El caníbal es una obra de ficción, desde luego, pero podría ser leído como un ensayo sobre literatura sin perder en absoluto su interés y pertinencia. Quizá, de hecho, sea mucho más interesante leerlo de esta segunda manera, ya que la literariedad del texto es muy secundaria si la comparamos con el trasfondo que Juan Terranova aborda en el libro; como si de una suerte de novela de tesis se tratara, el autor plantea una situación que se resuelve no por la acción, sino por la reflexión de sus personajes.
En El caníbal tenemos a dos escritores que entablan una peculiar amistad y que les conduce hasta el punto de casi intercambiar sus carreras. Por un lado está el narrador y protagonista, trasunto del mismo Terranova, un autor con su primera novela bajo el brazo y tratando de hacerse un hueco en el panorama editorial argentino; por otro, y como un serio contrapunto, está Francisco Villegas, un enfant terrible de las letras, un escritor maduro, irónico y desengañado, que imparte lecciones literarias desde su inalcanzable posición de superioridad ideológica. ¿Superioridad? He aquí la clave de esta novela discursiva y atípica: Villegas imparte lecciones a su joven acompañante sobre cómo es la nueva literatura, sobre cómo afrontar la siempre compleja relación entre realidad y ficción y sobre cómo escribir un texto que supere la obsoleta ficción tradicional. Y lo hace a través de las charlas que ambos mantienen en un Buenos Aires solitario y con el ejemplo de decenas de recortes de prensa que le sirven para exponer la superioridad de los sucesos del día a día frente a las invenciones literarias.
En realidad, en la novela se nos ofrece una visión sobre la dificultad de poner límites a la ficción; Villegas utiliza las noticias como fuente de su escritura porque la realidad, ya saben, supera todo lo imaginable. Juan Terranova confronta así una concepción tradicional de la literatura con la inevitable asunción de que ambos conceptos se entreveran por necesidad; y lo hace mediante un juego de diálogo sarcástico e inteligente, sobre todo gracias al personaje del viejo Villegas, facundo y vitriólico, que enuncia grandes verdades a lo largo de un discurso desenfrenado. Otro tanto ocurre con el propio narrador, como por ejemplo durante la charla con un editor en la recta final de su carrera al que trata de endosar su primera obra y que tiene momentos de una lucidez terrible:
Las editoriales grandes se están achicando simplemente porque la gente no compra libros. Y están publicando lo que podríamos llamar «libros de emergencia», autoayuda, new age, viejos autores eruditos con trayectoria que ya no escriben […], en definitiva, libros cargados de expectativas, libros que en otras circunstancias habrían vendido mucho o podrían vender mucho pero que hoy día lo único que hacen es mostrar la poca capacidad regenerativa de esas editoriales. Autores nuevos no, porque no venden, nada de correr riesgos, pero los libros que tienen que vender tampoco venden. Excelente paradoja: ante la crisis, no innovar.
El caníbal rebosa humor e inteligencia, aunque es difícil tomársela como novela por su falta de continuidad y la ausencia de elementos estrictamente narrativos. Puede servir, por tanto, como muestra ejemplar de lo que el personaje de Villegas sostiene: «La literatura no se inventó para ser catalogada, clasificada, ordenada», dice en un momento del libro; «nace ahí donde está el deseo». Frente a propuestas contemporáneas que alardean de novedosas, pero que aportan muy poco a la narrativa, el libro de Terranova, sin ser literario en el más puro sentido de la palabra, sí que enriquece nuestra visión de la literatura merced a su agudeza.
Es difícil encontrar novedades que ofrezcan algo más que collages narrativos sin propósito aparente. El caníbal, siendo un libro poco rompedor en lo formal, sí que consigue transmitir la sensación de que la literatura todavía tiene cosas que proponer, ideas que aportar; y ademas lo hace con inteligencia y humor. No creo que haga falta más para recomendar su lectura.
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