«El bachiller», segunda novela de la trilogía de Jacques Vingtras, comienza con la siguiente dedicatoria del autor: «A quienes alimentados de griego y latín, se murieron de hambre, dedico este libro»; dedicatoria que resume a la perfección el contenido de la novela.
En ella nos reencontramos con el joven Vingtras, cuyas vicisitudes nos conmovieron y divirtieron en «El niño«, convertido ya en un hombre, que regresa a París dispuesto a labrarse un porvenir, bien pertrechado con sus conocimientos de latín, griego y cultura clásica. Es bachiller y sólo por eso, se le augura un futuro prometedor.
Al joven Vingtras parece bastarle con el hecho de alejarse nuevamente del opresor hogar paterno, escapar para siempre de la monotonía y la frialdad de las aulas, para lanzarse lleno de júbilo a la vida parisina de los bohemios y los intelectuales. Lleno de fe, estrena esa vida de libertad que bebe a grandes sorbos, mezclándose en las revueltas estudiantiles que protestan por la pérdida de libertades que cada día amenaza más a la república.
Cuando finalmente ésta cae, Vingtras padece la peor derrota de su vida: su espíritu de eterno oprimido, la grandeza que le ha empujado a situarse siempre del lado de los desfavorecidos acusa el golpe. El ardor de su juventud no entiende la pasividad del pueblo, que permite indiferente que le arrebaten sus derechos y la posibilidad de avanzar hacia la igualdad social. Y temeroso a su vez por haberse mostrado claramente partidario de defender la libertad en las barricadas, regresa a provincias junto a su familia.
La vida allí es como siempre humillante y gris, por lo que retorna a París. Pero la ciudad bajo el imperio no tiene nada que ofrecer al joven revolucionario. Decidido a no trabajar para los burgueses, tampoco se aviene a comenzar carrera en las instituciones públicas, que sólo le depararían una vida miserable como la que ha llevado su padre, Vingtras se afana en todo tipo de oficios: profesor, corrector, gramático, periodista, secretario… Siempre mal pagado, siempre hambriento, con los zapatos rotos y los trajes harapientos, lo único que le sostiene es su orgullo, la certeza de que está haciendo lo que debe al no doblegarse ante lo que desprecia.
Deseoso de arriesgar la vida en aras de sus ideales republicanos, el joven Vingtras interviene en una conjura para asesinar al emperador. Al fracasar está y después de pasar por la cárcel, nuestro joven regresa una vez más al hogar paterno, para huir nuevamente de él hacia la libertad de la capital.
Pero en esta no le esperan más que sinsabores y miserias, hambre y decepción. La educación que su padre le echa en cara haberle dado no le sirve para procurarse sustento: para unos empleos sabe demasiado, para otros, demasiado poco; para unos es ya muy mayor, para otros aún es joven. Vingtras deplora una vez más el que su padre no le permitiera aprender un oficio, vestir un blusón y con sus manos asegurarse el sustento diario que sus estudios son incapaces de proporcionarle. Igualmente lamenta que su madre decidiera abandonar la vida campesina, que le hubiera convertido a él en un labriego, dichoso de vivir en contacto con la naturaleza.
Cuando su padre fallece y Vingtras acude a darle sepultura, recapitula ante su tumba los mil martirios vividos a causa de sus ideales, de su rebeldía. Incapaz de culpar a su padre, sólo siente que no desea consumirse como él en una vida miserable. Echando la vista atrás comprende también que en su lucha contra un sistema social implacable, ha sido él quien más ha perdido. Decide entonces acabar sus estudios, trabajar en las instituciones públicas de enseñanza para, teniendo la herramienta que le asegure el sustento, proseguir su lucha contra una sociedad miserable y ciega, acomodaticia y cobarde, incapaz de reconocer el valor y la abnegación de los jóvenes revolucionarios que mueren de hambre por no renunciar a sus ideas.
