La ciudad de las acacias – Mihail Sebastian

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La ciudad de las acacias - Mihail SebastianLa belleza de un libro como «La ciudad de las acacias» fluye por debajo de lo aprehensible a simple vista: se trata de una belleza oculta, secreta, que mana de cada frase y cada párrafo con lentitud, pero de forma constante. Mihail Sebastian tiene una prosa que se desliza sobre la superficie de los acontecimientos sin movimientos bruscos, pero que saca a la luz sentimientos y deseos que anidan en la profundidad del alma.

Decir de esta novela que es una historia sobre la madurez y el abandono de la adolescencia es correcto, pero nos dejaríamos mucho por el camino. El autor escoge para su narración algunos personajes y se centra en ellos para ilustrar el paso de la niñez a la vida adulta: una travesía inevitable y nada traumática, pero que implica muchas renuncias y, sobre todo, la aceptación de muchas verdades dolorosas.

Es magistral la forma en la que el autor crea a Adriana, quizá la protagonista más importante; el libro se abre con su acceso físico a la madurez, que se identifica con su primera menstruación y que ella, con poética imaginación, bautiza como el florecer de las acacias. A partir de un hecho nimio (narrado, eso sí, con una excepcional sutileza), Sebastian perfila una figura llena de contrastes, de deseos ambiguos, de odios y amores caprichosos. Adriana pasa a ser una adolescente en el plano social, puesto que accede a reuniones, amistades y propuestas de matrimonio, pero en su interior no es más que una niña encerrada en un cuerpo exuberante, con los sentimientos propios de una criatura frágil.

Esa fragilidad es la constante en «La ciudad de las acacias». El autor acierta de pleno al exponer las incertidumbres que presiden los años previos a la asunción total de la vida adulta, puesto que todos los personajes que pueblan estas páginas no hacen sino buscar, desear o huir. Ninguno de ellos conoce el objeto de esas búsquedas, de esos deseos, ni el destino hacia el que quieren escapar, pero todos comparten la ignorancia acerca de lo que les rodea, la incapacidad para comprender siquiera a las personas que tienen junto a sí.

La relación que mantienen Adriana y su mejor amigo, Gelu, es buen ejemplo de ello. Ambos son inconstantes en sus sentimientos: la volubilidad que les guiaba de niños en sus juegos se mantiene, ya como adultos (o casi), en sus escarceos amorosos. Sin embargo, la fragilidad de sus deseos y la ignorancia de sus propias decisiones les abocan a un alejamiento no por obvio menos doloroso. La perplejidad de Gelu o los titubeos de Adriana no son sino el peaje que han de abonar para acceder a un mundo, el de los adultos, que no entienden, al que no quieren pertenecer, pero al que deben viajar.

La ciudad de Braila (ciudad natal de Sebastian, que en la novela se transforma, simplemente, en D.) sirve como marco para ese florecer de las acacias. En esa pequeña población los personajes afrontan su evolución, tanto física como moral, constreñidos por un entorno que limita sus movimientos de manera imperceptible; la costumbrista mentalidad provinciana vigila cada acción, cada amistad, cada romance. El desolador destino de la profesora de Adriana, la señorita Denise, enamorada de una de sus alumnas, es fiel ejemplo de la severidad de los habitantes: despreocupados y ociosos, pero siempre atentos a todo aquello que escape a sus designios. De hecho, durante la novela ambos protagonistas viajan por poco tiempo a Bucarest, la capital, como una forma de huir de esa opresión silenciosa; y es allí donde, en cierto modo, ponen algo de orden en sus vidas.

«La ciudad de las acacias» refleja todo esto y mucho más con una hermosura sutil y minuciosa. La escritura de Sebastian es detallista, puntillosa en algunos casos, consiguiendo que el lector penetre en el interior de los personajes poco a poco. Esa progresión hacia la vida adulta, esos descubrimientos que los protagonistas van haciendo, son narrados con una pericia excepcional, convirtiendo el proceso en un auténtico camino de conocimiento. Ha sido una verdadera delicia leer a Mihail Sebastian, la verdad, y lo recomiendo encarecidamente.

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5 COMENTARIOS

  1. ¿Y no cree que algo de parte tendrá el traductor de ese libro para que su lectura le haya resultado tan bella y ese estilo y lenguaje tan sugerentes? ¿Por qué no lo cita? ¿Acaso Sebastian escribió en español?

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