Hace no mucho comentaba una novela de Jack London y me quejaba de la falta de hondura de la que, a mi juicio, adolecen la inmensa mayoría de los escritores norteamericanos. Esto, que para mí es una regla, ha encontrado su excepción en la relectura que acabo de hacer de Washington Square, donde Henry James logra precisamente convertir la historia trillada del cazadotes en una narración suculenta.
Maravilla la narración en primer lugar por la riqueza de una prosa a la vez contenida y brillante, que sabe ser el justo reflejo de una historia turbulenta que, sin embargo, no se permite atentar contra las apariencias del orden y el decoro. Así, la naturalidad con la que el narrador va desgranando los hechos y la fina ironía con que los expone, resta tragedia a una historia que sin embargo sabe hacer conmovedora. Gran parte del brillo de la narración reside sin duda en los diálogos, de los que James se sirve para desarrollar gran parte de la trama: vivaces, llenos de mordaz cortesía, a través de ellos se desvelan para el lector las motivaciones de los personajes y se desenvuelven algunas de las escenas más significativas de la novela.
El segundo punto fuerte de Washington Square son sin duda los caracteres perfectamente acabados de los actores principales de la trama: padre e hija son los antagonistas cuyo enfrentamiento es el verdadero centro de la narración, mientras que la tía metida a alcahueta y el propio novio a la caza de fortuna no son sino el contrapunto que alivia la tensión creada por el duelo implacable de dos personajes llenos de matices.
El doctor Sloper representa aquí al padre severo que, con su conocimiento del alma humana, sabe adivinar a primera vista en el pretendiente de su hija al cazafortunas sin escrúpulos. Ese conocimiento de lo humano, sin embargo, no lo aplica para juzgar a la joven Catherine, a la que desde su nacimiento encasilló como una persona sin talento ni encanto, cuyos pasos debía él dirigir sin esperar jamás resistencia. Esa falta de discernimiento hace que la actitud rebelde y porfiada de su hija se le antoje difícil de asumir como padre, pero muy interesante de observar como científico, aunque esa actitud resulte poco humana.
Catherine Sloper es descrita como una joven vulgar que, consciente de su mediocridad, forja en sí misma todas las cualidades que considera debe tener una buena hija, en un intento de satisfacer de alguna manera a un padre de personalidad tan brillante como el suyo. Pero la obediencia y la abnegación dejan paso a la más absoluta inflexibilidad cuando se trata de defender un amor con el que ya no contaba. Sin presunción, Catherine es consciente de su bondad y se juzga por tanto merecedora de la prenda que supone el amor de un hermoso joven que se presenta a sí mismo como un hombre enamorado.
La lucha llena de tensión y dramatismo de estos dos caracteres, encastillado cada uno en sus inamovibles razones, no estalla de manera violenta, pero en ella ambos contrincantes pierden: la joven Catherine pierde su amor sin llegar a comprender del todo que su padre tenía razón en sus suposiciones acerca de su pretendiente. Por el contrario, cree humildemente que el fin de su romance es el castigo lógico por desafiar a su padre, a pesar de lo cual jamás reconoce ante éste ni el dolor por su pérdida ni lo maltrecho que termina su orgullo al ser abandonada.
Por su parte, el doctor Sloper acaba sus días sin saber si la ruptura de las relaciones, como él vaticinaba, partió del interesado novio, cuando éste supo que si se casaba con la joven ésta ya no tendría herencia, o si al contrario su hija decidió una vez más rendirse a su voluntad. La sospecha de que tras su muerte Catherine pueda reunirse con su antiguo prometido resta tranquilidad a sus últimos días y enturbia de nuevo la relación con su hija.
Washington Square Una obra maestra donde la placidez cotidiana entierra la tensión soterrada de un duelo de voluntades y el dolor sordo de las heridas que no curan jamás.
Más de Henry James:
- 13 cuentos de fantasmas
- Las alas de la paloma
- Las bostonianas
- La copa dorada
- Cuatro encuentros
- El Eco
- Los embajadores
- Eugene Pickering
- La figura de la alfombra
- El mentiroso
- Los papeles de Aspern
- Retrato de una dama
Tener prejuicios sobre la literatura de un país puede llevarnos a querer ver en un libro características generales, cuando deberíamos (como buenos lectores) buscar las virtudes específicas. Es decir, que si empezamos a leer «Washington Square» con la idea de que la literatura norteamericana es superficial y juvenil, gran parte de la experiencia lectora va a consistir en ver si nuestros prejuicios se confirman o son refutados. Estaremos mirándonos a nuestro interior más que a la novela.
He leído bastante literatura norteamericana del siglo XIX y la primera mitad del XX, y creo que las sugerencias que se han apuntado bastan, pero me permito añadir:
-Poe
-Emily Dickinson
-Hawthorne
-Dean Howells (The rise of Silas Lapham es un Zola perfecto).
-Todo Henry James (y en concreto «Lo que Maisie sabía», «Los embajadores», «La copa dorada»….novelas densas, estáticas, profundas y radicalmente adultas sin parangón en otras literaturas)
-Algunas novelas de Edith Wharton, como «El arrecife».