Pese a narrar una vida de miserias y privaciones, de fracasos y humillaciones, «El bachiller» es, como «El niño», una obra de una vigor asombroso, donde la vida y la juventud pugnan sin descanso contra la adversidad. Jules Vallès, que se retrató a sí mismo en el joven Vingtras, relata con humor chispeante las mil penurias y peripecias de éste de tal modo que el lector, que asiste a una epopeya, a la lucha trágica de un ser valiente y sediento de justicia social, puede pasar además un rato de lectura agradable y jovial.
En definitiva, no hay que desaprovechar la oportunidad de leer esta obra.
Más de Jules Vallès:
Hola,
Soy de Argentina y se me hace muy difícil conseguir los libros de Jules vallès, en especial «El bachiller», que es el que más me interesaría leer. El único libro que tuve el agrado de leer fue «Recuerdos de un estudiante pobre», el cual conseguí luego de mover cielo y tierra. Quisiera saber si alguien me podría recomendar alguna página web confiable y, en lo posible, de libros usados que pudiese tener este libro a la venta. Muchas gracias.
acabo de leer El insurrecto. Literariamente no me ha parecido tan bueno como El niño y El bachiller que son estupendas, verdaderas obras maestras. Pero esta tiene una importancia histórica enorme. No hay que perderse el glosario del libro, por donde pasan todos los revolucionarios que estuvieron en la Comuna de París de 1871. Saludos.
Gracias, Juanra. Lo tengo en la pila, esperando. En breve, la reseña.
Ya está en las librerías «El insurrecto», última parte de la trilogía Jacques Vingtras, publicada por ACVF Editorial. ¿A qué esperáis? ¡Todo el mundo a leerlo!
Si con «El bachiller» ya nos hemos exaltado tanto, cuando leamos «El insurrecto»… salimos a la calle con cócteles de literatura incendiaria, pancartas con metáforas icono-clastas y ametralladoras que escupan letras de fuego. Seguro que Jules Vallès lo hubiera querido así.
Un saludo.
En efecto, Juanra, el que la crítica social que encierra «El bachiller» tenga perfecta validez hoy día no deja de ser espeluznante: no hemos avanzado nada.
Es más, hemos retrocedido en cuanto que hemos perdido ese espíritu de insurrección. La miseria moral en la que vivimos no parece escandalizar a nadie, es más, es aceptada con gusto. Cada día dejamos que nos arrebaten nuestros derechos sin parpadear.
Y es que creo que en vez de aceptar esos trabajos basura, los sueldos mileuristas (en el mejor de los casos), el precio de la vivienda y hasta el de los tomates, deberíamos lanzarnos ¡a las barricadas!
El buen sabor de boca que me dejó la lectura de la primera parte de la trilogía («El niño») había creado altas expectativas para esta segunda parte (y la que queda, que espero que editen pronto). No me ha defraudado en absoluto, aunque no ha superado la demoledora combinación de negro humorismo, ternura y crítica del sistema educativo de la que hacía gala su predecesora. No obstante, tampoco se queda corta esta entrega en la cáustica comicidad y la crítica social y política; de hecho se acentúa este último aspecto, a medida que el protagonista va creciendo y se va viendo envuelto en las conspiraciones republicanas para derrocar el sistema policial del Napoleón III.
Junto a los componentes políticos y humorísticos, considero que los aciertos de esta novela se pueden agrupar en dos niveles (social y estilístico) que ponen de manifiesto la modernidad de la novela. Respecto al primero llama la atención la difícil situación de los jóvenes sobradamente preparados pero con pocos recursos (como el protagonista y miles de jóvenes en la actualidad) para acceder al mundo laboral. Aunque suene anacrónico, realmente Jacques sobrevive mediante numerosos «trabajos-basura» que frustran sus más que evidentes cualidades y espíritu creativo.
En cuanto al estilo, ya Zola había reparado en la audacia verbal y el potencial poético de Jules Vallès, aunque censura algunos «excesos» formalistas (se puede leer el comentario de Zola en el enlace destacado en el comentario). Y es que, a pesar de ser uno de los primeros –y más fervientes– defensores de Vallès, el padre del Naturalismo no podía asimilar las “modernas” técnicas (naturalismo irónico preñado de sugerentes metáforas) mediante las que el creador de la trilogía Vingtras hacía pedazos los estrictos límites del realismo-naturalismo.