Si hace unos días hablaba sobre la falta de perspectiva humana, real, de algunos escritores, hoy tengo que hablar sobre un ejemplo de lo contrario; o casi, ya que Nancy Lee no es un Chéjov, es obvio, pero al menos tiene el prurito de reflejar una conciencia humana compartida en sus relatos, algo poco usual en estos tiempos introspectivos tan posmodernos (o tardomodernos, o pos-posmodernos, o como-quieran-llamarlos).
Los relatos de «Chicas muertas» tratan, como es fácil de intuir, sobre mujeres: mujeres en situaciones emocionales delicadas, casi siempre relacionadas con un tipo u otro de amor —fraternal, filial o marital—, que ponen a sus protagonistas al borde de elecciones desgarradoras o de revelaciones muy dolorosas. Lo importante de estos contextos, no obstante, es que no sólo muestran la interioridad deshecha de los personajes, sino que reflejan con fidelidad la realidad que condiciona o propicia esos escenarios: Nancy Lee logra mostrar problemas mundanos mediante individualidades ficticias, pero muy concretas.
Todo esto puede sonar muy abstracto, pero la lectura de «Chicas muertas» es todo lo contrario: la autora tiene un estilo sencillo, pulcro y cínico, capaz de transmitir emociones al lector con pocos vocablos y de definir a los personajes con un par de pinceladas. ‘Associated Press’, el cuento que abre el libro, puede ser un ejemplo perfecto de lo que tan abstrusamente he intentado explicar arriba: la protagonista se debate entre los sentimientos que le suscitan dos hombres: su actual amante, un joven ejecutivo de brillante futuro, y un reportero gráfico que recorre el mundo captando con su cámara todo tipo de injusticias sociales. La indecisión pasional de la chica no es más que una suerte de sinécdoque narrativa: la escisión de una mujer de clase media, acomodada y desenvuelta, enfrentada a la descarnada realidad social que la rodea. Puede que el «mensaje» suene obvio, manido: sí, lo es, muchas veces se ha hablado de esa vida anestesiada que la sociedad burguesa lleva; pero Nancy Lee lo relata con veracidad honesta, sin adornos sentimentales ni recovecos estilísticos. La verdad sigue siendo verdad aunque se diga muchas veces.
Algo similar ocurre con dos piezas que hablan sobre la falta de expectativas y el fracaso social: ‘Chicas muertas’ y ‘Hermanas’. En ambas aparecen dos mujeres caídas en desgracia (en el sentido más decimonónico del término), vapuleadas por una vida que no les ha dado lo que esperaban porque no han sabido comprender, en realidad, lo que era. Las historias se narran desde el punto de vista de otras dos mujeres, madre y hermana respectivamente, que se enfrentan al desconcierto causado por el comportamiento de las protagonistas. En el primer relato, la huida de su hija provoca que la protagonista mire a su alrededor con una perspectiva por completo diferente. En el segundo, la rivalidad fraterna que Grace mantiene con Nita se transformará en un curioso afecto al escaparse de casa ésta y hundirse en la sordidez de la ciudad. De nuevo, las historias pueden parecer triviales, pero la autora crea personajes complejos, enteros, y maneja las tramas con soltura, lo cual contribuye a crear unos relatos sólidos como pocos.
En general, la ausencia de esperanzas en el futuro pudiera ser el leitmotiv de casi todos los cuentos; algo desgarrador en la juventud, como refleja ‘San Valentín’ (una acertada visión del desapego social de las nuevas generaciones), o incluso en la madurez, que la enfermera de ‘Amor joven’ encarna a la perfección. Esa desazón existencial es siempre fruto de las circunstancias cotidianas, y no sólo de los vaivenes psicológicos de los personajes: si en ‘Associated Press’ se debía a la engañosa sensación de comodidad que representa la ciudad (en las sociedades occidentales), en ‘Rollie y Adele’ es consecuencia de ciertos valores estéticos y normas de comportamiento; o puede ser el resultado de una civilización que pierde los referentes morales, como en ‘Este’. La autora, no obstante, carga las tintas en los comportamientos individuales, pero introduce pistas en sus relatos de modo que el lector intuya que las actuaciones de los protagonistas son efectos —más o menos obvios— provocados por algo mayor: la familia, el entorno o la sociedad.
Sin ser obras maestras, todos los relatos de «Chicas muertas» dejan muy buen sabor de boca. Frente a otros cuentistas que se enfangan con la plasmación de la interioridad humana (y que sólo consiguen crear personajes desalmados, planos y desconcertantes), Nancy Lee opta por una visión más amable (ojo: amable sí, pero muy dura) de las personas y perfila caracteres enteros, creíbles y cercanos. Y además se molesta en mirar a su alrededor y mostrar las presiones exteriores a las que todos, incluidos sus protagonistas, nos vemos sometidos. Todo ello con un tono claro, punzante cuando la ocasión lo requiere y que «conecta» enseguida con el lector. Hoy por hoy, poco más se puede pedir.
felicidades esta muy bien resumido