El burdel de Filiberto – Jean Lorrain

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El burdel de Filiberto - Jean LorrainJean Lorrain ofrece en El burdel de Filiberto un recorrido por los bajos fondos parisinos de los primeros años del siglo XX. Pero este recorrido se aleja del tremendismo o de la conmiseración y resulta un viaje un tanto festivo en el que el lector se convierte en voyeur de la miseria, material y moral, de prostitutas, proxenetas y matones.

Jacques Ménard será el cicerone que, con su narración, nos conducirá por los vericuetos de una historia con un punto de reportaje periodístico —no en vano monsieur Ménard es periodista—. Un encuentro casual con un antiguo conocido, antes cerrajero pero establecido ahora como patrón de una casa de prostitución, será el detonante que conducirá al narrador a interesarse por el mundo de la prostitución. De la mano de Philibert Audigeon, su antiguo conocido, Ménard se adentrará en el universo de las casas de lenocinio y la trata de blancas.

Como decía, la narración tiene, sobre todo al principio, algo de reportaje periodístico, si bien con un cierto tinte amarillista. Lorrain/Ménard pretende impactar a la lectora biempensante dándole a conocer un mundo que la escandalice, pero que satisfaga a la vez su curiosidad morbosa. Sin embargo, y aunque descriptiva, la narración elude cualquier tono truculento y no se adentra en perspectivas verdaderamente sórdidas.

El encuentro de Ménard y Audigeon conduce a una visita del primero a la casa que el proxeneta regenta. Y a continuación, y gracias a los contactos de Audigeon, el periodista visitará los tugurios de los bajos fondos, conocerá a prostitutas y macarras; y, finalmente, se verá envuelto en una truculenta historia, que dará ilación a la última parte de la narración, mostrando además la forma en que personas adineradas se relacionan con la baja prostitución para satisfacer vicios inconfesables.

Pero, en general, el tono de la narración es jovial —o las lectoras nos hemos acostumbrado a estas alturas a historias estremecedoras y brutales, de tal modo que lo que debió conmover hace un siglo apenas nos inmuta ya—. Así, Lorrain presenta una cara desenfada de la prostitución. Y aunque Philibert Audigeon alude a un folleto publicado por la prensa sobre la trata de blancas, que en teoría ha causado preocupación sobre las condiciones de vida de las mujeres prostituidas (estropeando el negocio), el autor nos habla de negocios familiares  y de jóvenes cuyas máximas preocupaciones son las rencillas con las compañeras, sus asuntos amorosos o los crímenes que recogen los periódicos.

La compra y venta de mujeres para dedicarlas a la prostitución, la violencia que sobre ellas se ejerce, el beneficio que otros obtienen de ese sucio negocio e incluso el estupro son tratados aquí no ya como la terrible realidad que representa, sino con la placidez con la que se describiría cualquier actividad comercial más. El quid de esa visión se encuentra en la visión de que es el vicio femenino el que arrastra a las mujeres a esa vida que podríamos calificar de depravada, obviando la prístina verdad de que es el vicio ajeno —unido a la necesidad propia— lo que arrastra a la degradación.

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