Gracias, disfruten de la lectura.
No soy un gran conocedor de la literatura norteamericana; apenas un par de obras de Hemingway, Tom Wolfe y Fitzgerald, que obviamente no componen suficiente materia prima para emitir un juicio sobre la «globalidad» de una literatura. Por otra parte, y aún en el caso de un conocimiento más profundo, me parece arriesgado establecer una categoría compuesta de figuras absolutamente desiguales en sus contextos culturales, personales y generacionales. Estoy de acuerdo en la existencia de ciertas características literarias dependientes de cuestiones geográficas y culturales; así hablamos de «literatura hispanoamericana» o «literatura rusa»…Sin embargo los matices «personales» (de autor) son, a mi juicio, los que establecen las auténticas categorías literarias.
Un saludo.
Bueno, bueno, esto está bastante calentito. Será por el verano. Según veo, el comentario que ha levantado ampollas entre algunos lectores del blog se refiere a la afirmación de la Sra. Castro de la falta de hondura de algunos autores norteamericanos. Coincido con algunos comentarios que echan en falta una definición de lo que es la “hondura” en la literatura. Como creo que no se ha aportado, me atreveré a hacerlo.
Partiendo de una visión formalista, podemos distinguir en el material literario dos realidades: la forma y el contenido. Bien mirado, en realidad, no son dos realidades sustancialmente equiparables: el contenido es sustancial y material (los ladrillos y el cemento) y la forma es estructural (el plano). Por tanto, no conviene oponer forma a contenido, y menos aún, como se ha hecho casi siempre, criticar la literatura si se prioriza lo uno (literatura poética, simbólica, “modernista”, etc cuando se enfatiza la forma) o lo otro (literatura de ideas, política, social, con “mensaje”, etc., cuando se incide en el contenido). Ambos conceptos no son excluyentes, sino complementarios: no existe forma opuesta al contenido, sino forma del contenido. Por ello, no existe la literatura expurgada de contenido (léase mensaje) de la misma manera que no existe la literatura de ideas sin preocupación formal. Precisamente la literatura se caracteriza, como estableció Jakobson, por su “literaturidad”, es decir, el sustrato ficcional inherente a toda obra, una determinada elaboración formal “desautomatizada” (que la separa de la historia o la filosofía, por ejemplo).
Bueno, dicho esto (perdón por los tecnicismos y por extenderme demasiado), la “hondura” en la literatura es la priorización del contenido y la reflexión ideológica o existencial motivada por una adecuada estructura formal. Aunque la Sra. Castro haya sido excesivamente audaz al generalizar la carencia de hondura en la literatura norteamericana, sí es cierto que se observa una tendencia (que no una norma ni una idiosincrasia relacionada con la “breve” historia norteamericana) en las novelas norteamericanas a preferir la acción y la aventura (un tipo de disposición del contenido, que siempre tiene un determinado mensaje) a las novelas de tesis con un argumento mínimo y un ritmo lento. Habitualmente (obsérvese la modalización), los novelistas norteamericanos no están dispuestos a sacrificar el dinamismo de la novela en favor de la morosidad de la reflexión existencial, como se observa en las producciones de algunos colegas europeos: Tolstoi, Baroja, Hesse, Camus, etc.
No obstante, esto no significa que la novela norteamericana no ahonde en los problemas del ser humano, ni carezca de profundidad existencial; lo que significa es que, por lo general, los novelistas norteamericanos lo hacen de manera integrada en la acción, por medio de diálogos o acciones. De hecho, la buena literatura de aventuras está plagada de reflexiones e ideología: piénsese, por ejemplo, en “El conde de Montecristo” de Dumas. Los europeos se atreven con más frecuencia a detener la acción y divagar directamente sobre los principales problemas del ser humano; obviamente, los europeos también utilizan los diálogos y las acciones de los personajes para reflexionar.
En fin, incluso involuntariamente la literatura es uno de los más eficaces medios transmisores de ideas. La pretensión de no mostrar la ideología (o postura política) también es una ideología
Sólo un apunte más: una excepción a lo dicho me parece la novela “Johnny cogió su fusil” de Dalton Trumbo (sí, la novela, publicada en 1939, mucho antes de que el mismo Trumbo la adaptase a la pantalla en 1971). Seguro que se os ocurren muchas más, pero no hablo de concepciones novelescas opuestas sino de tendencias o preferencias.
Queridos señores,
en primer lugar, mis excusas por contestar tan tarde a los comentarios que con tanta amabilidad se han tomado la molestia de dejar en esta entrada: he estado de vacaciones y sin conexión a internet.
Me permito por medio de este comentario reafirmarme en lo que en esta y otras reseñas he dicho sobre la literatura norteamericana: sin quitarle los méritos que merece, me parece una literatura harto sencilla, que en muchas ocasiones aborda los hechos que narra desde una óptica un tanto juvenil. Las historias no llegan, el estilo es simple, los personajes resultan ajenos.
