«El retorno de Filip Latinovicz» me descubrió hace no mucho el buen sabor de la literatura de los países de la Europa central. «La carroza carmesí» me ha reafirmado en la idea de que hay un interesante terreno que explorar por esa parte.
Gyula Krúdy logra capturar en esta novela, mediante una prosa sencilla pero de gran riqueza, la esencia del Budapest de fines del siglo XIX, como imagen de una Europa bohemia, culta y algo disipada que se extinguiría con la I Guerra Mundial. Con un lenguaje totalmente alejado de lo artificial y profundamente evocador, el autor recoge la vida de unos hombres y mujeres que parecieron dedicarse únicamente a explotar lo que de más delicioso tiene la vida: el amor y el arte.
«La carroza carmesí» narra la vida de dos jóvenes actrices en retiro, como pretexto para presentarnos una galería de personajes que representan la sociedad del Budapest de la época: escritores y periodistas con más o menos fortuna, hermosas actrices, espléndidos nobles, prostitutas decadentes, bohemios trasnochados, artistas hambrientos… desfilan por unas páginas que parecen compuestas de retales de historias y que, sin embargo, logran materializar ante el lector la vida alegre de una ciudad entregada a los placeres y a la miseria a partes iguales, pero en la que nadie parece sentirse desgraciado.
La escritura de Krúdy resulta evocadora por naturaleza al estar llena de un lirismo contenido que sabe ser hermoso sin resultar melifluo, y en ocasiones apuntan maneras tremendistas que prestan un sabor descarnado a una obra que de lo contrario podría resultar demasiado nostálgica. Aunque es precisamente esa melancolía por un mundo ya acabado la que llena de atractivos la novela, junto con las historias entremezcladas de hombres y mujeres que parecieran buscar su lugar conscientes de vivir precisamente en ese mundo que se desintegra, cuyo tiempo el narrador aborda desde una narración que recrea aquel dorado pasado desde un presente del que no se aporta ningún dato porque, ido el esplendor, carece de todo interés.
El hilo argumental de «La carroza carmesí», la vida de Klara y Silzvia, esas dos actrices de provincias que han conocido pocos éxitos, pero que están fascinadas por el ambiente festivo en que vive inmersa la ciudad, es la excusa para traer a colación esas hazañas deshilvanadas de hombres y mujeres que buscan el amor por encima del engaño y que casi siempre sufren de soledad irremediable. Klara y Silzvia son las principales víctimas de esa soledad que las impulsa a huir de ella aturdiéndose con los rumores que corren por toda la ciudad sobre las vidas de los demás, corriendo detrás de amores imposibles y fantasmagóricos, buscando algún consuelo en el aislamiento que reconocen en los demás.
Pero los hechos que acaecen a las dos jóvenes se funden de manera acabada con esas mil semblanzas de la vida que rezuman amor, ironía, deseo de apurar la vida de un sorbo y, sobre todo, nostalgia. Semblanzas interpretadas por unos personajes ricos, completos, conscientes de lo fugaz de la vida y sus placeres, muchas veces sardónicos pero siempre dispuestos a ser generosos con aquellos que adivinan pasajeros de su mismo tren. Un tren que abandona los tiempos felices a toda prisa.