«La historia de Genji» o «El libro de la almohada» son excelentes muestras de la literatura japonesa del siglo X, cuando en la ciudad de Heian Kyô floreció una cultura de un refinamiento y complejidad como Europa no conocería hasta el Renacimiento. De esa cultura nos habla largo y tendido Ivan Morris en «El mundo del príncipe resplandeciente», apuntando así las claves para comprender mejor la sociedad en la que esas obras se produjeron y convirtiendo la lectura de este libro en indispensable para cualquiera que haya leído (o piense hacerlo) alguna de las obras de dicho periodo, así como para cualquier interesado en el lejano Oriente.
Dividida en capítulos que tratan por extenso un tema concreto (así ‘Los emperadores’, ‘La sociedad’, ‘La religión’ o ‘El culto a la belleza’ entre otros), el autor logra crear una imagen clara del entorno en el que se movían las autoras que compusieron estas obras, que figuran por derecho propio entre las mejores de la literatura universal.
La estabilidad política y la paz fueron las características del período Heian y contribuyeron a crear una aristocracia rica y floreciente que pudo dedicarse al cultivo de las letras, engendrando obras literarias únicas. La estabilidad política fue consecuencia de pasadas luchas intestinas entre los clanes por hacerse con el poder fáctico, de las cuales salió vencedora la familia Fujiwara. Ésta, una vez asegurada su supremacía, brindó todo su apoyo a la permanencia de la figura del emperador como detentador del poder teórico, mientras que ellos se ocupaban de los asuntos prácticos relativos al reino, resolviéndolos por lo general en su propio beneficio.
La pompa de la corte del emperador aumentó en lujo y complejidad, en parte como consecuencia de la bonanza económica y en parte debido a los designios de los Fujiwara, que se aseguraban así de tener al soberano entretenido en asuntos que nada tenían que ver con la verdadera política. En medio de ese esplendor vivía una aristocracia de refinada cultura dedicada al cultivo de las artes de moda: la poesía, la pintura, la música y la caligrafía. Por desgracia otros saberes más pragmáticos como las matemáticas o la astronomía no despertaban en absoluto el interés de la clase patricia, lo que a la larga contribuyó al desvanecimiento de una sociedad entregada a lo fútil.
Esta sociedad patricia se permitía una vida indolente en la capital gracias a la riqueza que sus fincas rurales les procuraban, si bien jamás se encargaban de la supervisión de los trabajos en las mismas: el medio rural era terra incognita para los cortesanos de Heian. Los aristócratas solían además detentar algún cargo como burócratas en la complicada administración pública, cargo que por lo general no hacía sino reportarles aburrimiento. Para combatir ese tedio los hombres se dedicaban, aparte del cultivo de las artes antes mencionadas, a vivir aventuras galantes al estilo de las que recogen las autoras de la época en sus relatos.
Las mujeres patricias gozaban de una educación esmerada y si tenían el suficiente rango podían aspirar a servir en la corte como damas de compañía al servicio de la familia imperial, pero lo común era que permanecieran en la casa paterna (aunque fueran mujeres casadas), confinadas tras biombos y cortinas, dejando el tiempo pasar. Así, la lectura o escritura de monogatari era la vía de escape para las mujeres de la época, cuya vida de reclusión reportaba pocos momentos de diversión.
La delicada forma de narrar que caracteriza estas obras es consecuencia de la enorme capacidad de introspección propia de quienes vivían aisladas de la vida «activa» de los varones, así como de una innegable disposición para la observación de su entorno, que en muchas ocasiones se plasmó en los diarios personales que estas damas escribieron. Por otro lado, puesto que escribían en su lengua vernácula el dominio del lenguaje de estas escritoras, su capacidad de expresión y la naturalidad de sus textos superan a los que podemos encontrar en los escritos de sus contemporáneos varones, quienes por convención escribían en chino o sinojaponés.
No obstante, muchos de los temas que los relatos y diarios de autoras japonesas del período Heian recogen y cuya sensibilidad y sutileza logra aún conmover al lector actual, eran temas convencionales basados en sentimientos de «buen tono» entre la aristocracia de la época. El culto a la belleza, el sentimiento de pesar por lo efímero de la vida y la hermosura que en su transcurso nos es dado contemplar eran en cierta manera tópicos, muchas veces imbuidos por la filosofía budista, a los que la sociedad cortesana se entregaba en una pose que era necesario mantener para ir acorde con la moda de los tiempos.
Estas y otras muchas cosas son las que relata, de manera mucho más acertada, Ivan Morris en su «El mundo del príncipe resplandeciente», ofreciendo una visión completa de la sociedad del período Heian y brindando al lector la oportunidad de realizar una lectura mucho más completa de cualquiera de las obras del mismo.
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No estaría mal, desde la época de Pearl S. Buck con su Viento del Este, viento del Oeste, no me había actualizado a las singulares forma de ver la vida de oriente. Eso sí, viendo películas de Ghibli uno se pone al día fácilmente de las manías y obsesiones, por lo menos de los japoneses.