Vaya por delante que respeto muy mucho las opiniones que aquí se han vertido y siento defraudar a M al decir una vez más que ésta que expreso no es una sino una opinión personal. Ahora bien, quisiera empezar por aclarar que ya he leído en numerosas ocasiones autores norteamericanos: Carver, Faulkner, Steinbeck, Cheever, Kerouac, Twain, London, Mailer, Crane, Toole, Buckowski, Nabokov, Capote… son algunos de los que se me ocurren sobre la marcha. Espero que no piensen ustedes que sólo he leído el tiempo que esta página lleva activa.
Cuando me acerqué a estos autores por primera vez lo hice siempre con reverencia, ateniéndome a las opiniones que sobre su obra conocía. Casi siempre me defraudaron, esperaba más de ellos que lo que encontré en sus páginas. Algunos, los que leí con menos años, me entusiasmaron. Pero lecturas de otros títulos o relecturas posteriores de los que me habían impresionado me decepcionaron nuevamente.
Achaco todo esto a lo que es una reflexión personal y probablemente bastante peregrina: Norteamérica es un país joven, poblado por gente joven y sus escritores están empapados de ese espíritu juvenil. Pero cuando uno acumula años, los planteamientos que a los veinte resultan impactantes se convierten en algo que puede provocarnos una sonrisa, pero que ya no es capaz de calarnos hondo, de despertar en nosotros un sentimiento de empatía. Y no sólo es cuestión de tener más años, es también cuestión de tener más lecturas. Cuánto más lee uno (y eso ustedes lo saben), más se le afina el gusto, más crítico se vuelve, más difícil (por desgracia) se vuelve encontrar ese autor que nos subyuga y nos hace recordar por qué vivimos de rodillas ante la literatura.
Por otra parte, repito que no niego los méritos que muchos de los autores citados (y muchísimos otros que no he leído) tienen por su aportación a la literatura, sus innovaciones y demás. Pero en muchos casos creo que es necesario empezar a mirar un poco hacia otros lados y dejar de ensalzar siempre a los mismos autores. Que están ahí y son una referencia, nadie lo niega, pero creo que se debe dejar oír otras voces.
Por eso me atrevo a decirles a ustedes a mi vez que prueben con algo diferente, que no se obcequen con Carver & cía. porque hay excelente literatura más allá. Y espero que atiendan el consejo que les ofrece alguien que, esta página es una prueba de ello, lee de todo. Pero que, cuando algo no le gusta, lo dice aunque la gente bien pensante la tache de inconsecuente.
Comenzaba pidiendo excusas y así me despido: lamento haberme extendido tanto para, me temo, explicarme tan poco. Un saludo.
Comparto la opinión de los comentarios a la desafortunada crítica de la Sra. Castro: me parece que debería rectificar o explicarse un poco mejor con aquello que dice de «hondura». Quisiera dejar otros dos nombres sobre el tapete para ver si estos tampoco tienen «hondura», como Vd. apunta: Raymond Carver y Tobbias Wolf. La pediría que leyese algo de ellos, después nos explica que es la «hondura». Y eso que tan sólo han sido otros dos autores que vienen a abundar en los anteriormente apuntados por Alvy Singer y Cesar, pero creo que, bajo mi parecer, son dos autores representativos de exceso de «hondura» (mucho más Carver -«Catedral», por ejemplo-, que Wolf, lo sé, aunque a este tampoco le falte ni un ápice, como se demuestra en «Vida de este chico», por ejemplo). Gracias y un saludo a los cuatro.
Solo reafirmar, como lo hice en ocasion del comentario sobre «Martin Eden» de London, que sostener que a la literatura norteamericana le falta hondura es como minimo una postura injusta y apresurada, Solo basta con ejemplos como los que mencione oportunamente, a los que Alvy Singer agrega mas apellidos ilustres como para desmentir dicha afirmacion y darse cuenta que la literatura norteamericana ha dado y sigue dando grandes escritores.
Estoy con M: esta afirmación es descabellada. Eche un vistazo a Philip Roth, David Foster Wallace, el norteamericano de adopcion Bellow si quiere (nació en Canadá pero vaya), Lorrie Moore, Richard Ford (pese a que mi no me entusiasma), F. Scott Fitzgerald, John Updike (repase los Conejos), John Cheever, JD Salinger (oh claro los 9 cuentos son vulgares), Norman Mailer (los ensayos, todos), Mark Twain (otro vulgar con clase), Isaac Bashevis Singer (por si le queda alguna duda vaya), Tom Wolfe (the essays again), Herman Melville (otro vulgar, vulgarrrisimo ¿no?), William Faulkner, Ernest Hemingway y podria seguir… y ya me dirá si esta inmensa mayoria de narradores son superficiales. Si hasta Lethem con sus peores (la fortaleza de la soledad) cosas es un tipo de gran hondura: lea su ensayo the ecstasy of the influence.
Creo que la afirmación sobre la falta de hondura de los americanos (junto a aquello que dijiste -o parecido- de que son lecturas más de adolescencia) te van a llevar al olimpo de las frases desafortunadas (por lo obvio; que es mentira y que es, incluso, ridículo y bochornoso para un blog de referencia). Está muy bien lo de «aquí comentamos gustos», pero es que hay ciertos gustos…
Con todo mi respeto.