Los esclavos de la soledad – Patrick Hamilton

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1962

Los esclavos de la soledad - Patrick HamiltonHay dos cosas bastante importantes que apunta Doris Lessing en el prólogo a «Los esclavos de la soledad»: la primera es que Patrick Hamilton es un escritor injustamente olvidado; la segunda, que sus retratos de las clases bajas son poco menos que geniales. Ambas afirmaciones son cuestionables, dado que esta novela (uno no ha leído más libros de Hamilton) es todo menos genial, y a tenor de su lectura no es extraño que su autor haya quedado relegado a un olvido literario.

No quiere esto decir que esta novela sea espantosa, ya que atesora algunas buenas cualidades; sin embargo, el libro afronta una historia interesante desde una perspectiva banal, con un estilo descuidado y plano, repleto de altibajos, que hace difícil la lectura. Hamilton podía ser buen dramaturgo (es autor de «La soga» y «Luz de gas»), pero no buen novelista. A pesar de las extenuantes descripciones de sus personajes (de los que conocemos todos los detalles, todos los pensamientos), éstos no pasan de ser marionetas arquetípicas, meros figurantes de una representación. El mejor ejemplo de ello es la protagonista, la señorita Roach: esta mujer, cuarentona y apacible, abandona Londres durante 1944 a causa de los bombardeos que llevan a cabo los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y decide alojarse en una pequeña pensión de una localidad llamada Thames Lockdon, a pocos kilómetros de la capital. Es la historia de esa mujer solitaria y honrada el eje de la obra, pero tanto ella como los demás caracteres convierten ese empeño en un fracaso.

Enid Roach se presenta como un personaje fuerte, responsable y centrado: su comportamiento para con los demás huéspedes así lo demuestra. No obstante, Hamilton es incapaz de «redondear» a su protagonista, de dotarla de una personalidad verosímil, palpable: el lector compone una imagen mental de esa mujer gracias a la acumulación de una variedad de tópicos y lugares comunes (en sus descripciones, en la exposición de sus pensamientos y en la transcripción de sus diálogos). El autor es incapaz de crear rasgos definitorios y, por añadidura, hurta al lector la posibilidad de rellenar huecos en el carácter de la señorita Roach, ya que su exasperante acumulación de datos sobre ella anula esa opción.

Lo mismo ocurre con el resto de personajes que aparecen en el libro; en algunos, de forma aún más exacerbada. La señora Barratt o la señorita Steele, dos de las huéspedes de la pensión, no pasan de ser meros tipos descritos a base de generalidades (solteronas, fácilmente escandalizables, pacíficas); el teniente norteamericano que hace la corte a la protagonista es del todo previsible: bebedor, juerguista y desinhibido. Quizá sea Vicki Kugelmann, una alemana exiliada con la que intima Enid Roach, el personaje más entero y definido: su personalidad evoluciona a lo largo de la novela, pasando de ser una víctima de las circunstancias (dada su nacionalidad) a una manipuladora sagaz e inteligente. Su enfrentamiento con la gazmoña protagonista es, con diferencia, lo mejor de todo el libro.

A favor de la obra hay que decir que Hamilton muestra una serie de personajes poco habituales en obras que se centran en periodos de guerra. Su mirada se centra sobre esos desclasados que sufrían las penurias de la escasez y el desabastecimiento, de los trabajadores que debían continuar con sus rutinas pese a la amenaza constante de las bombas. Sus personajes no son héroes a la usanza clásica, o al menos no son héroes clásicos, ya que su radio de acción es muy reducido; más bien constituyen esa parte de la población que sufre en silencio y trata de sobrevivir, con un esfuerzo y un tesón encomiables. Puede que la escasa maestría del escritor no los describa a la perfección, pero el lector puede hacerse una idea más o menos completa de lo que significaba vivir una guerra en la retaguardia.

«Los esclavos de la soledad» no es un buen libro; al menos, no en el plano técnico o artístico. Su valor es algo mayor si nos detenemos en la recreación de tipos que acabo de subrayar, pero no pasa de ser un detalle menor. La genialidad de una obra se apoya, qué duda cabe, en su buen hacer estilístico, y en ese sentido esta novela no cumple las expectativas que plantea. Una lástima, dado que el tema y la historia son atractivos y hubieran dado algo más de sí.

2 COMENTARIOS

  1. Bueno señor Molina no estoy de acuerdo con su opinión. Creo que la novela es exelente y juzgar con liviandad me parece una falta de respeto. Con todo respeto gustaría saber que ha escrito usted.

    • Estimado Luis:

      No creo haber juzgado la obra con liviandad; he tratado de ofrecer argumentos que justifiquen mi pobre opinión de la misma, aunque desde el respeta y la lectura crítica. Cosa que usted no hace en su comentario, ya que no aporta argumento alguno.
      Y, por cierto: no considero que sea necesario escribir nada para juzgar una obra literaria. No sé qué tiene que ver una actividad con la otra.

      Gracias por su comentario.

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