La forja de un rebelde es una monumental reconstrucción narrativa de la España de comienzos del siglo XX. Arturo Barea da cuenta en los tres tomos que conforman esta saga de una sociedad que se enfrentaba a cambios provenientes del exterior, pero que en muchos aspectos vivía anclada en una forma de ser arraigada en la tradición y el pasado. Aunque se suela hablar de ella como una obra sobre la Guerra Civil Española, lo cierto es que estas novelas van mucho más allá: retratan la miseria y la pobreza de un país carpetovetónico, orgulloso de una herencia que sólo acarrea injusticia. El escritor repasa en forma de memorias las primeras décadas del siglo pasado, mostrando así la escasa evolución de la sociedad y el poco impacto que los acontecimientos mundiales (guerras, innovaciones, revoluciones) tuvieron en la política española. Gracias a esta mirada podemos descubrir unas gentes capaces de lo mejor y lo peor, repletas de virtudes y defectos, pero aparentemente sojuzgadas por el peso de una herencia cultural basada en la desigualdad.
En el primero de los libros, «La forja», Barea recuerda sus años de infancia en el Madrid de comienzos del siglo XX. Si bien es el texto menos «trabajado» desde el punto de vista estilístico (algo que el propio autor se cuestiona en la parte final de la obra), es un reflejo muy pintoresco y sensual de aquellos años. El autor ofrece un retablo de gentes, costumbres y lugares que nos trasladan de manera vívida a una ciudad que empezaba a ser moderna, pero en la que aún se daban cita todas las tradiciones. Sus años de aprendizaje en la escuela, por ejemplo, muestran un sistema educativo basado en la religión y la jerarquía social; algo que se aplica también a otras facetas de la vida, como el joven protagonista irá aprendiendo cuando comience a adentrarse en el mundo laboral con apenas 13 años. La distinción entre ricos y pobres, entre los poderosos y los vapuleados, es perenne a lo largo de estas (y sucesivas) páginas; el narrador aporta hechos y situaciones que ponen de relieve el abismo social que existía en la España de la época (y que lamentablemente aún existe hoy día) sin necesidad de recurrir a excursos o tesis: su mirada es penetrante y sagaz, capaz de reflejar en palabras con sencillez las injusticias de las que es testigo.
Este rasgo se lleva al límite en el siguiente libro de la saga, «La ruta». Llamado a filas para servir en la guerra de Marruecos, el joven Barea asiste a la multiplicación de los actos de bajeza humana a su alrededor; más allá de lo absurdo de cualquier conflicto bélico, se muestra aquí la escasa capacidad del ser humano para mantener la integridad en situaciones en las que puede dar rienda a lo peor de sí. Una vez más, el narrador se transforma en un espectador privilegiado de la corrupción de un Estado parasitario y venal, de las injusticias de unos soldados fanáticos y crueles, de la miseria de un pueblo que no es capaz de rebelarse ante la opresión. Es en esta parte en la que mejor se aprecia el sentimiento de frustración del narrador y su lucha interior para no aceptar lo que parece inevitable.
Una lucha que alcanza su apogeo en «La llama», tercera parte de la obra y en la que se nos cuenta la resistencia de las tropas fieles a la República en el Madrid cercado por el ejército golpista. En ese ambiente opresivo el narrador/autor alcanza por fin su objetivo: rebelarse contra un sistema y una sociedad eminentemente injustos. Sin maniqueísmos, Barea retrata a las personas con las que comparte experiencias, mostrando su lado humano; no hay figuras heroicas, ni soflamas emocionantes: en ese grupo de resistencia que se opone a la dominación de un puñado de fascistas nos encontramos con periodistas sin escrúpulos, militares con ínfulas de poder y gente corriente capaz de las más grandes gestas. Personas, en suma, con tantas aristas como nosotros, y por tanto tan reales como cualquiera.
La gran baza de esta macro-novela es su claridad expositiva: Arturo Barea no es un escritor genial en cuanto al estilo, pero sabe dónde dirigir su mirada y trazar con unas cuantas palabras la psicología de un personaje. De ahí que en estas páginas encontremos retratos verdaderamente conmovedores por su verdad y cercanía: desde los familiares del pueblo en el que el joven narrador pasa el verano, pasando por sus compañeros de andanzas en Ceuta o Tetuán, hasta la infatigable Ilsa, de la que se enamorará a pesar de las consideraciones sociales. Cada uno de ellos se muestra con sencillez, pero con una sencillez dotada de transparencia, que nos permite adivinar cuál es su idiosincrasia, cuáles sus deseos o faltas.
La forja de un rebelde es una obra espléndida; no tanto por su brillantez técnica cuanto por su rigor como reflejo histórico. Es un texto que merece la pena leer con dedicación, atisbando esos detalles que reflejan la vida misma, a la manera galdosiana, y que convierten una mera narración en una obra maestra. No pierdan tiempo y empiecen ya.
Más de Arturo Barea:
Siempre la misma crónica lastimosa y peroyativa hacia tiempos pasados… que si clases, que si injusticia que si tal y que si cual…pues claro ,¡ igual que ahora! , sólo que algunas»enfermedades sociales» actuales entonces no existían, es decir ,que en proporción aún es peor ahora aunque la tecnolgía lo maquille todo y algunos sesentones-hoy burgueses y acomodados- se empeñen en lo contrario.
Más sobre «La forja de un rebelde». Ver entrada Martes, 17 de noviembre, donde se explica la forma en que se escribió la novela
http://www.lne.es/sociedad-cultura/2009/11/22/tiempo/837519.html
Para escribir un buen libro basta, en mi opinión, con tener una historia interesante y saber como contarla. Dicho así parece cosa sencilla, incluso a más de uno le deben dar ganas de coger la pluma y ponerse a la tarea, pero, como he dicho alguna vez en este mismo blog, el arte de contar es extremadamente difícil y complejo, una especie de misterio que solo unos pocos, los mejores, logran desvelar. Si a esas dos premisas se une una tercera, el estilo, el autor queda incorporado de inmediato a la nómina de los grandes escritores.
