La literatura nórdica es para mí otro de esos campos a explorar en donde descubrir textos nuevos y nuevas maneras de narrar. Además, si se me permite hacer hincapié en ese motivo algo trillado que siempre se ofrece como una de las razones para incentivar la lectura, es también una manera de acercarnos a culturas un poco menos conocidas.
«Arde el musgo gris», del islandés Thor Vilhjálmsson, es un ejemplo de esa literatura vigorosa y sobria en la que además se encuentra un sabor diferente escondido en la sintaxis peculiar del autor, para gozo del lector. Pero más allá de ese aspecto meramente formal, aunque nada despreciable, esta novela tiene varios puntos que juegan a su favor y la convierten en muy recomendable.
No es el menor de ellos el retratar el modo de vida de los braceros islandeses que a finales del s. XIX recorrían las granjas del norte del país para ganarse un exiguo jornal con el que malvivir. El hambre, la enfermedad, las duras condiciones laborales y meteorológicas convertían la vida en una dura lucha en la que no existía lugar para la compasión por el otro. Junto al relato de esas vidas miserables, Vilhjálmsson recrea la esperanza de algunos hombres ilustrados de redimir a ese pueblo cansado y consumido a través del progreso y de la asimilación de las ideas de justicia social que agitaban Europa en aquella época.
A la impresión de las vidas de sus gentes, el autor añade el dibujo del inhóspito entorno que, en gran medida, contribuye a crear sus caracteres. Las agrestes montañas, los roquedales, turbales y prados, los pantanos, los ríos espumeantes que se precipitan desde las cumbres, las playas pedregosas, junto a un clima extremo de ventiscas e inmensas nevadas han moldeado a los islandeses. Y Thor Vilhjálmsson ha convertido la manera en que un islandés siente el paisaje que lo cerca, a veces como una amenaza, a veces como una promesa, en una parte fundamental de la historia que nos cuenta. Y aquí se hace necesario mencionar la soberbia traducción de Enrique Bernárdez. «La lengua islandesa tiene una palabra para cada cosa que pueda pensarse en el mundo» dijo el poeta cuya identidad recrea Vilhjálmsson en el protagonista del libro. Bernárdez demuestra que el castellano tiene, en muchas ocasiones, más de una palabra para cada cosa.
Ásmundur, el protagonista de la historia, es el trasunto de Einar Benediktsson, un reconocido poeta islandés que ejerció como juez y fue un importante impulsor de las ideas progresistas en la Islandia de finales del s. XIX. Vilhjálmsson logra representar con acierto el precario equilibrio del alma de un hombre cuya sensibilidad, que ha dedicado a cantar la majestuosidad de la tierra islandesa, se ve herida por la realidad de un pueblo abandonado y sumido en la miseria al que quisiera ayudar a emanciparse, pero cuyas actitudes muchas veces groseras e insolidarias percibe con desagrado y se ve obligado a juzgar.
El caso con el que Ásmundur debe estrenarse como juez es el caso de dos hermanos acusados de mantener una relación incestuosa y matar al hijo fruto de la misma en el momento de su nacimiento. A pesar de lo escabroso del caso, el autor logra que el lector sienta compasión de la pareja, a la que se le ha negado todo excepto el sufrimiento y el trabajo desde su niñez.
Sólveig Súsanna, la joven incestuosa, se alza como un personaje de una fuerza sobrecogedora que obliga al lector a reflexionar sobre el hecho de que la justicia por lo general vive de espaldas a los desfavorecidos. La muchacha fue violada por el patrón de la granja donde servía de niña y sufrió sus abusos hasta el momento en que quedó encinta. Pero entonces la justicia no se dignó fijarse en ella, ni los cuchicheos de las comadres de la comarca se ocuparon de un caso que, por habitual, nada tenía de escandaloso. Pero los rumores si se ocuparon de la relación amorosa que estableció con su hermanastro, haciendo que se la juzgara por lo único hermoso que la vida le había concedido hasta el momento.
Lo que el personaje de la joven logra trasmitir al lector es que la justicia que no la auxilió en su momento, no tiene el derecho de juzgarla ahora. Menos aún invocando el nombre de un Dios que, lejos de ser amor y misericordia, se descubre como el Dios de la venganza y se convierte una vez más en un instrumento de los poderosos para usar contra los desfavorecidos. Sólveig Súsanna sabrá mantener su independencia de criterio hasta el final, logrando sembrar la duda en el joven juez que aprende a abrir los ojos a la realidad de un pueblo abandonado.
logradísimo paralelismo entre las almas de los personajes y el fascinante paisaje islandés. me impresionó el relato. fue un hermoso descubrimiento.