Se anuncia a Arno Camenisch como una de las más prometedores voces de la narrativa europea, pero eso se dice tanto y de tantos que acaba por resultar palabras vacías de sentido. Sin embargo, sí es cierto que Sez Ner es una obra, si no original, al menos sí diferente con un planteamiento y un estilo propios.
Sez Ner, que es la primera parte de una trilogía, es de difícil clasificación: no es una novela, tampoco un relato. Es una colección de fragmentos que, más que contar una historia, atrapan una forma de vida que ha permanecido inmutable durante años, pero que, al tiempo, ha cambiado imperceptiblemente, sobre todo a ojos de sus protagonistas.
Sez Ner es un pico que contempla impasible la vida en una explotación ganadera suiza. Vacas lecheras y cerdos de engorde están al cuidado de cuatro hombres: el vaquero, el porquero, el quesero y su ayudante. Personajes sin nombre propio e incluso sin historia propia para simbolizar un trabajo que nuestra sociedad moderna y tecnológica olvida.
Un trabajo duro, mecánico y también jerarquizado (como la relación entre los hombres pone de manifiesto) que echa por los suelos la idea bucólica que tenemos del campo. Esa visión idílica de la naturaleza, de los animales y de la relación del hombre con ellos, de las tareas agrícolas, la representa Camenisch con la aparición esporádica de turistas que se dedican a fotografiar la vaquería y los pastos de alta montaña.
Detrás de la encantadora estampa de una cabra subida en el borde de piedra de una fuente, se esconde la monótona rutina de los trabajadores de la explotación. Una rutina que ha permanecido igual durante años y que, si acaso, es ahora más laxa (a ojos de quienes la vivieron antaño), pero no deja de ser un trabajo para hombres cansados que no disfrutan la belleza del paisaje ni la calidez de los animales.
Pero si lo que Sez Ner nos cuenta resulta interesante, lo es aún más el cómo Arno Camenisch lo cuenta. De hecho, sin la narración fría, expositiva, fragmentaria —aunque al tiempo llena de matices e indudablemente poética—, esta brevísima novela perdería gran parte de su pulso narrativo.
El vaquero salta en la gélida mañana bajo la llovizna hacia el prado de noche, le manda rodear el prado, dai, dai, le anima con silbidos, mientras desconecta el pastor eléctrico y abre la valla de alambre. El prado todavía está oscuro. El porquero obliga a las vacas a levantarse, las primeras pasan corriendo junto a la barrera, donde el vaquero espera impaciente. También están allí las vacas de Clemens.
El huevo tiene dos yemas. El porquero las remueve en la sartén. Las dos yemas se mezclan en la sartén al fuego antes de que la clara se ponga blanca. Ahora el huevo se asemeja a cualquier otro huevo.
Sez Ner nos presenta la épica sutil, casi siempre inadvertida, del día a día de las personas normales y despoja de su máscara a lo pintoresco para mostrarlo tal cual es: hermoso, cotidiano, casi siempre feroz.
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