En las últimas líneas del comentario que uno hizo de La sonrisa de Buster Keaton, el libro de relatos con el que Juan Fernández Sánchez se dio a conocer, decía que los mejores cuentos eran aquellos más desenfadados, los que se alejaban de cierta solemnidad que el escritor volcaba en algunas líneas y que atosigaban el conjunto. Viene esto a cuento porque El canadiense, su segunda incursión en la narrativa, esta vez en forma de novela (y por la que recibió el XIII Premio Carolina Coronado de Novela, Ciudad de Almendralejo, 2008), hace gala de esa pasión por cierto barroquismo formal, amén de por una narración demorada y elegante.
El canadiense cuenta la historia de un anarquista de comienzos del siglo XX que debe huir a Escocia en compañía de un diplomático a causa de un crimen que se le atribuye, aunque no ha llegado a cometerlo; de forma simultánea se nos revelan las pesquisas que su nieto, muchos años después, lleva a cabo para conocer la historia de su abuelo y comprender por qué no ha llegado a saber nada de él. En principio, y sin entrar en honduras estilísticas, la trama se desarrolla con misterio y desenvoltura, involucrando al lector en los primeros compases con la sorprendente peripecia de Joan, el protagonista. Aunque el desenlace dista mucho de ser «explosivo», lo cierto es que Fernández Sánchez consigue construir un texto sólido y reflexivo, que se apoya más bien (aunque al principio no sea del todo perceptible) en la evolución psicológica de los personajes que en lo aventurero de la historia.
No obstante, hay dos «peros» que achacar a la novela y que lastran bastante su avance. Por un lado tenemos algunos tópicos bastante previsibles que el autor emplea en la construcción de personajes y tramas; el personaje de Neil, un líder anarquista que toma bajo su protección a Joan, está cincelado a golpe de cliché, al igual que la relación amorosa que se entabla entre el protagonista y Victoria, la compañera de Neil. Aunque en general los caracteres tienen una sobriedad bastante trabajada, algunos detalles están descuidados y no acaban de perfilar de forma creíble una personalidad: Victoria no pasa de ser un instrumento narrativo para que ocurran determinadas cosas, y otro tanto ocurre con algunos otros personajes que aparecen en el texto y pasan sin pena ni gloria. El autor no aborda la caracterización con energía y se acaba el libro con la sensación de haber asistido a conversaciones entre fantasmas.
Por otro lado, la ambición estilística de Juan Fernández Sánchez hace que en ocasiones el texto bordee la altisonancia más vacua: metáforas huecas, comparaciones exageradas, enumeraciones excesivas… «Debí dejarlo todo en ese momento, regresar a la senda trillada de lo cotidiano, la vida a la intemperie es peor aún que la monotonía de las babuchas y la paella dominical trufada de cuñados anodinos, pero me hallaba demasiado cerca, sentía tan próxima la resolución del enigma que decidí prolongar un poco más la búsqueda.» La narración se ancla muchas veces en demoradas oraciones que no aportan contenido a la historia y que, además, tampoco destacan por un sentido del ritmo o de la eufonía; en el más puro estilo de la retórica vacua que tanto gusta en la narrativa castellana de los últimos años, la novela tropieza en numerosas ocasiones en la vacuidad de una prosa grandilocuente.
En pocas palabras: El canadiense es una novela construida con pasión y elegancia, pero con demasiados deméritos como para convertirse en una obra a tener en cuenta. Quizás un estilo algo más contenido y una preocupación mayor por los personajes diese pie a que Juan Fernández Sánchez nos ofrezca algo mejor en el futuro.
Más de Juan Fernández Sánchez:
No estoy de acuerdo con la crítica hecha por el Sr. Molina. Me gustó mucho esta obra, mantiene el interés y el ritmo de principio a fin. La escrituta es ágil, cercana y a la vez, libre, libre para andar cualquier camino, confluyendo todos ellos en un estilo singular: el del autor. Un libro que vale la pena leer.
Precisamente, la técnica narrativa utilizada consigue crear en el lector la sensación de intriga necesaria para avanzar sarisfactóriamente en la lectura de la historia, creando siempre la necesidad de seguir leyendo para suplir los cortes realizados de forma intencionada en la secuenciación de los diferentes capítulos. La focalización realizada alternando dos tipos distintos de narrador se realiza de forma magistral. En cuanto al estilo y lenguaje utilizado, nada que objetar. Me parecen de una brillantez extraordinaria que pocas veces autores más revalorizados pueden superar. Siento pues, discrepar totalmente de la reseña que aquí se nos presenta. Me parece una obra no solo a «tener en cuenta», sinó superior y digna de estudio por cualquier crítico que se precie. La considero ejemplar y sin ningún pero a considerar. Sencillamente, una obra maestra.
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