ser así cuando pienso que es, de todas las transacciones, aquella en la que cada uno espera más del otro, y en la que uno mismo es menos honrado”.

        Y es que el problema fundamental del matrimonio reside, más que en la sociedad, que también y mucho, – Strindberg lo apunta muy acertadamente en “Casarse” -, en los contrayentes del mismo.

        Pongamos un ejemplo de sociedad utópica que ni constriña ni mediatice la libertad y las opiniones de sus miembros; no existe, cierto, pero imaginemos que sí. ¿Crees que el matrimonio de dos personas de esta sociedad perfecta no sería un calco repetido de los mismos errores y fracasos?: yo creo que sí porque a pesar de todas las influencias benefactoras posibles, la esencia del ser humano es invariable. Podemos albergar en nosotros, y en perfecta comunión, las mayores de las contradicciones, así somos y así es la materia defectuosa con la que estamos construidos: amor y odio, altruismo y egoísmo, comprensión e intolerancia,… Hace tiempo, y créeme, no es pesimismo, que llegué a la conclusión de que el problema no es la institución en sí, sino sus miembros. Nosotros somos el inconveniente, no el matrimonio.

        En lo puramente literario debo decirte que Strindberg ha representado para mí una pequeña decepción. Encuentro los relatos del libro muy desiguales, especialmente los de “Casarse II”: pocas veces segundas parte fueron buenas. Por lo leído valoro su aportación a la literatura, fue rompedora y sirvió para modificar tabúes e inhibiciones, pero ese naturalismo tajante, machacón y feroz del que hace gala no acaba de entrarme…

        Gustos, Sra, Castro, gustos.

        Un fortísimo abrazo

        • ¡Qué tema! Aquí hay para debatir hasta el fin de los tiempos.

          Yo creo que el matrimonio (o las relaciones largas en las que existe convivencia, haya sacramento de por medio o no) funciona si hay amor. Y el amor no se improvisa. El amor debe ser un esfuerzo constante para abrirnos al otro y mostrarle sin fingimientos la triste materia mortal de la que estamos hechos, con sus contradicciones, sus euforias y sus desánimos. Y comprender al tiempo que el otro esta hecho del mismo barro para así entender sus contradicciones, sus euforias y sus desánimos. El amor es, como la lectura, una laboriosa felicidad.

          Pero tal vez, como se suele decir, «cada uno habla de la feria como le va en ella».

          Un abrazo.

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