Cultivos – Julián Rodríguez

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Cultivos - Julián RodríguezHay una frase en «Cultivos» que creo puede resumir lo que es este libro, o lo que pretende Julián Rodríguez con el proyecto Piezas de resistencia. «Repentinamente, me siento viejo, escribes también en la postdata. Donde van siempre las palabras importantes.» Parece que en lo marginal, en la postdata de la escritura de Julián Rodríguez también se encuentra lo importante, lo revelador de su visión de las cosas. «Cultivos», como ocurría en «Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás», no es un libro que evidencie verdades, que trate de organizar el mundo desde una perspectiva creadora; no se trata de aportar respuestas, ni siquiera de formular preguntas: se trata de observar y de dudar, de mirar a nuestro alrededor con atención.

En ese sentido, las secuelas de esa mirada son importantes y perdurables; hablando de ciertas lecturas que le marcaron en su juventud, el narrador dice: «Quizá las olvide un día, pero no podré vivir sin sus efectos. Organizaron durante un tiempo mi visión del mundo, y son tanto parte del pasado como lo serán del futuro. De un modo inevitable.» Rodríguez no busca crear una obra que descifre algo, sino que despierte algo en el interior del lector. Quizá por ello la relación entre el arte y la naturaleza, entre el cultivo artístico y el cultivo agrícola, sea tan significativa. Como también lo es la importancia de la palabra, del arte (del libro, de la literatura, en este caso) para cambiar algo en el mundo; y subrayo el hecho de que el arte pueda cambiar algo en el mundo, pero no al mundo en sí. Rodríguez incluye varios pasajes de otros autores con el objeto de reforzar esa idea; uno, por ejemplo, pertenece al discurso que Benito Pérez Galdós pronunció con motivo de su ingreso en la Real Academia, en 1897: «[…] el Arte se avalora sólo con dar a los seres imaginarios vida más humana que social. Y nadie desconoce que, trabajando con materiales puramente humanos, el esfuerzo del ingenio para expresar la vida ha de ser más grande, y su labor más honda y difícil, como es de mayor empeño la representación plástica del desnudo que la de una figura cargada de ropajes, por ceñidos que sean.»

También cita extensamente el autor a otro novelista, Jesús López Pacheco, que en el epílogo a una de sus obras hablaba sobre la literatura social en estos términos: «La literatura realista lo que ofrece a sus lectores es un conocimiento de la realidad, y su contribución a los cambios sociales y políticos, si existe, pasa a través de ese conocimiento. […] Pienso que habría que invertir los términos: «arte comprometido» es el que está comprometido con la clase dominante […]; el arte que, dentro de su campo específico, afronta la realidad, con frecuencia enfrentándose con la clase dominante y su ideología, es un arte libre —y casi siempre arriesgado y poco «brillante»—, un arte que preconiza el cambio, el cual es siempre algo sin concretar, todavía no real, algo que exige verdadera libertad de imaginación.» No es difícil encontrar conexiones entre estos pensamientos y la labor que Julián Rodríguez lleva a cabo en «Cultivos»: no es que sea la suya una literatura social, al menos en el sentido más tradicional de la palabra, ya que no muestra situaciones desesperadas, injusticias o personajes subyugados; sin embargo, bajo la escritura en apariencia sencilla (por banal) de esta obra subyacen una serie de ideas, de tesis, de intuiciones sobre ciertos aspectos de nuestra sociedad. El autor no los muestra de forma explícita, pero teoriza sobre ellos; su escritura es, quizá, un ejemplo visible sobre su preocupación o interés sobre esos conceptos.

Por eso y por muchas otras cosas, «Cultivos» es un libro magnífico que no parece tal. Es una obra (me resisto a llamarlo «novela») plena de significados, pero siempre insinuados, entrevistos; el lector bucea por la escritura de Julián Rodríguez a base de susurros, de secretos, porque la principal virtud de este libro es su capacidad de evocación. Lo importante, repito, es lo que se muestra en los márgenes de esa narración, las miradas que podemos compartir a lo largo del libro. El autor se resiste a evidenciar sus propuestas, pero en la fragilidad de esa decisión aparece un texto maduro, con profundas raíces que se adentran en nuestra historia, nuestras costumbres, nuestras ideas, nuestros miedos… en definitiva, en nuestra sociedad. Ya digo que «Cultivos» no es una obra social, ni creo que su autor así la concibiese; no obstante, sí queda claro tras su lectura que Rodríguez tiene claros ciertos planteamientos acerca del papel que puede jugar la literatura en nuestro entorno actual, y trata de acercarse a ese objetivo. Si no lo ha logrado ya, está claro que está muy cerca de hacerlo.

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