Tras dar a luz a su primera hija, Charlotte Perkins Gilman cayó en una profunda depresión. Esta se agravó cuando, tras consultar con un famoso especialista en lo que entonces se consideraban trastornos femeninos —que eran poco más que enfermedades imaginadas… por los médicos—, fue obligada a guardar un absoluto reposo. Fruto de ese estado de alteración mental surge el breve relato de El papel pintado amarillo, que tiene la virtud de ser un fantástico texto sobre la locura, a la vez que un alegato feminista.
La protagonista del relato, trasunto de la propia Charlotte, se obsesiona de manera insana con el papel pintado que decora la habitación donde se ve obligada a estar recluida, en un reposo forzado. El dibujo del empapelado la obsesiona cada vez más, durante horas sigue y resigue sus formas confusas que se extienden a lo largo de toda la pared, hasta que poco a poco no puede pensar en otra cosa. Cuando su delirio aumente, la joven creerá haber descubierto una mujer apresada tras el enrejado que forma el dibujo del papel pintado.
La narración en primera persona de la obsesión que, día tras día, va acercando a la protagonista a la locura es probablemente el aspecto mejor logrado del relato. La narradora parece lúcida al describir el desvarío alucinado que se va apoderando de ella, contra el que no opone ninguna resistencia. Como le sucedería décadas más tarde a la protagonista de La campana de cristal de Sylvia Plath, la locura parece una opción mejor que una realidad imposible de ser vivida.
La mujer encerrada tras el papel pintado, que no por casualidad se materializa en las noches de luna llena, es sin duda el símbolo de la insania que aqueja a la narradora, pero es también la representación de una mujer apresada que lucha por liberarse. Tal era el estado de Charlotte Perkins Gilman condenada por prescripción facultativa a llevar una vida tan hogareña como fuera posible, en la que no debía realizar más de dos horas diarias de vida intelectual; pero era también la situación de miles de mujeres, encerradas en un rol de esposas y madres que cercenaba cualquier aspiración de independencia o vida propia.
La presente edición de El papel pintado amarillo, bilingüe, incluye además de un extenso e interesante prólogo un breve texto a modo de posfacio titulado «Por qué escribí El papel pintado amarillo» en el que Charlotte Perkins Gilman da cuenta del motivo que le indujo a poner por escrito sus experiencias tras ser erróneamente diagnosticada y tratada. Su intención era tanto mostrar al médico (el por entonces reputado neurólogo Silas Weir Mitchel) lo desatinado de su tratamiento, como impedir que otras mujeres pasaran por un trance similar. La autora da cuenta de cómo solo mejoró cuando dejó de lado los consejos del doctor y regresó a la vida activa, al trabajo, sin el cual «uno es pobre y un parásito».
Una obra que mujeres y hombres deben leer.
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Muy buena historia.