Pues bien, Arturo Barea no anda muy sobrado de esto último. Dicho de otro modo, “La forja de un rebelde” no es precisamente un dechado de técnica literaria, me atrevería a decir incluso que el libro contiene errores de bulto, impropios de cualquier escritor. Así, en más de una ocasión, asistimos sorprendidos a construcciones gramaticales como “tenemos que tener” o “estoy bendito”, a frases del tipo “…, y venir aquí al jardín este. Pero no todos los curas son como este” o “… no veo que haya hecho nada mal hecho”, que dañan la vista y hasta los oídos del lector. Parece como si el autor, inmerso en la vorágine de la historia, se olvidara de todos y de todo, dejándose arrastrar únicamente por la corriente tumultuosa de sus sentimientos y experiencias vitales. Los deslices cometidos, más de uno y más de dos, me recordaron a los de Vasili Grossman en su magnífica “Vida y destino”.
Quiere decir ello que “La forja de un rebelde” es un ejemplo de mala literatura, pues no, a pesar de su tosca prosa, reúne virtudes suficientes como para ser etiquetado dentro del apartado de los buenos libros. No estamos ante una obra excelsa, es cierto, pero sí ante una obra digna de ser leída. Por qué, se preguntarán, porque Barea aporta en sus memorias algo fundamental, una lección magistral de la historia de España del siglo XX, pero historia real, historia vivida en primera persona, no esa otra, escrita por los vencedores, que magnifica las hazañas propias y sume en el olvido las gestas de los derrotados.
Personalmente, y estoy de acuerdo con la reseña, creo que la parte más floja del libro, aunque también la más esclarecedora de la idiosincrasia del autor, es el inicio. Son las páginas de “La forja” las que más rechinan literariamente y las que mejor muestran la dicotomía siempre presente en Barea, una especie de proletario puro con aspiraciones de burgués acomodado. De origen humilde, recibe una educación de señorito, la que le proporciona su tío José, y ello es motivo, aparte de las continuas disputas con sus hermanos, de la ira contenida que reflejan todas y cada una de sus líneas. El autor no se siente integrado ni en la España inculta y atrasada de Méntrida, Brunete o Navalcarnero ni en la acomodada de algunos barrios de Madrid, participa de ambas pero no pertenece a ninguna: una lo desprecia por traidor de clase, la otra lo acoge como simple paria.
Este desarraigo marca toda su trayectoria vital y le posibilita la observación de los hechos con una objetividad fría, pero también le impide acercarse a los demás. Se excluye de entre los suyos por ideas, de entre los deshonestos por decencia, – en “La ruta”, segunda parte del libro donde se narra su estancia en la campaña de África, ante la corrupción descomunal que contempla en el ejército, afirma desalentado, “Una vez más me encontraba aislado de todos” -. Sensación de exilio que, muy a pesar suyo, vuelve a experimentar tras su licencia y posterior regreso al Madrid previo a la dictadura de Primo de Rivera; eran momentos de cambios importantes, y el director técnico de una influyente agencia de patentes no podía reanudar, como si nada, antiguas amistades y tertulias. Otra vez se encuentra aislado de su entorno más próximo, precisamente en el momento en que está fraguándose la fractura social que llevó a España a la guerra civil.
Es en la tercera parte del libro, “La llama”, donde yo creo que Barea brilla más. A su habilidad innata para recrear la realidad vivida se une una prosa que, aun adoleciendo siempre de falta de finura, adquiere tonos poéticos que la redimen en cierto modo de su rudeza. Con un ritmo narrativo ágil y acertado retrata a la perfección el caos de Madrid durante los primeros momentos de la rebelión militar: las escenas callejeras, el bullir de bares y cafés atestados de milicianos de todo clase, el asalto al Cuartel de la Montaña, presenciado en primera persona y narrado a lo largo de unas páginas espléndidas, las escaramuzas de la sierra madrileña. Es también la más sentida de las tres novelas, la de los atroces bombardeos de civiles en Madrid, la de la huida de refugiados, la de las vacilaciones morales en la búsqueda de un rumbo definitivo para su vida y la del encuentro con Ilsa, su pareja en el posterior exilio de Inglaterra.
En definitiva, un magnífico fresco de los momentos más convulsos de la historia moderna de España, esa historia tantas veces reescrita que muchos tratan de hacernos olvidar, en aras, dicen, de la convivencia pacífica de todos los españoles.
Debe leerse, la fuerza y viveza de la narración compensan con creces cualquier carencia de técnica o estilo.
Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros
Excelente idea la de recuperar del olvido a escritores, durante muchos años malditos, a los que la cultura de nuestra “democracia”, – la que nos obligaron a tragar como única posible, tras la muerte de Franco, – catalogó, siempre con menosprecio, bajo la etiqueta de autores menores.
Si “Libros del Asteroide” consiguió demostrar lo erróneo de esta calificación al publicar de nuevo las obras de Manuel Chaves Nogales, – su corto prólogo a “Sangre y fuego”, escrito por el propio autor en 1937, es, en mi opinión, lo más clarividente y acertado que se ha escrito jamás sobre la contienda civil española, – está bien que ahora le toque el turno a Arturo Barea.
Enhorabuena por la iniciativa
Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros
Me alegro de que le guste la idea, Miguel. Y máxime cuando Barea es un grandísimo observador de su entorno, por lo que La forja de un rebelde es un texto imprescindible para comprender muchas de las cosas que sucedieron en ese periodo.
Un saludo.