Ya comentamos en la reseña de «Ravelstein» que la escritura de Saul Bellow era, por encima de otras cosas, profundamente inteligente; y con ello no quiero decir «pedante», sino que me refiero a que apela a la inteligencia del lector, a que establece con él una relación maestro-alumno. Esta misma característica la encontramos también en «Herzog», aunque esta vez la novela se centre más en revelar la asunción de sí mismo del protagonista.
La historia se centra en Moses Herzog, un ex-profesor de cuarenta y siete años al que su mujer acaba de abandonar por uno de sus mejores amigos, cuya trayectoria profesional se ha venido abajo debido a su indolencia y cuya vida, en general, parece haber entrado en un callejón sin salida. Alicaído por el bache, asistiremos a su periplo interior para superar las dificultades y aprender a confiar en sí mismo.
Visto así, no parece que la trama se aleje mucho de una clásica historia de superación personal frente a las contingencias del destino; sin embargo, Bellow consigue alejarse de convenciones y estereotipos para crear un personaje sólido, interesante y atractivo. Moses Herzog es un hombre maduro, pero que se comporta como un niño; su cultura y erudición le suponen un obstáculo para su relación con los demás: ve la vida a través de sus conocimientos, y no permite que sus emociones le dicten las decisiones a tomar. Así, sus relaciones amorosas (con su primera mujer, Daisy; con Sono, una amante oriental; o con Ramona, su «novia» actual) se ven lastradas por su racionalismo, su espíritu humanista, que le lleva a enfocar sus acciones como meras etapas en un proceso de estudio cualquiera.
Es sintomático el hecho de que Herzog escriba cartas imaginarias (dado que nunca las echa al correo para que lleguen a sus destinatarios) en un intento de comunicación con los demás, que no son sino justificaciones internas de sus decisiones. Éstas, como dijimos, suelen haber sido tomadas de un modo tan frío que las cartas se convierten en una exploración psicológica del propio protagonista para comprender cuáles han sido sus fallos emocionales. Hacia el final del libro, Moses parece conseguir alcanzar un estado de equilibrio y entiende —o así lo muestra— cuál ha sido su error:
[…] ahora puedo decir que me he librado de la principal ambigüedad que afecta a los intelectuales: y es que los individuos civilizados odian a esa civilización que hace posibles sus vidas. Lo que les atrae es una imaginaria situación humana inventada por su propio genio y que para ellos es la única realidad humana verdadera. ¡Qué extraño! Pero la parte de toda sociedad mejor considerada y más inteligente suele ser precisamente la más desgraciada.
Tal vez el punto de inflexión se produce en la visita que Moses hace a los juzgados; allí decide visitar algunas salas en las que se están llevando a cabo juicios, y se enfrenta directamente —aunque de forma vicaria— a la realidad ‘emocional’ que tanto evita: las pequeñas desgracias y miserias humanas se exponen ante sus ojos con aséptica crueldad. No es anecdótico el que Herzog tenga que salir de la sala del tribunal aquejado de un dolor en el pecho: su visión le produce dolor, porque la realidad, el mundo real que él se esfuerza por racionalizar (cuando no a negar directamente), es demasiado cruda para él.
No obstante, el protagonista cobra conciencia de sus fallos, o al menos asume las responsabilidades que, como hombre maduro y desarrollado, ha de tomar frente al mundo, y en las últimas páginas afronta con esperanza y dignidad la aventura que le supone vivir como un ser humano cualquiera, con debilidades y miedos.
La grandeza de «Herzog» estriba en su protagonista, un hombre neurótico, inmaduro, que cree encarar los problemas con valentía cuando, en realidad, simplemente se limita a esgrimir su erudición como un escudo frente a los demás. Bellow creó un personaje ejemplar en su debilidad, cosa en absoluto sencilla, y escribió una novela que no zarandea al lector, sino que le interpela con inteligencia y sabiduría. Una lectura desacostumbrada en estos días, desde luego, y que merece mucho la pena.
Más de Saul Bellow:
Para mí, una de las mejores y más inteligentes novelas del siglo XX. Ha valido la pena recuperarla.
En esta época en la que triunfan los textos de lectura fácil y es habitual la ausencia de reflexion y de critica – todo ello alentado de forma más o menos explicita por nuestras autoridades y próceres intelectuales- se agradece un libro como este que estimula el intelecto, te obliga a posicionarte en determinados aspectos intemporales y sobre todo te hace disfrutar de la belleza y el arte de escribir.
Un saludo
¡Eso es!, la vida es mucho más densa que aquello que corre por las ideas, los prejuicios: y a veces el camino que se debe recorrer es recorrerlos todos. Precipitarse es una parte olvidada también.
saludos!
Si, si, a pesar de James WOod y Philip Roth creo que hoy en dia nadie se acuerda de Herzog y esto es lo peor que le peude pasar a una obra d su calibre.
Adoro Herzog: es un novelon incomprendido.